Para ser libres
“No se trata de saber si persiguiendo la justicia lograremos preservar la libertad. Se trata de saber que sin libertad no realizaremos nada y perderemos a la vez la justicia futura y la belleza antigua”, Albert Camus
Quién nos iba a decir a los españoles que cumplimos la mayoría de edad cuando la dictadura no sabía que estaba agonizando (porque el dictador seguía vivo) que, cuando llegáramos a la edad de jubilarnos íbamos a necesitar reivindicar la libertad.
Quién nos iba a decir a quienes vivimos la incertidumbre inicial y disfrutamos la grandeza final de la Transición Democrática que iba a llegar un momento en nuestras vidas en el que nuevamente tendríamos que defender el pacto por la democracia que se plasmó en la Constitución del 78.
Quién nos iba a decir a quienes votamos la ley que nos hizo a todos ciudadanos de “un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”, que cuarenta años después íbamos a necesitar organizarnos para conseguir que los derechos que proclama la Constitución Española fueran efectivos para todos los españoles.
Quién nos iba a decir a quienes vivimos cómo se cumplía el sueño de nuestros padres de que España dejara de ser “diferente” que, a estas alturas del siglo XXI los españoles íbamos a tener un Gobierno que volviera a convertir a nuestra Nación en una anomalía europea.
Quién nos iba a decir que, tras sufrir las consecuencias de la decisión de Zapatero de romper los consensos básicos que permitieron alumbrar la Transición y construir la democracia, nos íbamos a encontrar en la presidencia del Gobierno con otro socialista empeñado en liquidar el sistema democrático que con tanto esfuerzo y tanta emoción, con tanta generosidad y tanto sentido de Estado, empezaron a construir nuestros padres.
Vivo con pesar la ruptura de la incipiente conciencia de ciudadanía que comenzaba a vertebrar la Nación democrática. Quizá por eso siento que en este convulso momento de la historia de España, en el que la pulsión golpista de los secesionistas junto al nulo vigor democrático del Gobierno de Sánchez ha deteriorado nuestras instituciones, tenemos la obligación de defender la democracia.
Se que resulta antipático decir que la democracia está en riesgo (a los españoles nos caen mejor quienes nos dan buenas noticias, aunque sepamos que nos están mintiendo). Pero no pienso contribuir al engaño, y menos aún desde las páginas de un nuevo periódico que nace con el compromiso de la verdad. Sí: la democracia española está en riesgo. Está en riesgo porque al frente del Gobierno está un tipo que fue aupado a esta magistratura con los votos de los proetarras, los golpistas y los populistas bolivarianos de extrema izquierda, defensores de los regímenes totalitarios más sangrientos de la historia de la humanidad. Sí, la democracia está en riesgo porque los grupos políticos que sostienen y componen el Gobierno tienen como objetivo destruir la España constitucional.
Una democracia está en riesgo cuando el Gobierno no respeta la separación de poderes y quiere intervenir todas las instituciones del Estado; una democracia está en riesgo cuando el Gobierno parasita la Fiscalía General del Estado y la convierte en su despacho de abogados para que les defienda de todas sus fechorías; una democracia está en riesgo cuando el Gobierno persigue a los jueces independientes y cesa a los servidores públicos que se niegan cumplir órdenes ilegales; una democracia está en riesgo cuando el Gobierno da instrucciones a los medios de comunicación y desacredita —o expulsa de la profesión— a los periodistas u opinadores libres. Una democracia está en riesgo cuando desde el Gobierno se ataca la Jefatura del Estado, cuando el Jefe del Gobierno trata de desacreditar al Jefe del Estado.
Sí, la democracia está en riesgo porque la unidad de acción entre el Partido Socialista y los populistas de extrema izquierda, los bolivarianos, los proetarras, los golpistas y los nacionalistas de toda índole y condición han resucitado las dos Españas, ese drama que creímos haber superado con el pacto constitucional. Y a quienes para no comprometerse miran hacia Bruselas he de darles una mala noticia: formar parte de Europa no nos va a mantener a salvo de los desmanes de un Gobierno que para conseguir y mantener el poder ha sellado pactos de sangre con aquellos que, apelando a privilegios de raza o añorando el modelo populista de extrema izquierda o las dictaduras comunistas, quieren romper el país.
Llegados a este punto, los ciudadanos debemos preguntarnos qué podemos hacer para defender nuestras instituciones y nuestra democracia. Y, teniendo en cuenta que rendirse no es una opción, sólo cabe aceptar que ha llegado la hora de organizar la resistencia. Defender la libertad siempre vale la pena.
Entiendo que para eso nace también este diario. Bienvenidos a la batalla, ‘El Liberal’.