
Pinker en el autobús
Las dos mujeres que se sientan enfrente deben de andar sobre los cuarenta y largos, tal vez cincuenta y pocos; empieza a ser complicado cifrar según qué edades, más cuando el ingreso en la madurez (y aun en la vejez) no conlleva renuncias. Ni al yoga ni al sexo ni a la indignación. Además de la esperanza de vida está ese insólito alargamiento de la plenitud. El Gardel que cantaba “las nieves de tiempo platearon mi sien”, conviene recordarlo, apenas había rebasado los cuarenta.







