THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Vuelve la Guerra Fría

«La globalización se podría frenar en seco mañana, sí, pero no sería gratis»

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Vuelve la Guerra Fría

Markus Schreiber | AP

Vuelve la lucha de clases, pero ahora bajo un manto inopinado, novísimo y también desconcertante. Nada que ver con la herrumbrosa estampa decimonónica de proletarios fabriles y capitalistas con chistera en eterna querella por el destino de la plusvalía. De todo aquello ya solo quedan algunos fotogramas descoloridos de Bertolucci en los rincones menos ventilados de las hemerotecas, apenas eso. La de ahora es otra cosa, distinta hasta lo irreconocible por lo demás. He ahí, sin ir más lejos, al establishment todo de Estados Unidos, con los plutócratas de Wall Street en la cabeza de la manifestación, apoyando al candidato de los demócratas frente al favorito de la clase obrera asentada en la América profunda, Donald Trump. Los de muy arriba, las grandes fortunas globalizadas y las carreras profesionales impulsadas por  la internacionalización de los mercados y la deslocalización de las cadenas de valor, aliados con los de muy abajo, esos trabajadores manuales inmigrantes que dan forma al último escalón de la pirámide social, todos juntos contra las viejas clases medias autóctonas en decadencia, esos nuevos y antiguos votantes republicanos hoy empeñados en la defensa de la soberanía económica del vetusto Estado-nación, un afán que a ellos mismos se les hubiera antojado inimaginable hace apenas tres lustros.

Del mismo modo, igual envuelta en ropajes desconocidos, también vuelve la Guerra Fría. Véase la orden expeditiva que acaba de dictar la Casa Blanca prohibiendo a los países del mundo todo la venta de suministros de semiconductores a Huawei, el gigante paraestatal chino. Un ataque con potencial letal contra la empresa que ahora mismo domina el 5G en el planeta, al punto de que incluso el principal proveedor chino de Huawei, el consorcio SMIC, tampoco puede servirles repuestos, ya que fabrica con componentes importados de Estados Unidos y se arriesgaría a perderlos en caso de desobedecer las órdenes del Departamento de Comercio de Trump. Por lo demás, solo una escaramuza, la enésima, en ese revival del enfrentamiento de los bloques cuando la segunda mitad del no tan difunto ni mucho menos enterrado siglo XX. Lo prometió poco antes de ganar sus primeras elecciones: «Voy a forzar que Apple fabrique sus ordenadores en Estados Unidos, no en China». Y es muy probable que, contra lo que suele ser su costumbre, hablase en serio. En ese caso, la pregunta pertinente sería si se puede frenar la globalización. Y la respuesta es que sí. Se puede parar, claro que se puede parar. Y la prueba de que eso resultaría factible es que ya se hizo en su día. Nadie parece recordarlo, pero el mundo de las fronteras abiertas, las inversiones trasnacionales rutinarias, el patrón oro y la confianza ubicua en el llamado progreso existió más de un siglo antes de que la tercera ola globalizadora de la biografía del capitalismo diera inicio poco después de la caída del Muro. E, igual que irrumpió en el escenario de la Historia con una fuerza que también entonces se creía arrolladora, desapareció sin dejar rastro, al súbito modo, en 1914, de la mano de la Gran Guerra. En ningún sitio está escrito que eso no pueda volver a repetirse.

La globalización se podría frenar en seco mañana, sí, pero no sería gratis. Pasar a fabricar en su totalidad el iPhone en casa, por ejemplo, lo que incluiría la producción de hasta el último componente en factorías domésticas, incrementaría el coste final del aparato en, según los cálculos más precisos, unos 90 dólares. 90 dólares adicionales que, huelga decirlo, deberían pagar los consumidores. Muchos más empleos industriales y bien remunerados en América a cambio de que el juguete les salga un poco más caro a los compradores, incluidos los propios americanos. No suena disparatado, al contrario. Reducido a la mínima expresión de su quintaesencia ontológica, el trumpismo es eso. El pequeño problema del asunto es que, a estas horas, el 60% del comercio mundial está formado por cachivaches – molduras de plástico, placas de aluminio, microtornillos del iPhone y mil chismes por el estilo- que se fabrican en Oriente y se ensamblan en Occidente. El 60%. ¿Se puede parar mañana el 60% del comercio mundial? Aunque la pregunta correcta quizás sería otra, a saber: ¿Se puede parar mañana el 60% del comercio mundial sin correr algún riesgo de que los países desarrollados de Occidente, con Estados Unidos en primer lugar, sufran algo más que una rasguño por el camino? Dejo la respuesta en manos del lector.

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