'Womenomics'
«El desafío más inmediato es evitar que la COVID-19 suponga dar marcha atrás en el progreso alcanzado en los últimos años»
Están al mando de las más importantes instituciones financieras del mundo. A pesar de que ocupan solo el 2% de los puestos ejecutivos de la industria y no llegan a representar el 20% de los miembros de sus consejos de administración. Christine Lagarde en el Banco Central Europeo, Kristalina Georgieva en el Fondo Monetario Internacional, Janet Yellen en la Secretaría del Tesoro estadounidense, la recién nombrada Ngozi Okonjo-Iweala al frente de la Organización Mundial de Comercio, Odile Renaud-Basso en el Banco Europeo para la Reconstrución y el Desarrollo o Gita Gopinath, economista jefe del FMI, y Carmen M. Reinhart, vicepresidenta del Banco Mundial además de su economista jefe. Mujeres son también quienes dirigen las más importantes publicaciones de divulgación económica y financiera del mundo: Roula Khalaf en el diario Financial Times y Zany Minton Beddoes en el semanario The Economist.
¿Hasta qué punto su presencia mayoritaria en estos importantes órganos de decisión y divulgación financiera ha traído nuevos aires a la manera de hacer y entender la política económica? Mucho se ha hablado de la casualidad de que los países que mejor están gestionado la pandemia -Noruega, Finlandia, Islandia, Dinamarca, Nueva Zelanda o Alemania- tengan a una mujer al frente de sus Gobiernos. Su balance de contagios y de fallecidos es muy inferior a la media mundial a pesar de haberse visto también muy severamente castigados por la tercera ola.
¿Comparten las féminas algunos rasgos en común a la hora de hacer política? La teoría es atractiva y algunos datos pueden servir para fundamentarla, pero me declaro moderadamente escéptica.
Lo que sí es cierto es que la gran recesión de 2008 a 2013 y sus terribles secuelas sociales, seguida en apenas ocho años por el actual shock económico que ha provocado la pandemia de la COVID-19[contexto id=»460724″], han servido para dar un vuelco a la política económica en las economías avanzadas. Atrás quedaron la austeridad y la desregularización de los mercados de los años del neoliberalismo. Hoy la prioridad es aumentar el gasto público para fomentar el crecimiento y asegurar la cohesión social. E intervenir en la economía para impulsar el cambio tecnológico y la transición eclógica. Son las acciones que forman la columna vertebral tanto del plan de estímulo de 1,9 billones de dólares aprobado en EEUU como del Next Generation EU de 750.000 millones de euros acordado en Europa. Coincidencia o no, en ese cambio de tercio han tenido un papel protagonista muchas mujeres que hoy encabezan esas instituciones.
En la amistosa charla mantenida entre Georgieva y la estadounidense Yellen, recién nombrada en su puesto pero que fue la gran impulsora del crecimiento y el empleo al frente de la Reserva Federal bajo la Administración de Obama, con motivo del pasado 8-M, discutieron de cómo evitar que esta crisis se siga cebando en las mujeres, los jóvenes y los más vulnerables. Y de cómo mejor aprovechar la oportunidad de las grandes inversiones públicas para hacer una transformación ecológica y evitar que queden socialmente excluidos quienes no tienen acceso a la tecnología… A anteriores directores generales del FMI, como el ortodoxo Michel Camdessus, que siempre imponía recortes del gasto a cambio de la ayuda del Fondo, le habrá dado un patatús.
Tanto en el FT como en The Economist, las dos publicaciones de cabecera de los liberales anglosajones y europeos, hoy se leen editoriales que abogan por un nuevo contrato social para frenar la desigualdad, que apoyan la reforma del capitalismo que hasta ahora solo se ha preocupado por los intereses de sus accionistas, stockholder capitalism, que llegó al límite con el estallido de la burbuja financiera en 2008, por uno llamado stakeholder capitalism, que vele por el bienestar de sus trabajadores y que sea sensible a las preocupaciones de sus clientes sobre cómo la actividad de la empresa de turno impacta en el medioambiente o promueve la igualdad entre hombres y mujeres facilitando el cuidado de los hijos. Una reforma que la pandemia del coronavirus ha hecho aún más necesaria.
También desde el BCE Lagarde aspira a hacer una política monetaria que ayude a combatir el cambio climático. Un paso más para alejarse de la ortodoxia fundacional de la institución que inició Mario Draghi con su política de compra de bonos y otros valores para evitar la ruptura del euro. Ambas iniciativas desbordan el mandato original de procurar sólo la estabilidad de los precios, con una inflación del 2%.
¿Tienen género estas políticas o ideas? No. Pero sí las están promoviendo desde el poder varias mujeres.
La integración de la mujer en el mercado de trabajo añade además valor a la economía. La renta media de las familias en EEUU ha crecido solo un 1,3% en los últimos 40 años y este incremento es enteramente atribuible a las mujeres. Representan el 90% de esa subida de 1979 a 2018. La renta media de las mujeres trabajadoras estadounidenses subió de 57.420 dólares a 69.559 dólares anuales. En ese periodo, las mujeres contribuyeron a la riqueza nacional con dos billones de dólares. El Instituto Global McKingsey dependiente de la consultora aseguraba en un informe que avanzar en la igualdad de las mujeres podía añadir 12 billones al PIB mundial (10% del total mundial en 2025).
El margen para progresar sigue siendo grande. Pero el desafío más inmediato es evitar que la COVID-19 suponga dar marcha atrás en el progreso alcanzado en los últimos años. Además de la cohesión social, el medioambiente y la digitalización, ¿pueden los planes de estímulo para contrarrestar los efectos de la pandemia contemplar una partida para avanzar en la igualdad laboral como impulsora del crecimiento económico? Canadá y algunos países africanos ya lo están haciendo. Tal vez sea bueno seguir su ejemplo.