THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

Putin I, el suplicante

El mundo cambia muy rápidamente. Los chinos lo saben. Las transformaciones se producen en aquella sociedad de 1.340 millones a una velocidad de vértigo. Los chinos no tienen libertades ni derechos políticos. Pero el desarrollo del inmenso país si les da oportunidades.

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Putin I, el suplicante

El mundo cambia muy rápidamente. Los chinos lo saben. Las transformaciones se producen en aquella sociedad de 1.340 millones a una velocidad de vértigo. Los chinos no tienen libertades ni derechos políticos. Pero el desarrollo del inmenso país si les da oportunidades.

China y Rusia han firmado un gran contrato de compraventa de gas. Con vigencia de 30 años. A nadie debiera extrañar. China tiene una demanda de energía que se prevé se dispare en estos años. Rusia tiene una imperiosa necesidad de garantizarse un mercado, unos ingresos fijos para las materias primas, casi lo único que exporta y su principal fuente de ingresos para alimentar a sus 143 millones de habitantes.

El mundo cambia muy rápidamente. Los chinos lo saben. Las transformaciones se producen en aquella sociedad de 1.340 millones a una velocidad de vértigo. Los chinos no tienen libertades ni derechos políticos. Pero el desarrollo del inmenso país si les da oportunidades. Mientras en Rusia, salvo para los oligarcas y los sectores beneficiados por ellos, para la inmensa mayoría, la vida sigue más o menos igual que cuando cayó la Unión Soviética. Las oportunidades se limitan a la ascensión en las estructuras de poder de las administraciones y las mafias. Las consignas van y vienen, pero fuera de Moscú y San Petersburgo y el centro de alguna otra ciudad grande, Rusia ni se desarrolla, ni avanza, ni se abre ni aprende. Hay amos, jefes, miedo, “ukases”, sumisión y resignación. Con más publicidad que antaño, más agravio comparativo y más ofertas inalcanzables. Vuelve a ser la rusa una sociedad cada vez más cerrada en sí misma, sin haber nunca logrado asomarse un poco fuera. La estabilidad tan añorada en aquellos momentos en los que faltó por un instante se ha convertido en una inmensa losa que impide ya todo movimiento. Es todavía y otra vez una miedo con miedo y movilizada contra las culturas sin miedo.

Con el PIB de Italia, casi todo él en manos de los amigos y aliados de un presidente que recurre al nacionalismo como único lema para agitar los recursos más primitivos de legitimación propia entre una población que ya solo cree en la resignación y el victimismo de la nación rusa. Mientras en China millones se urbanizan todos los años y millones se incorporan a la clase media, los rusos ven caer su esperanza de vida a niveles del Tercer Mundo. Y contemplan desde su terca parálisis evolutiva en industria, servicios, formación e infraestructuras, una pequeña clase inmensamente rica que dilapida su capital en el exterior, compra el paisaje urbano de Londres, se hace palacios en Italia o en Marbella y encuentra su único motor de existencia en la obscena ostentación por todos los rincones del lujo de este mundo.

Mientras en la vieja Rusia las carreteras y ferrocarriles son aun las de Papa Stalin con algún parche brezneviano. Putin necesita vender su gas y su petróleo y unas cuantas materias primas más. A toda costa. Porque es lo único que tienen para alimentar a los rusos y que éstos no les asalten a él y a sus amigos los palacios de invierno y de verano. Y en Europa no lo va a tener incondicionalmente. Ya no. De nuevo hay hábitos incompatibles con lo que pretendió ser amistad y se convirtió pronto en compadreo cuando no complicidad.

Hoy a lo que aspira Putin es a mantener lejos de sus fronteras cualquier ejemplo de transformación con éxito, cualquier evolución de una sociedad hacia la prosperidad con democracia, de la libertad con eficacia. Sabe muy bien que su capitalismo de Al Capone y venta a granel ha fracasado. Y teme que los rusos tengan cerca un escaparate en el que comparar su suerte con la de pueblos cercanos. De ahí los avatares ucranianos. Si Ucrania se convierte en un éxito de la libertad como Polonia, nada impedirá ya que los rusos reclamen también su puesto en el dominó de las libertades y la democracia.

A las autoridades chinas las libertades y los derechos de los rusos o cualquier otro les importan poco. Sus criterios son otros muy asiáticos. Con otras dimensiones en el tiempo. Con Rusia tienen ahora un socio maleable, que acude a las puertas chinas desde la inferioridad. Porque Europa y China y EEUU pueden diversificar y diversificar sus fuentes de energía. Pero Rusia no puede diversificar su oferta de mercancías con las que alimentar a su gente.

En Occidente, los débiles, los cobardes y los infantiles están impresionados por un Putin que a corto plazo tiene éxito con su matonismo. En realidad, Putin solo puede permitirse ese matonismo por ellos. Aunque aquí está con el viejo presidente chino, el ademán del presidente ruso tiene gracia y contenido. Es casi metáfora de su posición en la historia. Inquieto y solicito frente al chino reposado, Putin pide y China otorga.

 

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