Vox agita la bandera de la batalla cultural para marcar distancias con el PP
Los expertos sostienen que la formación verde solo ocupa un espacio que otros partidos de derecha han abandonado, el de las reivindicaciones ideológicas
«La derecha cobarde». Así denominó al PP el líder de Vox, Santiago Abascal, tras el escrutinio electoral en abril de 2019, la jornada en la que su formación consiguió irrumpir en el Congreso con 24 escaños y los populares obtuvieron los peores números de su historia. Era toda una declaración de intenciones que pretendía marcar distancias con los de Pablo Casado y que se ha exacerbado en los últimos meses. Desde la formación aseguran que no han virado su discurso, que ni siquiera lo han endurecido. Los expertos lo confirman: dicen que tan solo ocupa un espacio que otros partidos de derecha han abandonado, el de las reivindicaciones ideológicas.
Aquella noche primaveral de hace dos años, Abascal marcó el camino a seguir, cuando culpó al PP de ser «el único responsable» de sus pobres resultados, fruto de «su incapacidad para oponerse a la izquierda». Les acusó de no haber modificado las leyes aprobadas por la izquierda a pesar de haber contado con una mayoría absoluta. «El PP dejó a un lado la batalla cultural. La estrategia de Rajoy era erigirse como una alternativa al PSOE cuando no fuesen bien las cosas y ahora resulta más evidente con Casado, que espera que haya una debacle económica para llegar al poder. No pone sobre la mesa temas ideológicos», sostiene el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz. En su opinión, el PP es «una especie de fontanero que acude cuando las tuberías ya han explotado», que llega para arreglar los estropicios de la izquierda, pero que no cambia ninguna de sus leyes identitarias.
La intención de acabar con el legado de Rodríguez Zapatero, como la Ley de Memoria Histórica de 2007, o la concepción de Vox[contexto id=»381728″] sobre la inmigración, el feminismo, la igualdad o los derechos LGTBI, muy alejado de un consenso que representa a casi todo el arco parlamentario, le han valido el calificativo de ultraderecha, una etiqueta que rechazan rotundamente. Sostienen que sus postulados son demandas de un sector de la sociedad y que su obligación es «defender» unas políticas públicas que no abandera el PP, «abandonado a los dictados liberales y al globalismo» al sumarse al «consenso progre» en torno a la Agenda 2030, un plan de acción que aprobó Naciones Unidas en 2015 para favorecer un crecimiento económico inclusivo y mayor cohesión y justicia social en un horizonte medioambiental sostenible.
Alternativa a la Agenda 2030
La formación de Abascal desestima esos objetivos y, en su lugar, ha creado su propia hoja de ruta, la Agenda España. El documento, de 46 páginas, apela a los sentimientos con menciones a la soberanía, la patria, la unidad o la familia, pero también aboga por asuntos muy concretos: la seguridad, la educación, el acceso a la vivienda o el empleo. «Tras un verano de hiperactividad que poco les ha servido a nivel demoscópico, donde no ha conseguido meter la cabeza en la agenda política, parece que Vox, más que un cambio de discurso, está tratando de realizar un cambio de estrategia. Ha abandonado la improvisación, trata temas menos marcianos y más cercanos a los problemas ciudadanos y, sobre todo, con menos ruido», indica César Calderón, experto en comunicación política.
La Agenda España no es una estrategia electoral, repiten en Vox, sino una apuesta política que emana de las 100 medidas urgentes para España que la formación presentó hace tres años. «Si cambiamos de discurso, nos desinflamaremos como han hecho otros», reconoce un destacado dirigente. El vicepresidente primero de Acción Política, Jorge Buxadé, es partidario de «endurecer el discurso repitiendo la idea de que no vamos a ser ni a apoyar un mero relevo de las políticas socialistas». Y advierte: «Hemos llegado para plantear una alternativa real, por eso cuando vemos a Casado pactar la renovación de los órganos constitucionales con Sánchez constatamos que son lo mismo».
Estas declaraciones cobran especial relevancia en un momento en el que planea sobre el horizonte el adelanto electoral en varias regiones, como Andalucía o Castilla y León, donde el PP pretende conseguir el apoyo de Vox para lograr el poder, algo que desde este partido no pondrán nada fácil. Reconocen a THE OBJECTIVE que venderán caro su apoyo y que ya han puesto a funcionar su maquinaria electoral. Por lo que pueda pasar. La última encuesta publicada por Metroscopia otorga a Vox un papel determinante en la gobernabilidad de España al crecer 14 escaños. Conseguiría 66 diputados, que se antojarían indispensables para el PP si quiere gobernar en España. Calderón, experto en comunicación política, afirma que hace mucho tiempo que Vox no habla al mismo target que Casado, pero en la formación de Abascal hay quien insiste en la necesidad de distanciarse.
En ese sentido se enmarcan sus últimos movimientos. En Madrid, por ejemplo, continúan negociando los presupuestos de la región. La formación que lidera Rocío Monasterio condiciona su apoyo a la derogación de las leyes LGTBI. «Es una forma de agradar a su electorado», repiten en privado varios diputados populares. El caso es que su partido ha recogido el guante y, a través de su consejero de Hacienda, Javier Fernández-Lasquetty, ha reconocido estar dispuesto a cambiar algunos artículos, aunque no han trascendido cuáles. «Lo cierto es que está obligando al PP a un discurso más extremista», sostiene un dirigente socialista. Vox también se ha erigido en el adalid de la ocupación ilegal, de las políticas memorialistas, con las que pretende acabar si accede al poder, y de la inmigración ilegal. De hecho, acaba de registrar una proposición de ley para endurecer las condiciones de acceso a la nacionalidad española.
Los de Abascal proponen incrementar a 15 años la residencia legal y acreditar el conocimiento del idioma para adquirir la nacionalidad española, después de que en los últimos cuatro años el número de residentes extranjeros que la han adquirido haya aumentado casi un 53%, según datos de la formación. Además de agitar asuntos meramente ideológicos, algunos expertos concuerdan en que la intención de Vox es poner sobre la mesa problemas de empleo, económicos, de acceso a la vivienda y de la inmigración en barrios obreros para aumentar la base de su electorado.
Heredero del 15-M
«No intenta ser una fuerza mayoritaria, sino movilizar a un porcentaje suficiente de abstencionistas a las urnas para condicionar las políticas públicas. La estrategia es movilizar minorías cabreadas, perdedores de la globalización, nostálgicos del pasado. El voto de Vox es el voto del miedo. El miedo a una sociedad abierta, a mujeres empoderadas, al libre mercado, a las nuevas identidades», sostiene Calderón. Este experto reconoce que la composición del voto a Vox es compleja, que existe una parte que se identifica claramente con posiciones de derecha, pero también están los antisistema. Considera que es un voto heredero de los postulados del 15-M y que «la prueba la tenemos en que hay transferencias nada desdeñables desde el primer Podemos hacia Vox».
Quintana Paz, que además de ser director académico del centro de estudios ISSEP, creado en 2018 por Marion Marèchal, nieta de Jean-Marie Le Pen, es un analista al que siguen con predicamento miembros de todas las formaciones conservadoras de España, considera que Vox no ha endurecido su mensaje. Tan solo, explica, han tomado relevancia asuntos que hace años no tenían el mismo desarrollo porque no estaban en la agenda política. Afirma que el PP esgrime el discurso del voto válido.
«Creen que Vox no tiene otra opción que apoyarles. No contemplan que se vayan a oponer a sus propuestas». Sin embargo, en opinión de Quintana Paz, están muy equivocados porque la formación que lidera Abascal ha llegado para ocupar un espacio en la derecha del que nadie se ocupaba hasta ahora. Aquel que da la batalla cultural. Y advierte: «Vox está entregado a la batalla de los valores y no me extrañaría que diera un susto al PP en algún territorio para que sepa que no van a hacer lo que se espera de ellos».