THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

¿Para qué sirve lo inútil?

«Cuando me hubiera desprendido de todo lo inservible, nulo, inoperante, improductivo, infructuoso, inane, ineficaz, inefectivo, ocioso y baldío, entonces lo biológicamente útil impondría sus demandas a lo existencialmente necesario»

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¿Para qué sirve lo inútil?

El pasado 24 de septiembre, Miguel Barrero, director de educación de la Fundación Santillana, aseguraba en El País que lleva 35 años preguntando “¿Para qué sirve una raíz cuadrada?» Y todavía no ha hallado una respuesta convincente.

Menuda pregunta, ésta de la utilidad.

Si tuviera que borrar de mi memoria todos los conocimientos inútiles… comenzaría por un sueño irrealizable que me acompaña desde que tropecé con él en una página de Moreno Villa:

«Pobre me vi entre los pobres, porque yo carecía de virtudes guerreras o cristianas.

Un monje, un día, dedujo, mirándome a la cara, mi origen musulmán. Me llamó y me dijo:

– Tú perteneces a la gente del Sur. Harapiento vas y no estás tullido. ¿Qué oficio practicabas entre los tuyos?

– Señor, nunca tuve oficio. Amaba y leía.

Continuaría borrando la descripción de la incineración de Frida Kahlo que encontré entre los papeles de un antiguo agente de la CIA en México (es que me gusta escarabajear inútilmente entre papeles viejos): “A medida que el cuerpo de Frida se iba acercando a las puertas abiertas del horno, eran las llamas las que parecían acercarse hacia su cuerpo. De repente, sus músculos se contrajeron por el efecto del calor y Frida se sentó de golpe en el carro del crematorio. En ese instante, las llamas alcanzaron su pelo, lo incendiaron y crearon un halo brillante y ardiente en torno a su cabeza. Todo fue repentino, inesperado y completamente aterrador. Los asistentes a la cremación comenzaron a gritar, presas de pánico y salieron en estampida, tropezando desordenadamente unos con otros en su afán de escapar. La horda incontrolable, atravesó gritando las puertas exteriores del crematorio, casi arrancándolas de sus bisagras, y salieron a la calle gritando que Frida estaba viva.” ¿Qué utilidad me reporta saber esto?

Borraría la sospecha de que un haiku del inmortal Borges, de 1981, está muy, muy inspirado en una pregunta que el olvidado Antonio Zozaya se hace en El huerto de Epicteto, de 1906:

Borges: “¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?”

Zozaya: «¿… aquel rastro de luz que se enciende, cruza el espacio y va a caer en el infinito del tiempo es un poco de gas que se descompone o un mundo que pasa?»

Borraría muchos nombres inútiles, hojarasca que inunda mi memoria, como el de Séneca Pérez, un ácrata derrotado en nuestra guerra, al que, cuando iba a ser fusilado ante los presos en formación, una mano amiga le lanzó a los pies un manojo de cebollas. Si se tiene en cuenta el hambre que se pasaba en la cárcel y que Séneca era vegetariano, este gesto inútil te deja, inútilmente, sin aliento.

Me tendría que olvidar de aquella anarquista llamada Armonía del Vivir Pensado; de Gorgonio Esparza, el matón de Aguascalientes y de sus compinches, el Bigotes y el Pataseca, con los que organizaba peleas a navajazos con las luces apagadas en la pulquería El hombre libre; del faquir Harry Wieckede que montó un espectáculo en México con su propia crucifixión que le costó la vida y resultó ser un exiliado andaluz al que no se le había ocurrido mejor idea para poder comer.

¿Qué sentido tiene recordar todo esto?

Mandaría al carajo aquello de Larrea: “uno no es más que un balón, recibe patadas de un lado y de otro hasta que alguien un día grita gol.»

Borraría el recuerdo inútilmente doloroso de aquel anónimo huérfano español en Rusia, un niño de la guerra, que, sin dejar de llorar, se negaba a ir a la escuela. Su maestra, Carmen Parga, le preguntó qué le pasaba. El niño levantó la cabeza y le dijo:

“Es que me olvidé cómo se llama mi madre, anteayer todavía me acordaba…”

Borraría al inútil de Moderato de Cádiz, de la secta inutilísima de los filósofos, que andaba elucubrando con el Uno, al que tenía por la unidad primera y la Razón Universal. Estando más allá de todo ser, el Uno quiso dar de sí el ser del mundo y separó de su esencia única una parte, retirándose de ella. Así que estamos hechos de inútil añoranza de Unidad y de Razón.

Tendría que eliminar bastantes convicciones inútiles, como, por ejemplo, esa que comparto con las inutilidades de Hilary Putnam y Peter Strawson, que “half the pleasure of life is sardonic comment on the passing show”.

Con relación a la pregunta de Barrero, debería olvidar urgentemente lo que el inutilísimo de Lacan decía del -supuestamente muy útil- pene: que es √-1. Y, sobre todo, debería borrar de mi memoria por completo el espanto que supuso para el racionalismo pitagórico el descubrimiento de que la irracionalidad moraba, como su diástole, en el mismo corazón del logos. Y todo, por culpa de esa insidiosa √2.

Cuando me hubiera desprendido de todo lo inservible, nulo, inoperante, improductivo, infructuoso, inane, ineficaz, inefectivo, ocioso y baldío, entonces lo biológicamente útil impondría sus demandas a lo existencialmente necesario y en ese mismo momento habría dejado de ser un hombre.

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