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Marejada regia, por Juan Andrés Rubert

Marejada regia, por Juan Andrés Rubert

678.393 euros. Esa ha sido la cantidad entregada de forma voluntaria a Hacienda por Juan Carlos I. Una regularización fiscal con la que el Rey Emérito reconoce su culpa y enmienda, en parte, su error. Poco sabemos del periplo judicial que pueda iniciarse a partir de este punto, aparte de que la Fiscalía haya señalado que el asunto afecta a “una investigación más amplia”.

Resulta evidente el flaco favor que le está haciendo el anterior jefe del estado a una institución a la que tanto mimó como eje vertebrador de la nación durante la Transición española. No ha sabido mantener la firme ejemplaridad que se le debe exigir a un monarca. Ni de salvaguardar la ética de una posición que se examina con microscopio público. En los últimos meses han salido a escena las sombras de su largo reinado, que han destacado de forma más intensa que sus muchas luces.

Una situación idílica para los críticos, para qué engañarnos. En medio de la marejada regia han aparecido los sibilinos detractores de la monarquía española. Una vez más, como córvidos. Los que aprovechan este momento para poder devorar dicha institución –que presuponen moribunda– y hacerla desaparecer de una vez por todas.

Véase el pasado Día de la Constitución, cuando Podemos aprovechó el acto para reivindicar, una vez más, su ansiada república. O para comparar al jefe del estado con un narcotraficante. Y lo hace un partido que se sienta cada martes en el Consejo de Ministros del Gobierno de España. Trato de pensar en otro país, en cualquier otra democracia, y me costaría no solo verlo, sino entenderlo.

Pero no hay que olvidar, polémicas aparte, que el Rey Emérito dio un paso al lado. Abdicó en favor de su hijo, Felipe VI. El actual monarca dejó bien claras las líneas de su reinado, y no se le puede reprochar el responsable ejercicio de transparencia que ha aplicado desde el principio. También de regeneración. Hasta el punto en que repudió a su propio padre para preservar la Monarquía. A la sangre de su sangre. Renunció, por otro lado, a cualquier tipo de herencia portadora de dudosas legalidades. Incluso dio el visto bueno a la salida de Juan Carlos I del país.

La Corona representa la reconciliación de todos y cada uno de los españoles. Gracias a la labor de Juan Carlos I se apuntaló nuestra democracia en 1978. Que miren, si no, a Santiago Carrillo o a Dolores Ibárruri, controvertidos dirigentes del PCE. Si se ataca a la Monarquía, se tambalean todos esos logros. Y es la única garante en estos momentos de la unidad de España, tan en entredicho.

Aquellos que se desgañitan contra el actual modelo de estado buscan derribar el llamado Régimen del 78. Curioso, el que garantizó que todos pudiéramos jugar en el mismo tablero. La excusa es el Rey Emérito, cuando a quien realmente quieren derrocar es a Felipe VI, fulminar todo lo que representa. No lo esconden.

Pero aquí no se trata de ser un firme entusiasta monárquico, sino de preservar algo mucho más importante: nuestra libertad.

 

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