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David Mejía

Populistas de paja

«Los ministerios, no digamos instituciones como el Banco de España o la CNMC, necesitan técnicos. Quizá lo que defiendan nuestros científicos sociales sea que los altos cargos no necesitan serlo mientras tengan un buen equipo»

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Populistas de paja

EFE

Poco después de la confirmación de Carolina Darias como sustituta de Salvador Illa al frente del Ministerio de Sanidad, el eurodiputado de Ciudadanos Luis Garicano se preguntaba en Twitter lo mismo que muchos españoles: ¿no hubiera sido más conveniente nombrar a alguien con experiencia en salud pública? Sonó la alarma, despertando a los politólogos de guardia que comenzaron a barruntar apagafuegos conceptuales casi antes de llegar a la cucaña.

Primero, las falacias habituales: “el ministro de sanidad de Islandia es aparejador y el de Suecia pastelero”. Al cabo de unas horas, la réplica fue macerando hasta desempolvar un viejo sintagma que dudosamente marcará un antes y un después en las Ciencias Sociales: exigir cualificación al Ministro de Sanidad era lo propio de “Populistas de centro” (ovación).

A partir de aquí, el concepto se fue desarrollando entre tweets, viejos artículos de periódico y logomaquias que quienes estén bregados -muy a su pesar- en lecturas posmodernas, calarán bien. Se trata de generar una espesura discursiva que haga perder de vista el punto de partida. De esta manera, al tercer tweet, ya no se estaba hablando de la idoneidad de Darias, ni de la formación de los políticos en general, sino de la naturaleza más o menos anti-elitista, más o menos anti-política, más o menos pro-Ibex de los presuntos populistas de centro. Todo para anublar que se sustituya a un licenciado en Filosofía por una licenciada en Derecho para gestionar la pandemia más mortífera de los últimos cien años.

Después llegaron los peipers: parece que no hay investigación que avale que los políticos desempeñen mejor sus funciones cuando su formación académica coincide con su tarea de gobierno. Los científicos sociales aprovecharon la ocasión para denunciar la infundada obsesión de los ‘populistas de centro’ con la meritocracia. Confieso que me ha divertido verlos ondear con tanto orgullo ese argumento autodestructivo que Daniel Gascón condensó en una de sus mordaces viñetas:  “Las credenciales académicas no son tan importantes y además tú no puedes hablar porque no eres sociólogo”.

El bucle falaz continúa atribuyendo este populista de paja -encaprichado con la formación intelectual y la expertise técnica- desprecio por las virtudes personales y su posible rendimiento político. El populista de centro, por tanto, padece una suerte de ‘titulitis aguda’ que le impide ver la valía más allá de los diplomas. Y este sería el síndrome que explica la crítica de los nombramientos de Illa y Darias… El diagnóstico resulta poco convincente.

El traspaso de la cartera de Sanidad no se ha producido en un momento de calma, sino cuando la pandemia lo ha convertido en el ministerio más importante del Ejecutivo. No hay indicador (sanitario, económico, social) que apruebe la gestión de España; nuestro fracaso ante la enfermedad es evidence-based. Por lo tanto, no parece muy riguroso calificar de populistas a quienes proponen una mayor tecnificación de la gestión. Porque a Illa no se le critica por su formación, sino por su rendimiento. Ni Rubalcaba, ni Lluch, ni Felipe González, tenían una formación ajustada a las tareas políticas que desempeñaron. Sin embargo demostraron una competencia incontestable. Su talento nunca fue puesto en duda, porque -pequeño detalle- la evidencia de su gestión los avalaba.

Del ‘populista de centro’ se ha dicho que valora al tecnócrata, al funcionario, al que ha conseguido su puesto por capacidad, y desprecia los nombramientos políticos. Admiro a Michael Sandel, pero cuando uno lo lee con el pin del partido en la solapa corre el riesgo de confundir el cuestionamiento del ethos meritocrático con la expertofobia (tan propia de trumpismo).

Los ministerios, no digamos instituciones como el Banco de España o la CNMC, necesitan técnicos. Quizá lo que defiendan nuestros científicos sociales sea que los altos cargos no necesitan serlo mientras tengan un buen equipo. No sólo estoy de acuerdo, sino que es algo que prevé la Ley. Por eso sorprende que hayan guardado silencio ante el Gobierno que más ha politizado los cargos medios de la Administración, como ha denunciado la FEDECA. La meritocracia tiene sus contraindicaciones, pero para algunos -discúlpenos- sigue siendo preferible a la partidocracia.

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