José Carlos Llop: la libertad del escritor insular
«El compromiso personal e intelectual de Llop es con y para la literatura y su verdad»
Como Borges, José Carlos Llop quiso ser ante todo poeta —«yo siempre quise ser poeta y a partir de un momento dado me supe poeta. Pero uno es poeta cuando escribe poesía. En ese momento concreto, quiero decir»— y como su admirado Philip Larkin fue bibliotecario. Su Mallorca natal tiene algo de la Venecia de Joseph Brodsky y de la Trieste de Claudio Magris e Italo Svevo, que no fue bibliotecario, pero dividía su día entre la escritura y su trabajo en la Unión Banquera. Y es que en la Mallorca de Llop confluye la gran tradición de Mitteleuropa con la cultura mediterránea, confluencia que se inscribe a su vez en las páginas del traductor, poeta y narrador del que ahora la editorial Elba publica una extensa e interesantísima conversación con Nadal Suau y Daniel Capó (José Carlos Llop: una conversación).
Recuerda Llop que el «turismo empieza en la isla mucho antes de que el turismo empiece como tal» y que «Mallorca es una isla que está en la Historia más que otras islas del Mediterráneo», en gran medida por su inserción y diálogo constante con los «cánones occidentales» desde la época de Ramón Llull y por ser destino de viajeros, literatos y artistas como Gaston Vuillard, Charles Wood, George Sand, Chopin, Paul Morand, Gertrude Stein o, más recientemente, Albert Camus o Robert Graves. La isla fue, además, lugar de residencia de Camilo José Cela, quien fundó precisamente en Son Armadans la revista del mismo nombre por donde pasaron, entre escritores y artistas, casi todos y fue ahí, en esa misma isla, donde se crearon las conversaciones de Formentor, tomando nombre de la playa ante la cual tenían lugar, y cuya repercusión, sobre todo gracias al premio que se otorga, trasciende los límites insulares y nacionales. Este culturalismo, en palabras del propio Llop, influyó en él, en su relación con la tradición y con la lengua —«mi relación con la lengua nunca ha sido maximalista», confiesa, «he buscado la música de la poesía catalana en la mía»— combinando tanto en su vida como en su literatura lo catalán —y, consecuentemente, lo mallorquín— con lo peninsular y con lo europeo, reivindicando tanto el carácter insular como el mediterráneo: «En el Mediterráneo es todo uno: ganas y no pierdes nunca. Y el fatalismo forma parte de nuestra cultura, de toda cultura mediterránea: la madre de la filosofía, de la religión, del comercio, de Europa, de la guerra, de la literatura como memoria…».
La memoria como materia literaria
Recuerda con algo de añoranza el respeto que su abuelo le tenía a la literatura, así como los relatos orales de su madre, muchos de los cuales han dado forma a algunas de las páginas de sus novelas, todas ellas construidas a partir de la memoria personal y colectiva, aquella en la que la experiencia personal se entremezcla, a veces hasta confundirse, con los relatos leídos o escuchados, aquellos incorporados hasta el punto de ser constitutivos de uno mismo. De la mano de su abuelo y de su padre llegaron las primeras lecturas, empezando por la Biblia, que junto a Homero, está en el inicio de todo, pero sobre todo llegó la conciencia de que había nacido para escribir: «La escritura es un destino como lo es el carácter, y en ese destino está contar todo lo que uno ha de contar y de la forma en que ha de hacerlo. Es decir, un imposible. De ahí que nunca baste un solo libro». Tampoco basta un solo género para hacer de la memoria el principal material literario; de ahí que Llop no solo haya alternado poesía y narrativa, sino que también haya abrazado el género del diario, muy presente, como recuerdan Capó y Suau, en la obra de toda esa generación: Trapiello, García Martín y Juan Manuel Bonet. Confiesa Llop que su acercamiento al dietarismo se debe en gran medida a la influencia que ha ejercido sobre él Cristóbal Serra, gran amante del género y autor de Diario de signos. Para Llop, «siendo optimistas», en el presente, el diario debe ser «la memoria de un tiempo al margen que se convierte, gracias al género y su introspección, en el centro del tiempo. Al menos», añade, «es lo que hemos de creer frente al abuso del yo en blogs, conversaciones, tertulias, redes… allá donde mires, la pobre y repetitiva protuberancia del yo».
En gran medida, puede decirse lo mismo de su ficción y no solo de aquella más abiertamente autobiográfica como El informe Stein, donde queda reflejada la experiencia jesuística de Llop así como su infancia en Mallorca, si bien no se concreta en ningún momento el lugar en el que transcurre la acción, sino también en Háblame del tercer hombre, en torno al colaboracionismo francés; en El mensajero de Argel, una novela que parte de una Europa que se está desgarrando; Oriente, una novela-ensayo en torno al erotismo con la presencia de figuras como De Beauvoir, Jünger o Ridruejo; o En la ciudad sumergida, un texto dedicado a Mallorca donde encontramos los ecos de Brodsky, Modiano y Pamuk, tres grandes retratistas de la ciudad y su historia. «Somos nuestros muertos, ellos son nuestros dioses lares y nos protegen. Pero también hemos de cuidarlos teniéndolos presentes en nuestras vidas, no olvidándolos», señala Llop, para quien solamente así se establece «una unión permanente con el pasado, entendiendo el pasado como el origen y el desarrollo de la civilización a la que pertenecemos». Y en el caso del mallorquín, este pasado está inscrito en las ciudades, protagonistas tanto de su vida como de su literatura: está Barcelona, ciudad de sus años de formación, está Mallorca, ciudad de infancia y de vida, y está París, esa gran capital tan amada por el escritor y símbolo de su consagración literaria, al menos en términos internacionales. «Mi amor por la ciudad», confiesa Llop, «nace de la ciudad misma», así como de los libros, puesto que el conocimiento de muchas ciudades llega ante todo a través de la literatura y, en concreto, de la novela, género urbano por excelencia, aunque, apunta el escritor, «la ciudad también tiende al ensayo porque lo es en sí misma» y «ahí es donde ambos géneros se encuentran, porque los ensayos donde la ciudad —la abstracta o una concreta, cualquiera— es protagonista encierran algo muy novelesco». Y es precisamente de este cruce de donde nace La ciudad sumergida, una mirada distinta —no es de extrañar la admiración de Llop por Brodsky y su retrato de Venecia— sobre Palma, una mirada que la ensaya, la evoca, la reconstruye y la crea. En otras palabras, una mirada que encierra verdad en ese «algo muy novelesco» que impregna toda escritura, empezando por aquella que nace del recuerdo y la memoria.
Poesía y verdad
«Siempre he escrito aquello que tenía necesidad de escribir, no lo que se esperaba o no se esperaba de mí», comenta Llop a Daniel Capó y a Nadal Suau a lo largo de la conversación. En este escribir lo que se necesita y lo que se quiere, sin atender a expectativas ni a supuestas tendencias del mercado, el escritor mallorquín retoma algunas de las reflexiones que un Goethe ya maduro realizaba en su autobiografía/ensayo Poesía y verdad y, sobre todo, hace propios estos dos conceptos, no solo porque describen su compromiso con la palabra escrita, sino porque, a día de hoy, se hace especialmente necesaria la reivindicación de la verdad frente a las llamadas fake news, frente al ruido mediático y al parloteo vacío de las redes sociales. «Poesía y verdad. Son cosas que van ligadas o deberían hacerlo», reivindica Llop, que se muestra particularmente crítico con el periodismo, al que considera el «gran cómplice de la posverdad» junto a la «política mediocre» y «la descomposición de las instituciones». Y es precisamente por esto que se sitúa al margen: nunca tuvo la tentación de entrar ni de hacer política, de convertirse en el intelectual de ningún partido, y, si bien escribe en prensa desde hace años, se considera «un intruso, un quintacolumnista, un escritor, pero no un periodista gritón o un agudo y sagaz columnista». Y es que sus artículos forman parte de su obra literaria, escapan del opinionismo político que muchos autores han abrazado con inusitado entusiasmo. El compromiso personal e intelectual de Llop es con y para la literatura y su verdad. Como decía hace algunos meses Andrés Ibáñez, la verdad está en la literatura que escapa de los clichés, en aquella que nace de la experiencia —personal, intelectual, imaginativa— del escritor. Y es desde esta experiencia desde donde nace la obra de José Carlos Llop, un escritor para el cual la periferia y la insularidad no solo son el lugar físico desde donde escribir, sino y sobre todo un espacio de absoluta libertad e independencia desde donde participar del mundo y su memoria, permaneciendo, como diría Thomas Hardy, lejos del mundanal ruido.