THE OBJECTIVE
Juan Claudio de Ramón

Un misterio

La de padre o madre es una condición misteriosa. Un misterio de difícil solución, si como única pista tuviéramos el testimonio de nuestros amigos con hijos, que andan todo el día quejándose: de no dormir, de no tener tiempo de leer, de escribir, de ir al cine o quedar con amigos, de viajar, de ir a museos o exposiciones, de nada, en realidad; de haber perjudicado su carrera profesional o echado a perder oportunidades laborales; de padecer estrecheces económicas, sobrevenidas o añadidas a las que ya se tenían. Sobre todo, de estar cansados. Muy cansados. Exhaustos.

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Un misterio

La de padre o madre es una condición misteriosa. Un misterio de difícil solución, si como única pista tuviéramos el testimonio de nuestros amigos con hijos, que andan todo el día quejándose: de no dormir, de no tener tiempo de leer, de escribir, de ir al cine o quedar con amigos, de viajar, de ir a museos o exposiciones, de nada, en realidad; de haber perjudicado su carrera profesional o echado a perder oportunidades laborales; de padecer estrecheces económicas, sobrevenidas o añadidas a las que ya se tenían. Sobre todo, de estar cansados. Muy cansados. Exhaustos.

Hay algo, por tanto, de aparentemente irracional, en la decisión de tener hijos. También de contracultural y hasta subversivo, me atrevería a decir. Es una de las contradicciones culturales del capitalismo que necesite acrecer la masa de consumidores –insostenible en el tiempo sin recambio generacional– y al mismo tiempo facilite la disolución de vínculos, el primero y más pertinaz de los cuales es la relación filial. El sociólogo Ralf Dahrendorf lo decía bien: nuestras oportunidades vitales son una función de nuestros vínculos y nuestras opciones. La modernidad es un proceso emancipador que consiste en disolver vínculos para expandir las opciones. El ser-sin- vínculos, tal es el ideal de la época: libre y disponible para consumir, para cambiar de trabajo, de pareja, de país, en cualquier momento. Todo lo contrario que la condición de padre o madre, el más sólido de los vínculos, que se resiste a esfumarse en el aire. La naturaleza ha dictado que tengamos hijos; la cultura nos invita a no tenerlos.

Quede claro: no expreso un lamento. Me gusta vivir en un mundo lleno de opciones, y donde una de ellas sea precisamente la de no tener hijos. Intento sólo comprender esa extraña condición de quienes sí quisieron (y pudieron: el otro gran inhibidor de la natalidad es la penuria económica) tener herederos; esa suerte de malestar gozoso. Y hablo de «condición» y no de hobby o entretenimiento, que es lo que la industria del ocio, deseosa de no perder clientes, intenta astutamente que creamos.

Resumiendo: ¿Por qué alguien querría reducir sus opciones para crearse un vínculo que le supondrá aprietos financieros, aniquilará su tiempo libre, pondrá trabas a su carrera, y le traerá preocupaciones y agobios de por vida?

Soy padre de dos y sólo puedo decir esto: yo no entendía y ahora entiendo.

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