Ni agua
Ferran Caballero

Ni agua

Pues claro que no hay que darles nada a los independentistas. Porque ni al independentista ni a nadie le contenta que le den lo que considera suyo. Y por eso todo lo que pretende ser una concesión se recibe como humillación. Por eso no se les puede contentar con una reforma Constitucional, ni con más competencias ni con un blindaje de cultura y educación ni con una mejora del sistema de financiación autonómica. Nada de eso es suficiente para los independentistas. Y uno de los grandes logros y de las grandes desgracias de este proceso es que esto ya es evidente para todo el mundo. Excepto para De Guindos, que ayer mismo se ofrecía a “hablar del sistema de financiación y otros asuntos si los planes para la independencia se retiran”.

Pudieron
Manuel Arias Maldonado

Pudieron

La celebración de la asamblea de cargos públicos convocada por Podemos, que tuvo lugar ayer en Zaragoza, dejó dos noticias. Una es el lamentable incidente protagonizado por la “masa de acoso” (la categoría es de Elías Canetti) de extrema derecha que se congregó en Zaragoza para proferir insultos a los asistentes, tirar una botella a la Presidenta de las Cortes de Aragón y romper las lunas de un coche de TV3. Sucedía esto al final de la semana en que fue ordenado el ingreso en prisión del líder de Falange española por el asalto a la librería Blanquerna durante la Diada de 2013. La segunda noticia es el fracaso de la asamblea misma. Era previsible, dada la extravagancia de la idea: reunir a representantes políticos de todo el país con objeto de crear una legitimidad paralela a la de las Cortes Generales. O sea, una suerte de poder dual capaz de debilitar la autoridad de Ejecutivo y Legislativo, haciendo frente común contra la “represión del PP” y defender el “derecho de autodeterminación de Cataluña”. Pero la noticia no está en la pobre asistencia, sino en el hecho mismo de la convocatoria. Es, como otras iniciativas de Podemos durante las últimas semanas, síntoma de una degradación.

Cuando fui un trozo de carne en un Congreso de columnismo
Lorena G. Maldonado

Cuando fui un trozo de carne en un Congreso de columnismo

Estos días se ha formado el zafarrancho en redes con el cartelito del II Congreso ‘Capital del columnismo’ porque, qué extraño, quién iba a augurarlo, pero aquello es una siembra de bálanos. Precaución a los viandantes: lo mismo te das un paseo por León entre el 18 y el 20 de octubre y te acaba golpeando el cráneo un testiculario intelectual: nadie está a salvo de este granizo nuestro, de este cielo tapizado de escroto, de esta nube negra que derrama Axe. 

Vértigo
Aurora Nacarino-Brabo

Vértigo

Fue una imagen triste. El Pleno del Congreso de los Diputados rechazó este martes una proposición no de ley para cerrar filas en la defensa del Estado de derecho. Algunos señalaron la inconveniencia de la iniciativa planteada por Ciudadanos, y otros reprocharon a los socialistas su falta de arrojo para votar con populares y naranjas. No es el cometido de este artículo analizar las razones de una y otra posturas políticas, sino extraer conclusiones de ese desafortunado desencuentro que parece haber debilitado la acción constitucionalista en su misión de frenar el desafío independentista.

Choque de trenes
Gregorio Luri

Choque de trenes

Una parte de Cataluña, convencida de que representa a la Cataluña genuina, ha decidido crear una situación constituyente para dar forma de Estado a lo que tiene por patria. No soy tan ingenuo como para no saber que las naciones suelen cubrir sus orígenes con un velo púdico, porque así como la moralidad surge con frecuencia de la inmoralidad, la legalidad más de una vez ha nacido de la ilegalidad. No estamos viviendo el primer intento histórico de crear un momento constituyente. Léase a Kelsen o a Schmitt.

Pielfinismo en pleno siglo XXI
Carlos Mayoral

Pielfinismo en pleno siglo XXI

Créanme, hay un momento al día en que pienso que no podemos tensar más la piel, fina piel, que cubre esta sociedad moderna y avanzada y renovadora y revolucionaria y bla, bla, bla. Pero luego llega la noche para recordarme que siempre hay tiempo para un penúltimo estirón.

Es la hora de los pelotas: carta abierta al lameculos ibérico
Lorena G. Maldonado

Es la hora de los pelotas: carta abierta al lameculos ibérico

Los conocimos en el colegio y llevan subiéndose a nuestra chepa toda la vida, trepando las espaldas como monos tristes, mamando con pasión el genital del más fuerte, serviles y risueños hasta el empacho, perseverantes en la grima. Los pelotas nos rodean y habitan nuestras tierras, nuestros pupitres, nuestros recreos, nuestras familias y amistades, nuestras empresas e instituciones; beben en nuestros bares y a veces duermen en nuestras camas, que esto último ya manda cojones. Son legión y a ratos nos la pegan con su aura de insignificancia, pero no se dejen engañar: es por ellos que carbura el sistema, hijos hábiles del capitalismo, fáciles de detectar pero imposibles de cercar, porque nadie reconoce a las bravas su condición pelotuda.

Nos hemos vuelto permisivos con la masa pelota, nos ha acobardado su influjo. Fíjense que el niño juzga más al pelota que el adulto, porque el niño es digno y salvaje y reniega aún de adaptarse a las convenciones, de ceder ante las jerarquías. El chiquillo, que guarda litros de franqueza, señala al pelota y lo marca con una cicatriz invisible, certerísima, cada vez que adula al profesor, cada vez que suplica por estar en el equipo de fútbol del líder, cada vez que la magia de su talante le sube tres puntos las notas de final de curso.

El pelota, en realidad, es el mediocre motivado, el miembro social débil que ha entendido la ley natural: todos los depredadores comienzan devorando a su presa por el sexo, que para eso es la parte más blanda del cuerpo. Lo hacen los lobos, los osos, los cocodrilos y el intrépido pelota, abriendo bien los labios, salivando y succionando, devoto perdido. El pelota sabe también que hay que acariciar al caballo si uno quiere montarlo y lleva entrenándose en la hípica desde crío, despeñando muchas veces.

Es extenuante ser pelota, pero funciona. Porque el eslabón recio prefiere ascender a los seres vulgares antes que a los brillantes, no sea que le eclipsen. Con esta coñita encontramos al pelota siempre cerca del reino, incluso a veces, en un alarde de suerte, portando el cetro. Los pelotas secundan las guerras, como Aznar en Irak. Los pelotas son como las muñecas rusas: siempre hay uno más pequeño que tú destinado a sucederte. Miren que después del bigotes irrumpió Rajoy, pelota nuestro de cabecera, siempre obedeciendo no se sabe a qué mano negra con un ahínco envidiable. Porque el pelota no tiene ideología, sólo acata con rectitud, con tecnocracia, con la sonrisa servil de Pedro Sánchez -pelota converso, en rebelión después de tragar carros y carretas-.

En la izquierda hay pelotas excelsos. Pienso en Ada Colau, pelota traicionera del independentismo, al que le come la oreja a fin de recaudar votos pero no le da la parte del pastel que quiere, no sea que tenga que renunciar a sus 100.000 pavos anuales. “Vamos a hacer todo lo posible para que el que quiera, pueda votar en Barcelona el 1 de octubre”, dice, la simpática, mientras cierra filas para no cederle locales al referéndum.

Yo sé que en todos los oficios hay pelotas y que ustedes tendrán que lidiar con muchos de ellos, pero les digo que en la industria cultural el peloteo es como el oxígeno. Alguna vez he entrado a entrevistas en grupo y me he sonrojado al ver a algunos de mis compañeros aplicados en la genuflexión, con el “maestro” en la boca, con la reseña preconcebida, impermeables al espíritu crítico. El pelota es gloria bendita para la promoción, porque te teje hagiografías, como Bertín en su programa. Te pregunta por la infancia y mira, qué gustazo. Te dice que si estás ilusionado con este proyecto, que cuál fue el mayor reto de tu último trabajo. Ahí nadie falla.

Es todo lo contrario a “dignidad”, el pelota, pero es verdad que esa es una palabra vieja, y ay, qué dolor: practicable sólo desde el “no”, asequible sólo desde la renuncia. Muera el lameculos ibérico y resurja el niño íntegro con sus certezas dolorosas. Recuerdo cuando, no hace mucho, mi prima pequeña me dijo que estaba “muy fea” con un vestido. Me dejó noqueada: no saben qué alegría.

El derecho de los catalanes a callarse
Ignacio Vidal-Folch

El derecho de los catalanes a callarse

Que se le reproche a “los catalanes” no haberse manifestado contra los golpistas, que se reproche a los “empresarios catalanes” y a los “ciudadanos catalanes” el silencio en que se han mantenido hasta el último momento me parece injusto.