El último cronista de Indias
«El chileno Santiago Elordi ha asumido en su libro ‘Ficciones americanas’ la voz del antiguo cronista y reconstruido un territorio que sigue siendo una incógnita»
En Europa, América solo existe de verdad en la imaginación. Quizá porque es el continente con el que estableció parentesco desde hace más de 500 años, quizá porque la desmesura de sus proporciones sigue aturdiendo la psique occidental. No hay mejor manera para que un europeo comprenda América que demostrarle que es un territorio que solamente tiene lugar en sus sueños, en sus anhelos y en sus pesadillas. Por esta razón, tal vez, la literatura sea la forma más eficiente para dar a conocer el continente que va siendo menos nuevo en el continente que se considera a sí mismo viejo.
Recurrimos a la literatura porque es la herramienta que con las mejores mentiras da forma a las más nítidas verdades, y también porque no hay nada que nos guste más que nos cuenten un embuste sabroso, y cuanto mejor contado y aderezado, más queremos creer que es verdad. Esto ha hecho el chileno Santiago Elordi (Santiago, 1960) con su nuevo libro de relatos, Ficciones americanas, (Ed. La Huerta Grande) en el que ha asumido la voz del antiguo cronista y como un nuevo Bernal Díaz del Castillo o José de Oviedo y Baños ha reconstruido un territorio que sigue siendo una incógnita para la mayoría de los europeos y, todo hay que decirlo, para la mayoría de los americanos. Pero el programa literario que sigue en sus relatos se parece a lo que escribió su compatriota Gabriela Mistral de Teresa de la Parra, mi compatriota: «Leyó sin orden nuestra América, donde lo mejor y lo pésimo se entreveran». Y no de otra forma se levanta un libro de relatos, sobre todo uno que quiere volver a contar la historia de un continente policéntrico y polisémico; parafraseando a Borges, América no tiene «ni externo muro ni secreto centro», por lo tanto todos los pueblos son el pueblo.
Este libro, estructurado en 12 secciones que a su vez contienen una cantidad variable de textos a los que debo llamar relatos pero que quiero proclamar relaciones, consejas, mitos, leyendas o embustes, se erige en una historia (casi) imaginaria de América, cuyo arranque es la llegada (a veces infausta, a veces feliz) de Cristóbal Colón al continente. A partir de ahí, debe el lector abandonar toda esperanza de verdad: lo imaginario apunta hacia otro lado. La lectura de sus páginas nos hace evocar la crónica, la fábula y la canción en el sentido que dan los tarén de los pemones del Amazonas: son relatos mágicos que curan de una enfermedad que ahoga a Occidente: la incertidumbre. Ficciones americanas es el gran tarén americano: el libro crea, cura y predice.
El texto, americano como pocos, inclina con pericia el eje del mundo hacia el cono sur y, si uno no ha nacido allí, tiene la sensación de que entiende lo que le cuentan, pero no sabe por qué: el español de aquella región es extraño y familiar para cada uno de nosotros, y ese es uno de los milagros de nuestra lengua: la hablamos tantos millones en tantos lugares diferentes que no deberíamos poder entendernos, pero lo hacemos. Así de plástico y de cohesionado es el español, un don que no debemos olvidar jamás, y que se mantiene junto gracias al Atlántico el padre de todos.
«El idioma es el universo traducido a ese idioma y por eso siempre nos exige nuevas herramientas»
Como el español, Ficciones americanas mantiene su cohesión porque está conformado por lo que antes llamábamos «la unidad en la diversidad», y quién sabe cómo deberíamos llamarlo ahora en estos tiempos de redes y afición por las nomenclaturas enrevesadas.
No obstante, Elordi no evita dejar sus marcas generacionales: por el libro se pasean los videojuegos junto a las figuras icónicas de los mass media de finales del siglo xx, como la primera Madonna, la siempre impresionante Scarlett Johansson o la madre Teresa de Calcuta; lo cual no obsta para que en numerosas ocasiones se sumerja en la materia más importante del narrador, esto es, la reflexión sobre el lenguaje: «Habrá que crear nuevas vocales que den cuenta de sonidos propios de América», dice un personaje cuando se propone inventar un nuevo silabario: el creador es consciente de que el idioma es el universo traducido a ese idioma y por eso siempre nos exige nuevas herramientas. Con su estructura cercana a la miscelánea, el libro de Elordi asedia todas las posibilidades a la hora de narrar y, además, logra un prodigio: la «normalización» de esos dos conceptos que persiguen a la literatura de América como una maldición no solicitada: el realismo mágico y lo real maravilloso, que no definen todo el cuerpo literario del continente pero sin duda lo han marcado con alevosía. Que sea ya algo normal, al menos, nos libera de una pesada y etnocéntrica carga: el exotismo, esa repugnancia.
Pero no se hagan ilusiones: Ficciones americanas exige un lector atento. Puede que diciendo esto le reste lectores al libro, pero no me importa: hay libros que deben ser leídos solo por aquellos que lo merezcan, y yo creo que en España y América hay un vasto número de lectores que están pidiendo más inventiva, más audacia y más inteligencia en las novedades editoriales; menos cursi ñoñería y complaciente paternalismo. En uno de los relatos más divertidos, La pareja que encontró la fórmula para salir del aburrimiento, un personaje pregunta:
—¿De dónde eres? ¿Qué idioma hablas?
Esta es la pregunta que uno le hace a este libro lúdico, juguetón: ¿qué me quieres decir, libro que no es crónica, que no es relación que no es novela que no es historia y es todo eso al mismo tiempo? Pues no hay nada que seduzca más a un lector contemporáneo que presenciar la invención de lenguaje. Es decir, la literatura de toda la vida, de la Ilíada a Cien años de soledad.
Solo una duda me queda, al llegar a la última página: ¿qué significa para Elordi la palabra «americonia»? Yo no supe encontrar la respuesta entre sus páginas. Tal vez usted, lector curioso, sí sepa como hacerlo. Suerte con eso.