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El «estilo Sánchez» y la necrosis del sistema

El principal mecanismo que oxigena a un sistema democrático es la separación de poderes

El «estilo Sánchez» y la necrosis del sistema

Pedro Sánchez. | Susana Vera (Reuters)

Define la RAE la necrosis cómo la degeneración de un tejido u órgano de un animal o una planta por la muerte de sus células. Cuando las células dejan de funcionar, mueren, y entonces el tejido se va degenerando. Y ese tejido ya no se puede recuperar. Se necrosa.

Un sistema democrático está lleno de tejidos vivos que componen y relacionan los tres poderes del estado: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Y a través de ellos se alimenta y se nutre la propia esencia democrática de un país que crece y se fortalece. Sin embargo, cuando no se respetan estos mecanismos, el daño que sufren tiene además consecuencias derivadas. Porque esas alteraciones van atrofiando y sobre todo acostumbrando a un mal uso de esos mecanismos democráticos y legales que nos hemos dado todos. Y se van necrosando. 

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El principal mecanismo que oxigena a un sistema democrático es la separación de poderes. El espectáculo de la parálisis cobarde de los dos principales partidos políticos para renovar el CGPJ, intentando cada uno imponer sus criterios por encima del funcionamiento necesario, han provocado ya la parálisis del principal órgano del poder judicial. El silencio de jueces y juristas del CGPJ podría dar a entender que no están incómodos con la situación que les permite seguir teniendo esas sillas. Hay que evitar que esa parálisis convierta en necrosis el concepto de consenso entre los dos principales partidos. Si siempre es deseable el consenso, en situaciones de crisis es imprescindible y vital.  El consenso no es un mecanismo, es una actitud que ya en el pasado demostró su fortaleza por la estabilidad y continuidad que da a un país. Los Pactos de la Moncloa fueron el mejor y mayor ejemplo. Pero en España, el consenso parece cada día más necrosado.

Tampoco fue muy saludable para el tejido que alimenta la separación de poderes que, en su día, Dolores Delgado pasara directamente, sin parada intermedia, de ser ministra de justicia en el Gobierno de Sánchez a fiscal general del Estado. Tampoco lo ha sido ahora el intento del Gobierno de garantizarle de tapadillo un puesto de fiscal de sala del Tribunal Supremo cuando abandone su actual cargo. Intento, porque tanto sus socios de gobierno, sus aliados en el Congreso, y por supuesto, la oposición han considerado este atajo como algo peligroso e inviable.

Una vez más Sánchez intenta por la puerta de atrás lo que no es viable por la puerta principal. Los propios fiscales han tenido que salir también al paso por considerar «inaceptable que se introduzca una modificación de tal calado, sin publicidad y hurtando de toda posibilidad de alegación al Consejo Fiscal y al Consejo General del Poder Judicial, así como a las asociaciones de fiscales y en general, a toda la Carrera Fiscal».

Algo tan elemental como la consulta previa, o al menos la comunicación, con los afectados o los organismos correspondientes que regulan el ejercicio, han sido de nuevo omitidos. Un procedimiento necrosado por el «estilo Sánchez». Algo normal porque no solo intentaba agradecer a Dolores Delgado los «servicios prestados». Es que, además, en la enmienda, se incluían otras reformas del Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal. Y había uno que lógicamente preferían que no se supiera hasta el final. Se trataba, nada más ni nada menos, de que el fiscal general «se pueda dirigir por su propia iniciativa al Gobierno para informar, no sólo sobre el funcionamiento de la Administración de Justicia, sino sobre asuntos concretos que el Gobierno deba conocer». Tantos años y ocasiones en los que el gobierno de turno, especialmente este último de Sánchez, se ha entrometido en la Justicia que se intentaba ahora darle luz verde por ley, bajo la ambigüedad peligrosa de la excusa de «cuando afecte a los intereses de la Nación».

Un sistema democrático debe mantener tradiciones y mecanismos en perfecto y correcto uso para que no se necrosen. Es norma habitual que ante grandes crisis se comuniquen y se consensuen, al menos con el principal partido de la oposición, las grandes decisiones. No se hizo con el COVID. Ni hubo comunicación previa, ni se buscó ningún acercamiento más allá de pedir a todo que acataran los estados de alarma y las demás decisiones que adoptaba un supuesto comité de expertos médicos que nunca existió.

Esa comunicación habitual y tradicional en todos los países democráticos, en España parecen ya necrosados con Sánchez. La última ha sido el giro, volantazo y doble salto mortal, que ha hecho con el apoyo a la postura marroquí en el Sáhara occidental. Durante décadas todos los gobiernos y todos los partidos políticos españoles han mantenido el apoyo al referéndum de Naciones Unidas.

Esto no le ha parecido importante a Sánchez, que no comunicó al PP, ni a Unidas Podemos, ni a sus socios parlamentarios esa decisión personal. Ni siquiera a su propio gobierno. Ninguna concesión. El «estilo Sánchez» marca en su manual de uso el que, una vez hechas las cosas de forma unilateral, hay que retrasar las explicaciones al Congreso hasta poder enmascararlas y minimizarlas con otros tres o cuatro casos igual de graves. Así lo ha vuelto a hacer. Revoltijo de Consejo Europeo, precio del gas, isla ibérica, guerra de Ucrania y el Sahara.

Incluso cuando intenta explicarse el «estilo Sánchez» tampoco tiene apuro en necrosar la verdad hasta el último aliento. Por eso no duda en decir que el giro, no es un giro, aunque todos en España, Marruecos y Argelia lo veamos como un giro. Tampoco el «estilo Sánchez» se cree obligado a explicar qué se consigue a cambio. Marruecos sigue sin dar una sola referencia de Ceuta y Melilla, ni de  las aguas territoriales españolas de Canarias, ni al control del flujo inmigratorio, por cierto, con récords de cayucos este fin de semana en Canarias.

Sánchez ha dado un volantazo a la política exterior española, y más allá de que esté bien o mal, de que uno esté conforme o disconforme, lo más grave es que nadie sabe en qué consiste ese acuerdo. Y eso sí que necrosa un país.

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