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Las banderillas de Sánchez

Las banderillas de Sánchez

El Gobierno y el Partido Popular dieron por rotas las negociaciones de renovación de instituciones y alegaron diferencias insalvables. Llamadas de teléfono, reuniones, cafés y choques de cabezas para intentar alcanzar un acuerdo de recambio en el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo, el Tribunal de Cuentas y la Agencia Española de Protección de Datos. Al estilo Monopoly.

Ambas partes constataron que existían escollos, por lo que no fue posible lograr un pacto. Tan solo se salvó de la quema el relevo acordado de la cúpula de RTVE. Previamente, en el Congreso, tanto Pedro Sánchez como Pablo Casado se acariciaron los lomos, bajaron decibelios y mostraron una imagen menos arisca. Era obvio que se estaba negociando en un cuarto oscuro, como dijo Inés Arrimadas, que puso el grito en el cielo, aunque ya nadie escuche su predicamento. Pero la política en esas caricias parlamentarias, para el que la sabe manejar sin escrúpulos, tiene sus sorpresas. 

Según la versión de Génova, los encuentros y ese único acuerdo fueron solo con la parte socialista y continuaron con la prédica de su veto fantasioso a Unidas Podemos. Mientras, desde Moncloa se señaló que se llegó a un consenso junto con la formación morada y, sorpresa, con el PNV. El perenne estómago agradecido del nacionalismo vasco, la banca que siempre gana. 

Sánchez, en su faceta de torero de plata, le ha vuelto a poner un buen par de banderillas a Casado. El líder del PP acudió al cite y se ha vuelto a ver humillado. En la rueda de prensa primaveral en Moncloa del pasado viernes —estilo picnic—, el presidente del Gobierno volvió a arrodillar al líder de la oposición. Redobló la presión de las negociaciones y, de alguna manera, obligó a Casado a que aceptara sus condiciones… sin condiciones. Que solo el PP era el culpable del bloqueo. Y el jefe de la tribu popular no debería caer en esos ampulosos engaños. Sería un gravísimo error y el PP no está para esos trampantojos. No es el único Pablo que está a su merced, ya que Iglesias también está doblegado a su voluntad.

Porque Sánchez, astuto como él solo, está crecido en la batalla. Proyectó, una vez más, la película entre el bien y el mal. Entre lo correcto y el camino de la perdición. Entre la Verdad y la visión perniciosa que muestran los demás. Porque solo él tiene la llave para abrir las puertas que le vengan en gana como presidente del Gobierno. 

El portentoso aparato propagandístico que tiene detrás, con Iván Redondo a los mandos del relato, fabrica también una visión idílica de un Sánchez mesiánico, capaz de lidiar con cualquier problema que se le plantee. La opinión pública dirá lo que quiera y el personaje en cuestión generará mayor o menor empatía, pero ha ganado todas y cada una de las afrentas políticas que se le han puesto por delante. Ya hablaremos del precio asumido, pero eso es otra historia.

Uno puede intuir cómo puede acabar también la embestida de las negociaciones pendientes entre Gobierno, amigos y PP, si es que este último figura en algo. Yo, con permiso del lector, me voy a sentar en una terraza a tomar un vermú. 

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