THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

Thomas Mann, un autor en guerra

«Nadie definió con tanta sutileza lo que supuso la Primera Guerra Mundial para una sociedad, la de aquel inicio de siglo, que intentaría recuperarse del clima bélico ya sin éxito, como lo hizo Thomas Mann en ‘La montaña mágica’»

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Thomas Mann, un autor en guerra

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Siento el final como una de las ocasiones más altas de la literatura. Castorp percibe que el sanatorio ya no es para sí. Han pasado siete años, y el hombre ya no tiene más pan espiritual que llevarse a la boca: abajo, lejos de la montaña, ha estallado la guerra. Cuando Castorp se alista, probablemente ya sabe que va a morir. Gritos, barro, sangre, sudor. Elementos todos que harán despertar sus sentidos como poco antes le parecía imposible. Intenta tomar una posición cualquiera, en una batalla cualquiera. «Y así, en el fragor del combate, bajo la lluvia del crepúsculo, le perdemos de vista», dice el narrador. Es, probablemente, una de las mejores secuencias en prosa que este que escribe ha podido leer. El objetivo se aleja, va dejando muertos en el tapiz de la escena, probablemente sea Castorp uno de esos cadáveres- nunca lo sabremos-, y termina con una pregunta, con una reflexión, con una sentencia: «¿Será que en esta bacanal de muerte surja de nuevo el amor?».


Nadie definió con tanta sutileza lo que supuso la Primera Guerra Mundial para una sociedad, la de aquel inicio de siglo, que intentaría recuperarse del clima bélico ya sin éxito, como lo hizo Thomas Mann en La montaña mágica. El autor, de cuya muerte se cumplen ahora sesenta y cinco años, y cuya herencia sigue pesando enormemente en la cultura alemana, sintió cómo todos los traumas que arrastraba se abalanzaban contra él en forma de hostilidad y muerte. Homosexual, con un estado espiritual y religioso muy conflictivo, vio llegar la guerra y tomó una decisión que ya le pesaría para siempre: se declaró profundamente nacionalista, y defendió los intereses germanos con empeño. Con la guerra perdida, intentó atemperar esa postura conservadora. Declaró abiertamente su homosexualidad, dedicó párrafos a ilustres hombres con los que compartía condición: desde Whitman hasta Verlaine. Son los años del éxito: llegaron La Montaña Mágica y el Nobel. Pero una nueva amenaza se levantaba silenciosamente, y esta vez Mann no quería pasar por cómplice. Se opuso frontalmente a los nazis, lo cual trajo consigo un exilio del que ya nunca se recuperaría.

La mejor manera de clasificar a los grandes autores de la literatura es siendo consciente de que son inclasificables. Este fenómeno se da, por supuesto, también con Thomas Mann, un escritor fantástico, realista, trágico, idealista, temperamental, reflexivo y así con una serie de adjetivos oximorónicos, una retahíla de rasgos que sólo dejan constancia de una realidad que atañe a este tipo de gigantes: su literatura tiene tantas aristas que es prácticamente inabarcable. Sin embargo, este verano lo he dedicado a varias lecturas de su obra, y una de las características que mejor se perciben es ese ajetreo político, social, religioso, sexual y, en última instancia, bélico al que se vio sometido. Cansado de Estados Unidos, donde se había instalado en los últimos años, decidió volver a Europa, pues dentro del gobierno norteamericano ya era visto como un stalinista en potencia. Al llegar a Suiza, una trombosis se lo llevó por delante sin haber podido volver a su querida patria, pese a que en una de sus frases más famosas decía que Alemania estaría donde él estuviese. Sesenta y cinco años después, la pesadumbre por ese conflicto interior ha llegado a nosotros en forma de una de las cimas de la literatura universal.

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