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Pantallazo

Sánchez, el auténtico 'Terminator'

«Terminator no responde a sentimientos humanos y es como si hubiera borrado de su memoria o base de datos a los Redondo o Ábalos»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | A. Pérez-Meca (EP)

Hace unos días Boris Johnson se despedía del Parlamento británico con un discurso enérgico, brillante y sin ningún signo de arrepentimiento por todo lo que había provocado su dimisión final. Sus últimas palabras fueron «hasta la vista, baby«. La expresión que puso de moda en todo el mundo el actor Arnold Schwarzenegger en su papel de Terminator, excepto en los países de habla hispana donde se tradujo por «sayonara, baby«. Era una forma irónica de despedirse sobre todo de sus compañeros conservadores que le habían fulminado sin piedad por sus mentiras. 

Johnson quería aparentar una despedida indolora, con una sonrisa mecánica, como si fuera un robot sin sentimientos y con gran capacidad de destrucción. Y hay que reconocer que capacidad de destrucción tiene. Sacó al Reino Unido de Europa con una campaña llena de mentiras. Quiso, luego, romper los acuerdos firmados con Bruselas. Escéptico en sus inicios con el COVID, solo se convenció de verdad, cuando casi se lo lleva a él por delante. Al final, sus mentiras sobre las fiestas que organizaba en su residencia, mientras el país estaba confinado, se lo han llevado por delante. Pero Johnson, el Terminator británico que consiguió hace menos de dos años la mayor victoria de los conservadores en cuatro décadas, no ha resultado tan duro como parecía. Quizás debería haber aprendido de otros Terminators mucho más resistentes. 

Pedro Sánchez, nunca ha conseguido el mayor triunfo de los socialistas. Al revés, gobierna con los peores resultados electorales de un candidato del PSOE en la reciente historia democrática. Empezó hace cuatro años y se dirige hacia el tercer año de mandato de esta segunda legislatura. Al igual que Johnson disputó intensas batallas para ganar el poder en el partido. Sánchez ganó, fue secretario general, y luego tuvo que abandonar tras perder las elecciones, por no cejar en su famoso «no es no» a la hora de consentir un gobierno de Rajoy. Resurgió de sus cenizas como Terminator cuando se regenera y machacó en las primarias a un Patxi López que le vacilaba en los debates con el tema de la nación y a una poderosa Susana Díaz, sultana de Andalucía y que aspiraba al califato nacional. 

Sánchez tomó el control total. Rodeado de su equipo más cercano que le había acompañado por la travesía del desierto, inició su escalada al gobierno. Guiado por su particular gurú y ese pequeño equipo y surgiendo de la nada, alcanzaron las más altas cotas de poder, ganando la primera moción de censura de la historia de España. De aquel «dream team» sanchista solo sobrevive políticamente Santos Cerdán, como secretario de organización del PSOE, y no se sabe ni por cuánto tiempo ni con cuánto poder tras la última remodelación. 

El más mediático de todos fue sin duda Iván Redondo. El que fuera considerado, incluso por él mismo, como un Rasputín del presidente también cayó en desgracia. Fue un disparo certero de Sánchez en una mañana de sábado aprovechando que estaba de siega en el gobierno con una crisis en la que cayeron dos fieles más. Carmen Calvo, la vicepresidenta que engarzaba con el viejo partido y con el feminismo socialista y José Luis Ábalos, la cara agresiva del partido y del gobierno y al que los encargos en Barajas y sus numerosas versiones sobre su encuentro con la vicepresidenta chavista Delcy Rodríguez, y sus maletas, minaron toda su credibilidad. Aunque todos piensan que hubo más, pero que no se sabe. Todavía.

Se quejan siempre los ajusticiados por la guillotina presidencial de que Pedro Sánchez corta inmediatamente todo tipo de relación o comunicación con los que antes eran sus íntimos. Terminator no responde a sentimientos humanos y es como si hubiera borrado de su memoria o base de datos a los Redondo o Ábalos.

«Sánchez es ya Terminator 2. Asegura que se va a presentar para Terminator 3, aunque esta vez tendrá enfrente a un rival de peso»

De aquel pequeño equipo resistía Adriana Lastra, mujer de total confianza primero en el Congreso y luego en el partido. Urdidora de esos pactos contra natura, con partidos que tienen en común el objetivo de cargarse la Constitución española. Pactos que dieron votos. Y poder. Muy caros en dinero y concesiones políticas, pero eso a Sánchez no le inmutaba.

Pero tres duras derrotas en Madrid, Castilla y León y al final Andalucía, le han obligado a mover el partido otra vez. Había que buscar reactivos y le ha venido de perlas el paraguas del embarazo de riesgo de Lastra, en el que no ha pedido la baja, sino que ha decidido dimitir. Un «sayonara baby» en forma de tuit frío de agradecimiento, fue la respuesta del líder.

Indignación en el feminismo por el cese de Adriana Lastra por estar embarazadaIndignación en el feminismo por el cese de Adriana Lastra por estar embarazada

Sánchez ha demostrado en estos años un alejamiento emocional de todas sus decisiones políticas o personales. Ni un remordimiento, ni una duda. A veces, ni una explicación. Y todo con una gran precisión tecnológica. Es capaz de pactar lo que tan solo 24 horas antes era un anatema con el que, según sus propias palabras, no podría dormir. Del «nunca, nunca, oiga, digo nunca, pactaré con Bildu» a entregarles los carnés de vigilantes de la verdad democrática. De querer cerrar el ministerio de Defensa a incrementar el presupuesto hasta llegar al 2% del PIB. De colar en España al responsable del Frente Polisario para ser hospitalizado por COVID, a dar un giro histórico y unilateral en la diplomacia española con su entrega sumisa al rey Mohamed VI de Marruecos y el apoyo a su posición sobre el Sahara occidental sin conseguir nada a cambio. Nadie lo entiende. Ni los suyos.

Sánchez no duda ni mueve un músculo de su cara como Arnold Schwarzenegger cuando quiere algo. Si tiene que indultar a independentistas condenados por secesión, se indulta. Si tiene que nombrar Fiscal general del Estado a una fiscal que horas antes era ministra de Justicia, se nombra. La lista es interminable.

Dicen que los presidentes de gobierno a los pocos meses de vivir en el Palacio de la Moncloa empiezan a vivir en otra realidad. Que son imbuidos por el «espíritu de la Moncloa». Que les ha pasado a todos. Menos a Sánchez. Es él el que ha envuelto a Moncloa y a toda España en otra realidad. Sánchez es ya Terminator 2. Asegura que se va a presentar para Terminator 3. Esta vez tendrá enfrente a un rival de peso. Cojan palomitas y no pestañeen. Puede ser un combate épico.

1 comentario
  1. Fran2

    Dejo esta información para el que le interese:

    Síndrome de hubris (SH) es un trastorno psiquiátrico adquirido que afecta a personas que ejercen el poder en cualquiera de sus formas.La falta de humildad y empatía en su ejercicio puede hacer que cualidades como la confianza y seguridad en uno mismo se transformen en soberbia, arrogancia y prepotencia características del SH.

    Owen (2009), Criterios diagnósticos del Síndrome de hubris:

    1. Propensión narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejercitar el poder y buscar la gloria
    2. Tendencia a realizar acciones para autoglorificarse y ensalzar y mejorar su propia imagen
    3. Preocupación desmedida por la imagen y la presentación
    4. Modo mesiánico de hablar sobre asuntos corrientes y tendencia a la exaltación
    5. Identificación con la nación, el estado y la organización
    6. Tendencia a hablar de sí mismo en tercera persona y usar la forma regia de nosotros
    7. Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio por el de los demás
    8. Autoconfianza exagerada, tendencia a la omnipotencia
    9. Creencia de que no deben rendir cuentas a sus iguales, colegas o a la sociedad, sino ante cortes más elevadas: la historia o Dios
    10. Creencia firme de que dicha corte les absolverá
    11. Pérdida de contacto con la realidad: aislamiento progresivo
    12. Inquietud, imprudencia, impulsividad
    13. Convencimiento de la rectitud moral de sus propuestas ignorando los costes
    14. Incompetencia ‘hubrística’ por excesiva autoconfianza

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