Españoles a favor de Rusia: los niños de Leningrado
Muchos «niños de la guerra», llevados de España a Rusia durante la Guerra Civil para protegerlos, se vieron atrapados por una tragedia aún peor
Si ha habido un escritor maldito fue Curzio Malaparte. Ardoroso fascista de los primeros tiempos, su cáustica visión crítica y su incontenible mala lengua le acarrearon ser expulsado del Partido Nacional Fascista y encarcelado por orden directa de Mussolini. Ciertamente gran parte de su periodo de cárcel la pasó en un hotel de lujo en Ischia, la encantadora isla de la bahía de Nápoles donde ya hacían turismo los antiguos romanos, porque Malaparte era, entre otras cosas, amigo íntimo del Conde Ciano, el yerno de Mussolini y ministro de Exteriores del fascismo.
Ciano consiguió que, al entrar Italia en la II Guerra Mundial, Malaparte fuese movilizado con el grado de capitán, y que le dejasen hacer la guerra por su cuenta como corresponsal de prensa. En su deambular por los frentes del Este, Malaparte encontró en un campo de concentración alemán, entre los soldados rusos a los que no se reconocía el estatus de prisionero de guerra y eran tratados como bestias, a un adolescente español. Se llamaba Celestino Fernández, era de Lugo, y lo habían hecho prisionero en Carelia, en el frente de Finlandia, junto a otros 20 «niños de la guerra». Así se llamaba a los niños de la España republicana que fueron enviados a Rusia durante nuestra Guerra Civil, con la buena intención de ahorrarles las desgracias del conflicto –como los que traemos ahora de Ucrania- pero mandándolos en realidad de la sartén al fuego.
Malaparte se compadeció del muchacho y escribió a su amigo Agustín de Foxá, un conocido poeta e intelectual falangista. Foxá glosó el caso en un artículo de ABC, y despertó el interés del segundo hombre más poderoso de España, Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, gran capitoste de la Falange y ministro de Exteriores. A Serrano le bastó una llamada a Berlín, el muchacho fue liberado del campo de prisioneros y, con un salvoconducto diplomático firmado por Serrano Suñer, atravesó toda Europa y regresó a España en 1942.
Fue sin duda el español que tuvo más suerte de los 4.221 compatriotas que había en la Unión Soviética cuando la invadieron los nazis (la cifra la fijaría Enrique Líster, por entonces miembro del Comité Central del Partido Comunista de España, que controlaba a la colonia española).
La gran mayoría eran «niños de la guerra» como Celestino Fernández, por lo que solamente participaron en la lucha 749. Combatieron desde el itsmo de Carelia, en Finlandia, hasta la ya familiar para nosotros Crimea, donde varios españoles serían degollados por los Tártaros de Crimea, una minoría musulmana que se puso de parte de los invasores alemanes. Algunos harían una larga marcha, desde la defensa de Moscú a la entrada victoriosa en Berlín, que tanta sangre costó.
Nuestros compatriotas expatriados pagaron un alto precio, 204 de ellos murieron en combate, lo que supone cerca del 30 por 100, que es una proporción de bajas altísima. A cambio de sus sacrificios fueron distinguidos con dos nombramientos de «Héroe de la Unión Soviética», dos Ordenes de Lenin, 70 órdenes de la Estrella Roja, Guerra Patria o del Guerrillero, además de otras 650 condecoraciones militares.
El asedio
Los «niños de la guerra» eran el grupo principal de esos españoles atrapados por la II Guerra Mundial en Rusia, había 3.000. Junto a ellos habían llegado a la URSS 122 maestros y maestras. Todos los que en 1941 habían alcanzado los 14 o 15 años se presentaron voluntarios en masa, pero las autoridades soviéticas rechazaron alistarlos porque, según los planes del Komintern (el organismo con el que Stalin controlaba al comunismo mundial), esos jóvenes debían reservarse para la liberación de España. Sin embargo, utilizando diversos subterfugios, 135 lograron vestir el uniforme del Ejército Rojo.
Más de la mitad, 74, combatieron en Leningrado, donde las circunstancias fueron muy especiales. La antigua San Petersburgo, «la otra capital» de Rusia, había sido rebautizada con el nombre de Lenin porque fue la ciudad donde Lenin llevó la Revolución al triunfo. Para Hitler era un objetivo político y dio orden literal de borrarla del mapa.
Leningrado tuvo que soportar un asfixiante cerco de tres años, en el que un millón de personas murió mayormente de hambre. En esas circunstancias tuvo que defender San Petersburgo todo el mundo, y los 74 adolescentes españoles fueron alistados en la 3ª División de Milicias Populares Voluntarias de Leningrado. Tras una somera instrucción militar de dos semanas, armados de viejos fusiles Moisin más grandes que ellos, los enviaron al frente de Carelia. Allí se defendía la única vía de abastecimiento que tenía Leningrado, llamada el Camino de la Vida. Solamente regresaron siete, a los demás se les dio por muertos, aunque en realidad 20 fueron hechos prisioneros por los alemanes, como Celestino Fernández. La mayoría de éstos no sobrevivieron.
También las «niñas de la guerra» se presentaron voluntarias. No las admitían como combatientes, sino como enfermeras, o para trabajar en el mantenimiento del Camino de la Vida, pero María Pardina, de 18 años, murió en combate y fue condecorada dos veces con la Orden de la Bandera Roja.