El golpismo de Maduro
Valentí Puig

El golpismo de Maduro

Siglos de fenomenología del golpe de Estado nos contemplan y vienen a poner una vez más en cuestión las tesis del final de la Historia o de la irreversibilidad de los procesos democráticos. Así hemos llegado al siglo XXI, hasta el extremo de que un país rico y estable como Venezuela, paradigmático en los años ochenta, está bajo la tutela ilegítima de un régimen cuyo poder ejecutivo ha echado a la papelera el poder legislativo eliminando las salvaguardas de la oposición –es decir, dos tercios de la Asamblea Nacional-.

Oriol Junqueras es Karina
Sergio Fidalgo

Oriol Junqueras es Karina

Oriol Junqueras representa la versión 3.0 del eterno foralismo ibérico, algo tan español como filosofar en la barra de un bar o considerar que el dinero público no es de nadie. Este toque castizo y popular del líder de ERC le lleva a seguir a pies juntillas las letras de Karina, la cantante spanish-bizarra por excelencia.

Ella
Felipe Santos

Ella

Esta otra dama también cubre con maquillaje las cicatrices del tiempo, lucir lustrosa por un tiempo indeterminado, como Norma Desmond, aunque al comienzo sólo le dieron veinte años de vida.

Anna al desnudo
Jesús Nieto

Anna al desnudo

Anna Gabriel, apellido arcangélico aunque le duela. Activista de oficio, de beneficio. Diputada en la que reside la soberanía autonómica -“a todo se llega degenerando”, que decía “el Guerra”- . Gabriel es de las que cardan la lana, la fama, y los huevos que se lanzan contra la sede del colonialismo español -léase constitucionalismo-.

Por qué la izquierda es moralmente inferior
Miguel Ángel Quintana Paz

Por qué la izquierda es moralmente inferior

Es probable que si usted ha convivido con personas políticamente “de izquierdas” haya notado que suelen sentirse moralmente superiores a las demás. Hay también, naturalmente, gente de derechas que adolece de ese mismo hábito: aunque mi impresión, y la de Nietzsche, es que son cada vez menos. En un reciente artículo publicado en otro medio (Ctxt) su autor, Ignacio Sánchez-Cuenca, coincide conmigo en la idea de que los que más se prodigan en sentir superioridad moral sobre los demás son los izquierdistas. Lo curioso de Sánchez-Cuenca es que él mismo se adscribe a la izquierda. ¿Por qué entonces no le cuesta reconocer que él y los suyos sienten superioridad moral? Sencillo: porque cree que ese sentimiento de superioridad moral está plenamente justificado. Dicho con sus propias palabras: “las personas de izquierdas tiene (sic) una mayor sensibilidad hacia las injusticias que las personas de derechas y por eso desarrollan un sentimiento de superioridad moral”.

Víctor de la Serna

Los tiempos cambian... quién sabe hacia dónde

Fue hace medio siglo largo, y los chavales del ‘baby boom’ -hoy provectos ancianos- emulábamos con entusiasmo a Bob Dylan y nos desgañitábamos: “The times – they are a-changin’!”. Y poco más tarde llegaba la ópera-rock ‘Hair’ a remacharlo: “This is the dawning of the Age of Aquarius!”…

40 sobremesas en Txillarre
José María Albert de Paco

40 sobremesas en Txillarre

En el año 2000, el entonces diputado autonómico Arnaldo Otegi y el ex consejero de Justicia vasco Paco Egea (PSE) comienzan a frecuentar el caserío Txillarre, en la localidad guipuzcoana de Elgóibar, establecimiento dedicado a la producción y venta de hortalizas ecológicas, y cuyo propietario, amigo de ambos, es un antiguo trotskista llamado Peio Rubio. A los almuerzos, cenas o lo que se terciara se une, andando el tiempo, el presidente del PSE, Jesús Eguiguren. El documental de José María Izquierdo y Luis R. Aizpeolea El fin de ETA presenta aquellos encuentros como el germen de las conversaciones que desembocarían en el cese-definitivo-de-la-actividad-armada (convoy semántico que obliga, que sigue obligando, a mirar debajo de cada palabra). Como formuló magistralmente Cayetana Álvarez de Toledo en su artículo del lunes, Izquierdo y Aizpeolea defienden que el ocaso de ETA se debió, antes que al temple del Estado de Derecho, a la osadía de Otegi y Eguiguren, retratados en el film como dos arrojados idealistas que, desafiando a los testarudos de uno y otro lado (otro parteaguas, ese uno-y-otro-lado, que forma parte de la fraseología básica de El fin…) se aventuran en las procelosas aguas del diálogo. Una operación quijotesca, en suma, dirigida con sutileza por el taimado Rubalcaba, que en la película se interpreta a sí mismo. Los directores, que por algo son consumados conflictólogos, han tenido el decoro de exhibir el punto de vista de las víctimas, personificadas en Alfonso Sánchez, lo que confiere a la obra una cierta apariencia de pulcritud (acentuada si cabe por la limpieza de las imágenes). Lo que no han podido evitar, en el cometido de depurar el relato, es que éste incorpore su propio fisking, al modo de esos mensajes que se autodestruyen. Debemos a Eguiguren la más férrea de las refutaciones: