La alergia a los viajes estivales y las vacaciones masificadas me lleva a buscar el ocio de agosto sin salir de casa. Desconectando del lodazal político, me mudo al Oxford de mediados de los sesenta del pasado siglo. Estética sixties, arquitectura medieval, cielos plomizos, cálidas veladas de pub entre pintas y denso y aromático humo de pipas. Como no puede ser de otra manera, en un contexto de ficción inglesa, la apacible y civilizada ciudad universitaria esconde un submundo de crímenes perversos, delitos de pasión y ambición, tramas inextricables de corrupción política con hampones malvados y sin escrúpulos.