Pablo Casado: jugar con fuego
Casado está jugando con fuego sobre sus aspiraciones de llegar a La Moncloa como sea. Y en política el «como sea» no siempre vale
En los últimos días hemos escuchado en el Parlamento el insulto, las acusaciones, algunas sin poco fundamento, palabras malsonantes y hasta diagnósticos de psicología humana. En muchos de los lances se ha visto mezclado, o participado activamente, Pablo Casado (Palencia, 1981), presidente del Partido Popular desde 2018 y aspirante a sustituir a Pedro Sánchez cuando se celebren las próximas elecciones generales, como muy tarde al final de 2023. Casado se ha lanzado a una carrera nerviosa, un tanto desaforada y poco reflexiva de ataque a los socialistas, que está teniendo reflejo negativo para los populares en las encuestas. Es como si hubiese decidido dar el pistoletazo de salida de una supuesta campaña electoral.
En la cúpula del PP están tranquilos. Aseguran que todo está estudiado y que Casado sigue adelante con una estrategia consistente en reconstruir el espacio de centro derecha, absorber el voto de Ciudadanos y atraer a votantes de Vox. Y es allí cuando empiezan los problemas. La ultraderecha se mantiene firme y hasta sube un poco en algunos sondeos. Eso sí, ataca al PP y se desmarca de votar a favor de unos presupuestos como los andaluces, pero finalmente no rompe y accede a apoyar desde fuera gobiernos autonómicos como es el caso de Madrid y Andalucía. El PP siempre relativiza el apoyo de Vox. Lo considera como un borrón en su hoja de servicio, pero luego se sirve de los radicales de derecha.
Tanto en Andalucía como en Castilla y León habrá elecciones anticipadas en 2022. El presidente andaluz, Juanma Moreno Bonilla, baraja la idea de llamar a los andaluces a las urnas en mayo o septiembre. Las encuestas anticipan que el PP revalidará la victoria de diciembre de 2018 en contra de lo que Sánchez y sus gurús andaluces sostienen. El alcalde de Sevilla y candidato a la presidencia de la comunidad, Juan Espadas, no logra por ahora el tirón necesario. Muchos andaluces no han entendido que votara en contra de los presupuestos generales presentados por Bonilla y en los que su consejero de Economía introdujo no pocas de las exigencias presentadas por el PSOE. Las encuestas conceden al PP diez puntos por delante del PSOE, pero de nuevo sin alcanzar la mayoría absoluta. Sin Cs, su socio de coalición y en vías de muerte política, Bonilla necesitará el respaldo de la extrema derecha.
El caso de Castilla y León ha sido más sonado y la forma como ha ocurrido es modelo de malas maneras. El presidente de esa comunidad, Alfonso Fernández Mañueco, anunció con nocturnidad y alevosía la convocatoria electoral anticipada para el próximo 13 de febrero. Su hasta ahora socio de coalición, Cs, con el vicepresidente, Francisco Igea, a la cabeza ha acusado el golpe: «Mañueco ha hecho de la política un estercolero (…) Los ciudadanos son piezas en la carrera de peldaños de Casado a La Moncloa». Igea se enteró de su destitución por la radio cuando concedía una entrevista.
Aquí la situación no está tan clara como sostienen los del PP y veremos si los ciudadanos no le pasan factura a su presidente en pleno resurgir de la pandemia. De todos modos, se supone que si éste ha querido jugar la baza de la convocatoria adelantada es porque tiene la certeza de que el PP se impondrá al PSOE. En las últimas, en 2018, los populares sufrieron una derrota histórica en ese territorio, tradicionalmente feudo conservador. Pudieron al final gobernar gracias al acuerdo alcanzado con Ciudadanos.
Casado respalda el adelanto electoral de Mañueco y estaba al corriente de este movimiento. En sus planes está salir reforzado de las dos citas electorales y aprovechar la estela de la victoria en Castilla y León y Andalucía para así prepararse al triunfo en la batalla contra Sánchez en los comicios generales.
Pero esa confianza quizás sea excesiva. Casado está jugando con fuego sobre sus aspiraciones de llegar a La Moncloa como sea. Y en política el «como sea» no siempre vale. Fuera y dentro del partido hay gente que cuestiona su capacidad de liderazgo y critica su comportamiento radical y ruidoso contra el gobierno de coalición, contra Sánchez y últimamente contra la vicepresidenta y titular de la cartera de Economía, Nadia Calviño, que pasa por ser la ministra mejor valorada. Calviño, que perdió cuando al parecer todo tenía a su favor la presidencia del Eurogrupo, acaba de ser elegida en Washington presidenta del comité asesor económico y financiero del FMI en sustitución de la nueva primera ministra sueca, Magdalena Andersson. Es un cargo no ejecutivo pero de prestigio, que no le obliga a dejar el Gobierno.
La vicepresidenta, que pasa por ser una persona de temple, perdió los nervios días atrás cuando Casado le tildó de «defraudadora fiscal» en la compra de una vivienda a través de una sociedad gestionada por un hermano. «Eres insoportable», le espetó en los pasillos del Congreso al líder del PP. No contenta con ello, al día siguiente le dijo al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, que «tu jefe es un desequilibrado», lo cual indignó a Casado, que exige una disculpa. No va a llegar puesto que Calviño a su vez pide una rectificación del líder del PP sobre la presunta irregularidad en la compra de su piso. No parece que exista ninguna ilegalidad.
Casado sigue entretanto sin resolver el asunto cada vez más enquistado de la convocatoria del congreso del partido en Madrid, y las legítimas aspiraciones de la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, de ser elegida presidenta regional del PP. Tanto unos como otros tratan de apagar el incendio, pero las llamas se extienden. «Si quieren en Génova [la sede nacional del PP] el asunto se resuelve en tres minutos y medio», ha dicho la presidenta madrileña. Pero el caso es que pasa el tiempo y la cuestión se emponzoña cada vez más. La sospecha es que a Casado le está asesorando mal el secretario general del PP, Teodoro García Egea, y que en el fondo se asiste a una guerra de egos en la que el presidente del PP está saliendo más perjudicado. Pese a que Díaz Ayuso afirma una y otra vez que no tiene ninguna aspiración de dar el salto a la política nacional, el tándem Casado-Egea duda de ello.
Esta crisis cuestiona el liderazgo de Casado. En mayo pasado la arrolladora victoria de Ayuso en los comicios regionales anticipados catapultó al PP y todas las encuestas lo situaron en cabeza. Casado se sentía ya presidente in pectore y se volvió un clásico su petición de pedir a Sánchez que dimitiera y convocara elecciones. El rifirrafe con Ayuso (ambos sostienen que siguen siendo amigos y recuerdan que vienen de Nuevas Generaciones) está dilapidando la ventaja que daban al PP las encuestas.
A Casado se le vio madera de líder nacional en el discurso que pronunció en octubre de 2020 en contra de la moción de censura de Santiago Abascal. Alli se desmarcó de Vox: «Hasta aquí hemos llegado (…)No queremos ser como ustedes (…)Usted, señor Abascal, sólo ofrece a España fracturas, derrotas y enfados y lo que es peor, ofrece a la izquierda una garantía de victoria perpetua».
Cayetana Álvarez de Toledo, la diputada rebelde popular, ha puesto el dedo en la llaga sobre la personalidad de Pablo Casado en su último libro, Políticamente indeseable, cuando insinúa que el carácter del presidente popular es un tanto voluble y está mal asesorado por Teo Egea. Hace dos semanas, en una gira por varios países latinoamericanos, se mostró moderado y estadista al manifestar que era partidario de un pacto de gobierno de socialistas y populares. Tan pronto regresó a España cambió de registro y comenzó un discurso tremendista, que ha merecido incluso que el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, le haya pedido serenidad y ése debe ser, según él, el gran reto del PP: llevar la responsabilidad, la serenidad y el sosiego a la política española.Pero de momento Casado no le ha hecho caso al barón gallego. Prefiere el tremendismo para gran satisfacción de Sánchez, que acaricia la idea de seguir en La Moncloa cuatro años más gracias a su principal rival. Si Casado pierde los comicios serían los terceros consecutivos y seguramente ni siquiera José María Aznar, del que fue jefe de gabinete cuando éste estuvo en la presidencia del país, evitará su caída. A lo mejor Feijóo se decide entonces a dar el salto a la política del país o es el momento de Ayuso. Pero como escribió mi amigo José Antonio Montano en un perfil sobre Casado en El Español, éste puede quedar en «mocito viejo» muy pronto, en político sin ninguna expectativa y dedicado a vestir santos.