Después de seis Diadas, apenas ya nada nuevo se puede decir sobre las mismas. Se consolida en Cataluña un movimiento de masas con gran poder de convocatoria, que ejerce una capacidad de persuasión política sin parangón ni en Europa ni en el mundo. Probablemente, solo ideologías de carácter religioso pueden convencer de manera tan rotunda a los ciudadanos de que alcanzar un objetivo no requiere considerar los daños colaterales. La relación entre nacionalismo y religión ha sido muchas veces puesta de manifiesto. Y, desde luego, no soy la única persona que mientras leía Sumisión de Houellebecq, veía importantes paralelismos con las sucesivas conversiones al independentismo entre amigos y compañeros de trabajo. En fin, hay que reconocer que la libertad de reunión y manifestación es un pilar de la democracia constitucional, pero cuando se transforma en performances industrializadas convierten a la política en una lucha en torno a los metros cuadrados ocupados en la calle.