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La cooperante encarcelada en Israel: «Quieren ilegalizar las entidades que ayudan a Palestina»

Juana Ruiz atiende a THE OBJECTIVE tras 10 meses en prisión acusada de prestar servicios en una organización ilegal y de introducir dinero ilegalmente

La cooperante encarcelada en Israel: «Quieren ilegalizar las entidades que ayudan a Palestina»

La cooperante española Juana Ruiz en su casa de Belén. | Cedida por la familia

«No tengo nada que temer ni nada que esconder», desliza una voz al otro lado del teléfono. Juana Ruiz, la cooperante española que ha pasado 10 meses en una prisión israelí, atiende a THE OBJECTIVE en exclusiva desde Palestina tras unos días de necesaria tranquilidad y descanso junto a su familia. El lunes abandonó la cárcel de Israel en la que permanecía recluida y, aunque al principio estuvo «a punto de rendirse», asegura que «no guarda rencor».

Ruiz, de 63 años, lleva tres décadas desempañando labores de ayuda humanitaria en Palestina, donde vive con su marido, Elias Rishmawi. Nunca había tenido problemas, pero el pasado 13 de abril una veintena de soldados y varias tanquetas irrumpieron en plena madrugada en su casa de Beit Sahur, cerca de Belén, y se la llevaron a comisaría.

Toda una vida en Palestina

«No sé si secuestro, pero que vengan a tu casa a las cinco de la mañana a llevarte para interrogarte sin saber por qué ni para qué también es ocupación», lamenta días después de recuperar la libertad. A su esposo le dijeron que volvería pasadas unas horas. Lo hizo 300 días más tarde. Las autoridades de Israel la acusaron de prestar servicios en una organización ilegal y de introducir dinero ilegalmente a través de la ONG palestina para la que trabajaba. 

El juicio se celebró en noviembre, ante el tribunal militar israelí de Ofer, en Cisjordania. La cooperante aceptó declararse culpable de ambos cargos para evitar acusaciones más graves ligadas al terrorismo, lo que suponía penas mayores. La justicia castrense condenó a Ruiz a una multa de 14.000 euros y 13 meses de prisión. Desde el lunes se encuentra en libertad condicional, así que no puede salir del país hasta mediados de mayo. 

Juana Ruiz se abraza con su marido tras salir de una prisión de Israel. | Foto: Alaa Badarneh (EFE)

«Israel no consiente intromisiones. Su intención es ilegalizar todas las organizaciones de derechos humanos que ayudan en Palestina», admite la cooperante. Ella siempre ha defendido su inocencia. Sostiene que las autoridades israelíes ilegalizaron a conciencia la entidad con la que colaboraba y eso motivó su detención. Sin embargo, no guarda «ningún tipo de resentimiento».

-¿Cómo es una cárcel israelí?

-Una cárcel es una cárcel. Al principio fue duro. Estaba aislada totalmente y estuve a punto de desfallecer. Luego me trasladaron a la prisión de Damon, en Haifa, con otras mujeres. Ha habido días de tristeza y depresión, pero las compañeras me han ayudado mucho moralmente. 

– ¿Cuál ha sido el trato en la prisión?

– Me han tratado correctamente siempre. Mentalmente es otra cosa, porque tratan de hostigarte. El daño psicológico es duro.

-¿Cómo conseguía distraerse?

-He estado dando clases de español a las compañeras. Leía, cocinábamos, hablábamos y veíamos la televisión. No ha sido complicado entretenerse. Aunque hemos pasado momentos muy malos, cuando estás acompañada es más fácil superarlo.

Protesta en Madrid a favor de la liberación de Juana Ruiz en abril. | Foto: Diego Radames (Zuma Press)

Ruiz trata de reponerse ahora con la ayuda de su marido y la de sus dos hijos, María y George, que ha sido determinante para realizar esta entrevista. Ellos eran, dice, lo que más echaba de menos mientras permanecía recluida. Tras su excarcelación, se abrazó a ellos en silencio durante un buen rato. «Me quedé muda, estaba en shock. Estamos juntos desde entonces».

Charla con Albares

La Fiscalía israelí decidió no recurrir la decisión de concederle la libertad condicional adoptada días antes por un comité penitenciario de Nazaret. Al salir, la primera persona con la que se encontró fue un miembro del Consulado español en Jerusalén, que le aguardaba en el puesto de control militar de Yamala, en Yenín (Cisjordania). Mientras se sacudía los nervios, el diplomático le pasó el teléfono. Era el ministro de Exteriores, José Manuel Albares. 

«Le conté que me había sentido muy apoyada, que había sentido el cariño de toda España. El ministro me preguntó cómo estaba y se ofreció para lo que necesitara. Dijo que quería verme cuando volviese a Madrid». Esa es su intención a partir de mayo. De momento, se ha jubilado. Aunque aun no entiende qué ha sucedido, quiere ver a los amigos y a su familia, aunque tiene claro que su casa está en Palestina.

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