Mariano Rajoy: 'stopper' hasta el final
Mariano Rajoy Brey es el hombre que pasaba por allí y que cuando le formulan una pregunta delicada responde con un «todo es opinable»
El stopper en términos futbolísticos es el defensa que frena, el que barre y seca al contrario pero sin necesidad de recurrir a la violencia. Los hay incluso que a esa característica añaden la de escurridizo y se sirven de la finta si la cintura les da. Parece un contrasentido, pero haylos. En política un modelo de stopper con esas peculiaridades es Mariano Rajoy (Santiago, 1955), político de profesión retirado, registrador de la propiedad aún en activo y ejerciente gallego las 24 horas del día. En 40 años dedicado a la función pública frenó casi siempre al enemigo y desarboló el ataque congelando la pelota. Hay un borrón en su hoja de servicio: una moción de censura, el 31 de mayo de 2018, presentada por el PSOE y respaldada por los nacionalistas vascos y catalanes a raíz de la sentencia del caso Gürtel que condenaba al PP por corrupción, lo derribó del Gobierno convirtiéndose en el primer jefe del Ejecutivo en la historia de nuestra democracia forzado a dimitir.
Había llegado en diciembre de 2011 tras derrotar el PP al PSOE en medio de un clima político y sobre todo económico gravísimo con la deuda y el déficit disparados en plena crisis del euro y la prima de riesgo por encima de los 600 puntos. «Pues ya bajará», le contestó imperturbable, como él mismo ha reconocido, a uno de sus asesores cuando le anunció que esa mañana estaba en 630. La probabilidad de que España siguiera los pasos de Grecia, Irlanda y Portugal y tuviera que ser rescatada por la UE era enorme. Políticamente no hubo rescate, aunque técnicamente sí, pues España recibió una línea de crédito de 100.000 millones de euros, de los cuales 19.000 para salvar el agujero de Bankia. El entonces ministro de Economía y hoy vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), Luis de Guindos, dijo ufano que eso no supondría ninguna carga para el contribuyente. Como en junio de 2018 se marchó a Francfort a ejercer su nuevo cargo no se sintió en la obligación de matizar tan optimista manifestación.
Rajoy ha reaparecido en la última semana por el lanzamiento de su libro Política para adultos (Editorial Plaza Janés) y su comparecencia en la comisión parlamentaria que investiga la presunta trama de su Gobierno para destruir documentos del ex tesorero del PP Luis Bárcenas incriminatorios para el partido. La denominada comisión Kitchen. En palabras del nacionalista catalán Gabriel Rufián, «usted ha venido a cachondearse de nosotros». Las crónicas periodísticas parecen dar la razón al diputado de Esquerra. Hablan de un escenario en el que el ex primer ministro, tranquilo y caústico a veces, negó todo. Faltó poco para que dijera que no conocía siquiera la sede nacional de los populares. Aseguró que nada sabía de esa trama, que no tenía constancia de que hubiese una caja B del partido, que sus relaciones con Bárcenas desde que ingresó por primera vez en la cárcel en 2013 eran inexistentes y que jamás había tenido ningún contacto con el tenebroso comisario José Manuel Villarejo. Jugó seguro, en su papel de veterano stopper, exhibiendo alguna revista cuando algún diputado se acercaba hasta su mesa para entregarle copia de una de las sentencias en firme sobre la caja B, tranquilo, sabedor de contar con la ventaja que el juez instructor del caso Kitchen había decidido desimputarlo en la causa pendiente de juicio y en la que están procesados el ex ministro del Interior y gran amigo de Rajoy, Jorge Fernández Díaz y su número dos, Francisco Martínez. Fingió a veces que se enfadaba («oiga, aquí no se pregunta, se acusa»).
Rajoy es un individuo que algunos consideran complejo y lleno de aristas mientras que otros lo definen un simple, un descuidado y un vago. Tal vez en el término medio esté la virtud a la hora de describir a este político de gran retranca gallega, que a los 23 años se convirtió en el registrador de la propiedad más joven de España, que ha pasado por numerosos ministerios durante el Gobierno de Aznar, con quien la relación ahora es gélida, y tuvo que afrontar cuando estuvo en Moncloa, además de la crisis económica, los sucesos de Cataluña con la aplicación del artículo 155 de la Constitución y los problemas derivados de la abdicación de Juan Carlos I.
Se ha retirado por completo de la actividad política después de la moción de censura. Dejó el acta de diputado y la presidencia del partido. Él quería que le sucediera Soraya Sáenz de Santamaría antes que Pablo Casado. Paradójicamente se lleva muy bien con Felipe González, con quien coincide una vez al año en el Foro de La Toja. Hay demasiados torquemadas en la política actual, afirmó en el último de esos encuentros. Él y González coincidieron en el análisis de la situación: la polarización política es tremenda, el populismo está dañando la estabilidad del país y el auge del nacionalismo radical pone en peligro la unidad de España.
Para observar la personalidad de Rajoy bastaba observar su participación hace unos días en El Hormiguero, el programa de Pablo Motos en Antena 3. Se le notaba exultante, descorbatado, sin esos tics en un ojo que aparecían antaño cuando se ponía nervioso ante la impertinencia de un periodista o un político. Socarrón y sorprendido por los aplausos de un público entregado ya dijera una frase ingeniosa o un tópico muy de los suyos, de esos cantinflescos que han dado pie durante estos años a la burla y que a él parece no importar. «En el PP hay especímenes raros como yo», le dijo al presentador tuteándose mutuamente. Se burló sin nombrarlo de Pablo Iglesias, el fundador de Podemos y actualmente retirado de cargo político alguno. «Este Gobierno no hace política de adultos. Tiene muchos chisgarabís». El plató se vino abajo jaleando esas palabras. Y cuando Motos le preguntó si echaba de menos ser jefe de Gobierno y la política en general juntó el pulgar con el índice para hacer un círculo: «Cero. Si te digo la verdad, Pablo, cero».
Y seguramente es así. Personalmente creo que entró en la política de casualidad y que si llegó hasta la cima fue también casual. Pasaba por allí. Era obediente y leal a Aznar hasta el punto que éste le recomendó que dejara la soltería y se casara para poner fin a malévolas habladurías. No fue un jugador campista, un box to box como dicen los entendidos de fútbol, ni un carrilero ni un rematador ni aún menos un creador. Practicó su mejor y única política, el tancredismo, el ya escampará, el pensamiento confuciano de para qué tocar las cosas si funcionan. En algunas cuestiones tuvo menos acierto que en otras. La economía se fue a pique durante su primer periodo, con el índice de paro rozando el 28% y más del 50% de paro juvenil, obligado a hacer recortes en sanidad y educación, a subir impuestos en contra de lo prometido. Luego los bajó. Hizo una controvertida reforma laboral, actualmente objeto de revisión, que creó medio millón de puestos de trabajo anuales, aunque bien es cierto la gran mayoría temporales y de mala calidad. En la cuestión catalán le desbordaron los acontecimientos, careció de estrategia y aplicó el artículo que significaba la suspensión de la autonomía por vez primera en la historia de la democracia.
¿Y en la corrupción? ¡Ay, Mariano, qué dificil es creer que no fueras consciente de las mordidas que recibía el partido a cambio de favores a empresas y contratistas privados y a la supuesta circulación de esos cheques mensuales que percibían los dirigentes populares como si fueran bonos de compañía! Todos los tesoreros que tuvo el PP hasta que estalló el escándalo de Bárcenas han sido procesados. Aznar niega, Álvarez Cascos también, Esperanza Aguirre naturalmente y por último Rajoy ya lo ha afirmado por activa y por pasiva: no le consta para nada y afirma que nunca aumentó su cuenta corriente a base de talones ilegales.
Entretanto, según confiesa este hábil y escurridizo gallego, vive feliz a punto de jubilarse de la actividad profesional, haciendo deporte de marcha, almorzando con amistades nuevas y antiguas y disfrutando del fútbol, de que su querido Real Madrid encabece la Liga y soñando que Florentino traiga la temporada próxima a Mbappé. Ese es Mariano Rajoy Brey, el hombre que pasaba por allí y que cuando le formulan una pregunta delicada responde con un «todo es opinable». Y quien le escucha se marcha sin saber exactamente qué ha querido decir.