Iñaki Urdangarin: más que una nota a pie de página
Urdangarin continúa siendo un personaje público, cuya biografía quedará reflejada como algo más que una nota a pie de página en los libros de historia
Al fin una buena noticia para nuestra familia, saquemos las copas de cristal de Bohemia y brindemos con champán francés, deben haberse dicho el rey Felipe VI, la reina Letizia y naturalmente el rey emérito Juan Carlos, desde su autoexilio dorado en Abu Dabi. Iñaki Urdangarin (Zumárraga, 1968), convicto por delito de corrupción, y su esposa, Cristina de Borbón y Grecia, sexta en la línea de sucesión a la Corona de España, han anunciado que «interrumpen» su relación matrimonial de 25 años. La causa: unas fotos de él con una compañera del bufete donde actualmente trabaja en Vitoria en regimen de semilibertad hasta cumplir la condena de casi seis años de cárcel. «Estas cosas pasan». Esa es la fórmula simple y sencilla que ha utilizado Urdangarin para normalizar el hecho.
Evidentemente son cosas que suceden a muchas parejas y que entran en el ámbito privado de cada uno. Sin embargo, mal que le pese a él y a su mujer, Iñaki Urdangarin continúa siendo un personaje público, cuya biografía quedará reflejada como algo más que una nota a pie de página en los libros de historia contemporánea española. Su conducta ilícita manchó la institución y abrió la espita para que luego se emborronara mucho más el prestigio de nuestra monarquía al trascender los negocios irregulares y comisiones cobradas por el rey Juan Carlos, y sus devaneos con una aprovechada aristócrata empresaria alemana de origen danés, que dañaron gravemente a la Corona. Desde 2006 hasta la fecha la Casa Real se ha visto desprestigiada por el afán de dinero del marido de la infanta Cristina, que de algún modo siguió el ejemplo de su suegro y pensó que una vez emparentado con la primera familia del país podía hacer lo que le viniera en gana. La ley ciertamente no era igual para todos.
Un matrimonio que nunca gustó
El matrimonio del famoso balonmanista del Barcelona en 1997 con la segunda de las infantas nunca fue visto con buenos ojos por el entonces monarca, quien desde que se conocieron en los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996 trató a través de amigos y periodistas de impedir que esa relación terminara en boda. Pero no lo consiguió. Cristina, la primera de las hijos del Emérito en obtener un título universitario (Ciencias Políticas), se enamoró perdidamente de Iñaki. Ese amor lo ha mantenido hasta hoy contra viento y marea haciendo caso omiso a su hermano, que un año después de la llegada al trono le pidió en 2015 que renunciara a sus derechos de sucesión para no dañar el prestigio de la institución tras el escándalo del caso Noos. Ante su negativa le retiró el título de duquesa de Palma. También a su marido. Para entonces ya había comenzado el largo recorrido de investigación judicial contra Urdangarin por el famoso caso, en el que ella también se vio luego implicada a través de una sociedad pantalla (Aizoon) y que les llevaría a ambos a juicio en 2017 en la Audiencia Provincial de Baleares. Quedarán para la historia las imágenes de sus embarazosos paseos por la rampa de los tribunales frente a las cámaras en sus primeras declaraciones como presuntos imputados y durante el proceso, así como las palabras de Iñaki, muy digno y arrogante, asegurando que no había cometido ninguna ilegalidad y que así se demostraría en el juicio. Urdangarin fue condenado a seis años y tres meses de prisión y a abonar 512.553 euros por malversación de fondos públicos y blanqueo de dinero. El Supremo redujo más tarde la pena a cinco años y diez meses. Ella quedó absuelta, pero fue condenada por un delito civil al pago de 265.088 euros, multa reducida a 150.000 por el tribunal superior.
Cazado por la justicia
La infanta fingió durante el juicio ser una simple ama de casa que firmaba lo que le decía su marido sin discutir. Así lo manifestó al ser preguntada por las facturas y gastos domésticos que emitían a través de la empresa familiar Aizoon con la que se maquillaban todas las irregularidades que el duque y su socio Diego Torres cometieron con su empresa Noos, una sociedad que según se subrayaba en sus estatutos no tenía fines de lucro. Llegaron a embolsarse más de seis millones de euros en proyectos deportivos y turísticos con la complicidad del entonces presidente de Baleares, Jaume Mata, proyectos que nunca cristalizaban. La infanta evadió una y otra vez ante las partes todas las preguntas que pudieran implicar alguna responsabilidad penal. No le importó quedar como una persona irresponsable y falta de criterio, ajena a los negocios del marido. Porque de eso no se hablaba en casa, dijo con poca credibilidad.
Fue la persistencia e investigación del juez instructor José Castro y la del fiscal anticorrupción Pedro Horrach lo que posibilitó que Urdangarin y su esposa se sentaran en el banquillo. Al final Horrach se sospecha cedió a las presiones del entorno de la realeza y decidió no pedir pena de prisión para ella y ni siquiera su procesamiento. Sin embargo, Cristina fue encausada a instancias del sindicato conservador Manos Limpias, que se presentó como acusación particular.
Todos los largos vericuetos y obstáculos que tuvo que sortear el juez Castro son descritos en un magnífico libro de Pilar Urbano titulado La pieza 25 (La esfera de los libros, 2017). Allí queda claro cómo Iñaki aprovechaba su parentesco para hacer negocios con gente influyente y políticos tras partidas de pádel en el Palacio de Marivent, la residencia estival de la familia real en Mallorca. Estúpidamente se resistía a entender que como miembro de la familia real no era ético realizar negocios privados. Ni siquiera su apartamiento durante un tiempo en Washington con toda la familia para ocupar un alto cargo bien remunerado en Telefónica le hizo cambiar de opinión. Continuó con sus trapicheos en comandita con su socio Torres, que fue profesor suyo en el máster que estudió en la escuela de negocios del ESADE.
Un tren de vida de lujo
Urdangarin se metió en un tren de vida de lujo que dio que hablar y con el que se empezó a cuestionar la ética de la monarquía. Pagó sus excesos aunque no lo suficiente, pues la sentencia fue mucho más benigna de lo que solicitaba el fiscal. La estancia en prisión ha sido corta y ahora ya está a punto de entrar en el tercer grado. Trabaja en un despacho de abogados, donde ha conocido a la mujer que ha precipitado la separación de la infanta, y reside en casa de su madre en libertad condicional. Tal vez ni siquiera haya reflexionado sobre las graves consecuencias que ha causado al prestigio de la Casa Real. Quien sabe si porque se verá reflejado en el espejo de su suegro, cuya conducta deja también mucho que desear.
La víctima
Si hay víctimas en este sainete la primera de ellas es la infanta Cristina, que convirtió el amor por su marido en casi una obsesión. Él fue en esta ocasión quien borboneó, quien la engañó. Ella lo defendió frente a la familia y ante los tribunales. ¿Para qué?, tal vez se preguntará. El resultado no puede haber sido más frustrante. Pero, en fin, estas cosas pasan, como dijo hace unos días él ante la prensa sin dar muestras de nerviosismo. Habrá que esperar en qué términos negociarán el divorcio, aunque eso para los intereses del país no es importante. Es un asunto privado. Lo verdaderamente importante es que Iñaki Urdagarín es ya pasado para la Familia Real, que tiene razones sobradas para respirar un poco más aliviada y brindar con champán por la separación tantas veces deseada. Naturalmente llega un poco tarde con el otro fuego, el del Emérito, sin haberse extinguido. El mal ya ha sido hecho y ha agrietado las estructuras de la monarquía. Quién le iba a decir al jugador de balonmano que un día iría a aparecer su nombre en los libros de la historia contemporánea de España. Si buscaba la fama, ahí la tiene aunque sea una fama mala, deficiente, de un oportunista que terminó en cárcel por aprovecharse de su parentesco con la Familia Real. Golfos hay en todas las familias.