THE OBJECTIVE
Alexandra Gil

Yihadismo con rostro de mujer

«En Francia, desde 2014, 25 mujeres han estado implicadas en proyectos de atentados ideados para perpetrarse en este país»

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Yihadismo con rostro de mujer

Son algo más de las tres de la madrugada del 4 de septiembre de 2016. Inès Madani tiene 19 años y trata sin éxito de prender fuego con un cigarrillo al Peugot 607 gris sin matrícula que previamente ha llenado con seis bombonas de butano y rociado de gasoil con la ayuda de Ornella Gilligman (29 años). El plan no funciona. Un error en la elección del carburante las lleva a abandonar el vehículo con las luces de emergencia encendidas, a escasos metros de la Catedral de Notre-Dame, donde ambas pretendían —tal y como confirmarían durante el juicio— causar el mayor número de víctimas posible. La precipitación salvó aquel verano a la capital francesa de la materialización del que cerca estuvo de convertirse en el primer atentado yihadista perpetrado por un comando de mujeres en suelo francés. Por estos hechos, ambas terroristas fueron condenadas el pasado lunes a 30 y 25 años de prisión.

Lo que la mayor de ambas, Ornella Gilligman, ignoraba en el momento del ataque fallido era que la persona que la había incitado a cometerlo, aquel combatiente de ISIS del que se había enamorado vía Telegram y con el que había intercambiado más de 6.000 mensajes en escasas semanas, no era el tal Abou Souleyman que decía ser, sino la mismísima Inès Madani, que, bajo un pseudónimo masculino, logró seducirla y reclutarla. Durante el juicio quedó constancia de su personalidad camaleónica, de la que la joven sacó pecho alegando que quizá emprendió aquel juego de seducción por mero aburrimiento. También utilizó estas dotes para alentar a otras jóvenes a unirse a la yihad.

En Francia y únicamente desde el año 2014, 25 mujeres (11 de ellas menores de edad) han estado implicadas en proyectos de atentados que fueron ideados para perpetrarse en este mismo país. El atentado fallido de las bombonas de gas marcó un antes y un después en la subestimación del peligro de la mujer yihadista, cuya ideología, cabe recordar, es idéntica a la del hombre. Si bien es cierto que Francia judicializa desde 2017 a todas las mujeres que se han desplazado a zona de combate, lo cierto es que esto no siempre fue así: ninguna mujer había sido juzgada por terrorismo entre los años 2014 y 2015, mientras que esta cifra aumenta a 40 entre 2016 y 2018.

Tras dos años de investigación, el informe final de Globalsec, European Jihad: future of the past?, acerca de nuevo la lupa a esa incómoda generalización que desde el comienzo del conflicto sirio convirtió a las yihadistas en meras víctimas pasivas de su captación, como si las técnicas utilizadas por ISIS para reclutar a mujeres eximieran a estas de su determinación. Cierto es que la maquinaria propagandística del autodenominado Estado Islámico ahonda en los anhelos de estas jóvenes cautivándolas a través de la culpa, de sus aspiraciones de formar una familia y vertebrarla en un islam rigorista, de estructurar su (a menudo) caótica vida con un dogma sin equívocos liderado por un combatiente presentado bajo un falso halo romántico. En Le jihadisme des femmes: Pourquoi ont-elles choisi Daech?, los sociólogos Farhad Khosrokhavar y Fethi Benslama retratan cada uno de los deseos frustrados de la generación de yihadistas francesas que el ISIS manipuló para su beneficio. En definitiva, dicha maquinaria logró identificar los diversos malestares de jóvenes europeas y convencerlas de que engendrar la nueva generación de combatientes reforzaría su identidad y aportaría a su vida el sentido del que carecía.

Pero, si bien las causas pueden responder a patrones comunes, tanto la responsabilidad final de la implicación de una mujer adulta en el proyecto terrorista como la evolución del radicalismo de estas mujeres dentro de la organización deben ser observadas con cautela. Pienso en la yihadista bretona Emilie König, conversa a los 17 años, y en lo que la socióloga francesa que siguió su caso me contaba, todavía en mayo de 2016, sobre las conversaciones que mantuvo con ella en 2012, meses antes de que ésta cruzase la frontera turco-siria. “Cuando empecé a ponerme el niqab me di cuenta de que cuanto más lo llevaba, más ganas tenía de volver a usarlo”, aseguraba König. “Ahora es mi segunda piel. Si me lo quito, se me ven los huesos”. Sorprendía el modo en que condenaba la cobardía de algunos de los hombres que la rodeaban. A su parecer, no lo suficientemente creyentes. “Mi exmarido practicaba, pero a la carta. No era un verdadero musulmán”. Esta francesa lograría reclutar a más de 200 jóvenes y sería la primera mujer en entrar a formar parte de la lista negra de Estados Unidos. En febrero de 2019, RTL dio con ella en el campo de Al Roj. Pedía regresar y ser juzgada en Francia.

Recuerdo también a la madre de Nora, una joven de Schaerbeek cuya historia recojo en mi libro. La madre defendía su inocencia. Al charlar con ella sobre unas imágenes de Youtube en las que se ve a su hija, (conocida como “la viuda negra” y a la que se reconocen extraordinarias dotes de captación de mujeres) manejando una kalashnikov en un campo sirio, la mujer resoplaba indignada alegando que aquella, bajo el niqab, podría ser cualquiera.

Mi lectura escéptica de esa implicación cuasi naif en un proyecto terrorista llegó casi de golpe, a través de dos frases gélidas, crueles, determinadas, una tarde de 2016. Michèlle me contaba cómo su hijo se había convertido al islam tras conocer a la joven con la que poco después huiría a Siria. Al preguntarle por su relación con ella, me pidió que apagase la grabadora y me mostró los mensajes de texto que ambas intercambiaban mientras él estaba en combate. “Envíanos más dinero”, exigía la joven sin saludo previo. La madre respondía en un tono seco. “No puedo”. Y eludía la orden, preguntando cómo estaban sus nietas, bebés bajo el califato. Si comían bien, si pasaban frío, si con el dinero que ya había enviado les habían comprado ropa. “¿Crees que es normal ignorarme y hablar conmigo solo para pedirme dinero? Estoy viviendo un infierno. Me tienen vigilada. Si sigo, pueden acusarme de financiación de terrorismo”. Temor que, por cierto, terminaría haciéndose realidad en 2019.

La respuesta de la joven fue letal. “Te he dicho que nos envíes dinero. Y mucho cuidado con el tono que usas conmigo. Si tu hijo muere en combate, dime, ¿con quién piensas que tendrás que hablar para tener noticias de tus nietas?”

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