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Jorge Bustos: «Hacer sátira de Sánchez es una obligación ética y estética»

El escritor y columnista de ‘El Mundo’ habla con David Mejía sobre su formación, su experiencia en el periodismo y su vocación literaria

Jorge Bustos (Madrid, 1982) es escritor y columnista. Se licenció en Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense, pero se decantó por el periodismo. Tras pasar por varios medios, en 2015 se incorporó al diario El Mundo y fue nombrado Jefe de Opinión en 2017. Escribe columnas, crónica parlamentaria y deportiva, es comentarista político en radio y televisión, y es autor de cinco libros: La granja humana (2015), El hígado de Prometeo (2016), Crónicas biliares (2017), Vidas cipotudas (2018) y Asombro y desencanto (2021).

PREGUNTA. Te criaste en una familia conservadora, fuiste a un colegio del Opus y aunque te has distanciado de ese universo, siempre dices que le debes mucho.

RESPUESTA. Yo soy lo que soy por mi familia y por mi educación. No se me ocurriría jamás renegar de todo lo infinitamente bueno que recibí en esos años. Soy consciente de que la base del ser humano se forma en las primeras dos décadas de su vida, y he tenido muy buena suerte: tuve muy buenos profesores, una familia unida, muchos hermanos y un ambiente de alegría donde la educación en el sentido antiguo -y lo digo con cariño- era una constante. Y soy el producto de esa inmensa fortuna. No soy precisamente un católico ejemplar, pero desde luego no se me ocurre posar de voltairiano y arremeter contra las raíces de nuestro pensamiento. Algunos católicos con poca inteligencia acusan a la Ilustración y la Revolución Francesa de ser una traición a la tradición occidental; entronizan la Edad Media como el ideal utópico y no se dan cuenta de que la grandeza civilizatoria del cristianismo consiste precisamente en haber engendrado una tradición que no se ha dado en ninguna otra religión. La grandeza de una civilización se mide también por sus contradictores, no sólo por sus apóstoles. El cristianismo es una religión sincrética, es una tradición que incorpora elementos previos paganos. En su momento, se consideraba a Cicerón casi como un padre de la Iglesia. Es importante acercarse a nuestra propia civilización para reconciliarse con ella en vez de caer en esa especie de histeria penitencial en la que vivimos desde la contracultura de los años 60, donde parece que hay que hacer tabula rasa cuando vivimos en el mejor momento -veremos por cuánto tiempo- y en el mejor lugar.

P. Valoras la tradición histórica, pero te alejaste de las costumbres.

R. Me parece estúpido renunciar al legado; otra cuestión es que, efectivamente, cierta derecha tradicionalista o conservadora me asfixiaba, porque yo necesitaba libertad. Tampoco es una evolución muy original la mía, pasar de conservador a liberal en España. Hay otra más común que es pasar de comunista a liberal, hay muchos nombres famosos en el mundo del periodismo y de la intelectualidad española. Es casi un arquetipo, el que fue comunista en los años de Franco y ha acabado siendo liberal, incluso conservador, o incluso de VOX. En mi caso es una evolución natural, no he sido nunca de izquierdas, pero quién puede estar en contra de un Estado democrático, de una economía social de mercado, de la redistribución, de que pague más el que más tenga, si son principios elementales. Me reconozco en eso que se llama de una forma muy amplia constitucionalismo, y no aspiro a la originalidad política, la verdad. Hubo un tiempo en que jugué a ser un enfant terrible, porque hay un momento de rebeldía natural en la biografía de cualquier chaval que empieza a leer libros y quiere romper con su pasado, pero luego maduras.

P. He leído que te criaste en un ambiente de excelencia y eso ha provocado que seas muy exigente contigo mismo.

R. Sí, en mi casa todos mis hermanos mayores sacaban todo sobresalientes, pero no porque mi padre o mi madre tuvieran que ir detrás de ellos con el rodillo de cocina, de manera amenazante. Al contrario, mis padres consiguieron inocular en mis hermanos y en mí una aspiración a la excelencia como una emanación natural de lo que veíamos en casa, unos padres ejemplares. Yo jamás he visto a mi padre remolonear en la cama, por ejemplo, o no levantarse a recoger la mesa. Era difícil encontrar un defecto a mis padres, y esto es terrible para ser escritor, porque la literatura consiste en cagarte en tu padre, en curarte los traumas infantiles producidos por la falta de raíces o de cariño. Yo tuve una infancia tan feliz, tan bien estructurada moralmente y tan llena de certezas que quizá las seguridades que he tenido después en mi vida provienen de ese sustrato. Entonces tengo que estar agradecido, porque soy consciente de que eso es una excepción. Evidentemente también tiene sus contrapartidas, lo que comentaba antes de un cierto ambiente temeroso de la vida.

P. ¿A qué te refieres?

R. Es un vicio clásico del catolicismo español, cierto miedo a la vida, el descubrir el pecado en todo. Frente a eso hay una respiración liberal que en mi caso aprendí en la universidad, y me fui poco a poco abriendo, sin tirar por la borda todo lo anterior, pero intentando encontrar un equilibrio entre Apolo y Dionisio, por decirlo así. A mí no me va la mentalidad de catacumba, la afición española a la capillita, y esto es igual en la derecha confesional que en la izquierda marxista o postmarxista -o ahora woke-. El ser humano es un animal religioso, necesita construir iglesias constantemente. Entonces cuando has vivido a fondo la capilla original, y aprendes sus códigos, sus ventajas y sus asfixias, aprendes a reconocer ese modelo luego en la universidad, en el periodismo, en todos lados, y te apartas instintivamente de ese mundo cerrado donde se te amenaza con la condena de ser facha. Para un periodista de opinión en España es la gran condena, es el pecado original. Pero cuando has vivido eso desde pequeñito, aprendes a relativizarlo. Te da cierta facilidad para enfrentarte a las aulas, a los retos de la conversación pública cuando te dedicas al periodismo, pierdes el miedo a las condenas. Es una facilidad que no han tenido otros compañeros y quizá me ha ayudado también para los entrañables linchamientos digitales que he padecido.   

«El aprendizaje de la ligereza fue fundamental en mi formación»

P. En la universidad aprendiste a soltar lastre, a vivir de manera más ligera. 

R. Ese es un aprendizaje fundamental, el aprendizaje de la ligereza. Esto lo explican los tratadistas morales de la estética española, el peligro de los escrúpulos. Cuando tú naces en un ambiente donde se te ofrece la perfección como ideal cotidiano, desarrollas una especie de autoexamen enfermizo, constantemente te estás examinando, te estás puntuando. Y si no lo controlas, acabas neurótico. Tienes que controlar el exceso de escrúpulo moral. Probablemente para otros el drama sea el contrario, cómo lograr disciplinarse porque no pueden controlar su propia voluntad. El aprendizaje de la ligereza fue fundamental en mi formación; aprender a dejarse ir, a sentir, a divertirse, aprender a que no pasa nada cuando haces determinadas cosas que te habían prohibido…aprender a ir descubriendo la vida, como supongo que las descubrieron en los 60 los hijos de padres conservadores norteamericanos. Yo lo descubrí en la primera década de los 2000. tuve mi Woodstock particular y me lo pasé muy bien. Y ese aprendizaje es muy importante, sin perder del todo el hábito de la disciplina mental, que es fundamental para el trabajo.

P. ¿Por qué estudiaste Filología Clásica?

R. Porque se me daba muy bien traducir latín y griego. Otra cosa que había en mi casa era una absoluta libertad en las decisiones de los hijos. Esto puede ser controvertido, hay padres que no dejan que sus hijos estudien lo que les dé la gana, y que tomen decisiones garrafales como estudiar Periodismo.

P. Fíjate, si estas charlas están teniendo un hilo conductor, es el odio a la carrera de Periodismo.

R. No es que le tenga odio, pero todos mis amigos licenciados en Periodismo me han dicho que fue una decisión equivocada. Pero como decía, mis padres jamás nos marcaron un camino. Yo tenía una nota altísima y podía haber elegido cualquier carrera, pero me dejé llevar porque disfrutaba mucho traduciendo el ablativo absoluto. Se me daba muy bien traducir, por esa mentalidad mía un poco obsesiva con la sintaxis, con todo en general, porque soy muy maniático, y la traducción del latín premia ese tipo de cerebros, que están obsesionados con la marca gramatical.

P. Javier Gomá, que estudió Filología Clásica, nos dijo que empezó pensando que era una carrera de letras y resultó ser una carrera de ciencias.

R. Sí, la llaman la ingeniería de las letras, porque la traducción del latín son pautas casi matemáticas, para descifrar una lengua que se basa en declinaciones y que es tan distinta del castellano. Y yo disfrutaba traduciendo un discurso de Cicerón o un canto de Virgilio al castellano, y veía que tenía una facilidad natural. Así que me decidí por Filología Clásica, sin pensar en qué iba a trabajar después. Me gustaba la literatura desde niño, y leer y escribir, pero nunca pensé a dónde me podía llevar eso.

P. ¿Y tu disciplina mental no te hizo pensar en el futuro?

R. Eso me pasó en tercero, que es cuando me cambio a Teoría de la literatura, que tampoco es que sea una carrera muy prometedora para el mercado laboral (ríe). Pero sí, me entró un cierto pragmatismo y como me gusta mucho la literatura, me cambié. Entre tanto, como también leía muchos periódicos y me apasionaban el columnismo y la política, pensé que desde ahí podía dar el salto al periodismo. Y finalmente salió, después de años de picar piedra, pero salió bien. La formación en literatura y en filología fue muy exhaustiva, porque leíamos cuatro libros a la semana más la bibliografía que nos daban los profesores. Era un ritmo de lectura brutal, y no de libros fáciles. En una semana podías leer Auto de fe, de Canetti, La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, El ruido y la furia de Faulkner y un manual de narratología. Entonces, con 21 años, tenías el cerebro como un puto volcán. Yo creo que nunca volveré a tener ese volumen de lectura ni de conocimientos como el que tuve con 21 años. Después, todo ha sido decadencia (ríe).  

P. ¿Ya entonces eras una persona politizada?

R. Sí, cuando estaba Felipe González yo tendría 13 o 14 años, y ya empezaba a oír hablar de escándalos de corrupción en el tardofelipismo, etc. Empecé a escuchar la radio, a aficionarme a las primeras tertulias de política en televisión, a coger ese tipo de hábitos. Y sí, te vas cabreando, porque al final la politización es la expresión de un cabreo. Después, mi época en la universidad -en la Complutense, no en cualquier universidad- coincidió con los años de Bush en la Casa Blanca, y estaba siempre llena de pancartas contra el fascismo norteamericano. Entonces yo me fui politizando por el lado de la derecha. Ahora estoy leyendo El conocimiento inútil de Jean François Revel, y es de una vigencia bastante inquietante, me doy cuenta de que todo lo que dice en ese libro es exactamente lo que yo pensaba de forma instintiva en los años universitarios: por qué tanto odio cuando simplemente hay que decir que la democracia americana tiene vicios que hay que corregir, y la española también, pero no hay por qué tirar todo abajo. Yo veía ese germen de Podemos que empezó en 2005 como algo risible, ridículo, vanidoso, narcisista, caducado. Eran ideas testadas ya en la realidad y fracasadas. Y como tenía una pasión por la democracia liberal muy poco romántica, y que no servía para ligar porque el que ligaba era el que tenía el póster del Che más grande, pues me fui volviendo más combativo en esos años. Y así empezó todo.

P. ¿La vocación de columnista es anterior a tu llegada al periodismo?

R. Lo de columnista fue una vocación clara y temprana, desde los 15 años. Los domingos mi tío compraba todos los periódicos y los dominicales, y yo devoraba a los columnistas. Y así empecé a desarrollar una afición por ese género. Empecé a leer a los clásicos, y pedía para Reyes antologías de Julio Camba, a la edad en la que normalmente pides una PlayStation. Me volví muy repelente con el género, leía a Ruano también, que eran nombres que en el año 2000 no sonaban, nadie sabía que existían Julio Camba, ni Chaves Nogales, ni nada de eso. Y leyendo a columnistas empecé a pensar que por qué no iba a poder escribir yo también; supongo que ese es el primer motor de cualquier columnista, la vanidad. Y cuando me di cuenta que solo de columnismo no puedes vivir, pensé que el peaje necesario para poder escribir columnas era ser redactor y hacer piezas y entrevistas. Y entonces entré en un periódico local, El distrito, que fue una disciplina maravillosa. Era una redacción en un piso en Vicálvaro, al que tardaba hora y media en llegar todas las mañanas, y ahí aprendí a cubrir plenos municipales, inauguraciones de parques, discusiones con las asociaciones de vecinos… Y empecé también a escribir columnas, que era el premio por todo lo anterior. Fue un tipo de periodismo que me ayudó a conocer muy bien la ciudad de Madrid, que es un microcosmos que vale para todo, y también me ayudó a disciplinarme y a trabajar muchas horas en una redacción.

P. Después pasaste por varios medios hasta llegar a El Mundo.

R. Después de El distrito, entré en La gaceta de los negocios; me surgió la oportunidad por un ensayo sobre Chesterton que publiqué en Nueva Revista. Entré en febrero de 2008 y estuve hasta que en 2009 compra el periódico Intereconomía, y empieza toda esa locura divertida y estrambótica de los años de Intereconomía, donde también aprendí mucho. Me dieron la contraportada de La Gaceta con 27 años, y podía viajar por toda España haciendo crónicas de verano… hacía lo que me daba la gana. Y ahí mi firma empezó a conocerse un poco. La Gaceta llegó a tirar 80.000 ejemplares al principio, pero luego fue decayendo, y todo por la curiosa costumbre de su presidente de no pagar. Por fortuna me metieron en el ERE y estuve dos años como freelance. En esa época me llamó Rafa Latorre para ZoomNews, escribía también en JotDown, empecé a ir al Chiringuito de Pedrerol… El caso es que para reunir 1.000 euros y pagar el alquiler del cuchitril donde vivía en el Barrio de las Letras, tenía que prodigarme en todo tipo de medios, a razón de 30 euros la columna. Después firmé el anticipo de un libro, La granja humana con Ariel, que me permitió pagar dos meses más de alquiler. Después entré en El Confidencial y estuve sólo tres meses, hasta que Jabois se fue a El País y se abrió un hueco que Casimiro García-Abadillo decidió rellenar conmigo. Y hasta hoy.

P. Y de ser columnista pasas a ser jefe de opinión.

R. Empiezo a escribir columnas, pero estaba en plantilla, también hacía entrevistas y reportajes. No iba a la redacción, pero soy redactor desde el principio, cosa que da mucha seguridad porque después de dos años cobrando las miserias que se paga por pieza, pasar a estar en nómina en Unidad Editorial fue mi salvación. Ya había llamado al banco para pedir un crédito. Cualquier chaval de nuestra generación ha ido encadenando crisis y no sé cómo lo tendrán los chavales de ahora, pero seguro que será todavía peor, porque la implosión de la industria del periodismo como la hemos conocido en el siglo XX y a principios del XXI está llegando a su fin. Es verdad que la disrupción tecnológica genera nuevos empleos y hay gente que se gana bien la vida con las nuevas tecnologías, haciendo un periodismo distinto, pero el periodismo nunca ha dejado de estar en crisis. Y estuve de redactor hasta que en 2017 me ofrecieron ser jefe de opinión de El Mundo, y mi primera reacción fue decir que no. Yo estaba publicando casi un libro por año, tenía mucha libertad para viajar, para moverme, y sabía que ser jefe de opinión implicaba estar en la redacción de lunes a viernes, coordinando un equipo y solucionando muchos problemas. Es un trabajo mucho más mecánico y menos glamuroso de lo que a uno le pudiera parecer. Pero lo consulté con mi novia y mis allegados y me dijeron que con 34 años no se dice que no a la jefatura de opinión del segundo periódico de España, y que me probara. Y ya llevo cinco años, y muy agradecido.

P. Llegas a la jefatura de opinión en 2017, el año en que estalla el procés. Es un momento en que el periódico tiene que tener una postura muy firme.

R. El Mundo ha sido desde de su fundación tremendamente combativo con el nacionalismo. Siempre ha sabido que es la principal fuerza disolvente. Por tanto, estaba muy claro lo que el periódico tenía que defender. Mi miedo era más formal que de fondo: ¿cómo se escribe un editorial? Yo estaba muy acostumbrado a una columna personal, de combate. Pero el editorial tenía que incorporar la voz colectiva del periódico, y tenía que portavocear el momento histórico con las aportaciones de todos los compañeros de las secciones. Los editoriales son como el desaguadero de un montón de opiniones que se producen en la vida de redacción, y aquilata tus opiniones, mejora tus puntos de vista, porque son periodistas que llegan de la calle con noticias, con puntos de vista diferentes.

P. Es un aprendizaje maravilloso para un columnista de batín.

R. El periodista puramente de redacción también tiene sus vicios, porque quizá le falta algo de oxígeno y libertad, atreverse a quebrar algunos códigos de la redacción que son muy fuertes. Y lo ideal es mezclar la frescura del columnista de batín con la experiencia y la información de la criatura de redacción. De ahí sale el animal perfecto. Yo recuerdo que llegué el 1 de septiembre de 2017 a la jefatura de opinión de El Mundo, y los días 5 y 6 se aprobaron las leyes de desconexión. Los acontecimientos se aceleraron, la épica del momento también. Fue un momento en el que llegamos todos a temer que se iniciara en España algo que no habían visto ni nuestros tatarabuelos. Al final, la fuerza de los acontecimientos te va llevando, y agradezco mucho haber estado en el periódico en ese momento. Fue muy impresionante, porque desde el día uno hasta el tres, esas 48 horas, había una zozobra increíble en la redacción. Ya no escribías como periodista, sino como español al que le preocupa su país de verdad. Y cuando se produjo el discurso del Rey, me senté a escribir el editorial emocionado.

«No tener miedo y expresarse libremente tiene un coste»

P. Tienes una gran exposición pública. Como persona con una fuerte vocación literaria, entiendo que quieres que se te asocie también a lo que escribes fuera de los periódicos, tener presencia en el campo cultural. ¿Sientes que has sacrificado tu reputación como escritor por tu compromiso con el periodismo político?

R. Absolutamente. Mi reto es ahora intentar resucitar el cadáver. En un país tan apasionado ideológicamente como España, donde todos sabemos que el club de la cultura cojea de un pie y controla la reputación y los galardones, posicionarte abiertamente contra un gobierno de signo socialista, por ejemplo, o ser incisivo en las redes sociales contra ese gobierno, te cierra puertas, no nos vamos a engañar. Pero es una cuestión temperamental que no calculas. No soy calculador sobre el efecto de mis palabras: lo pienso, lo digo y ya está, porque se vive muy bien siendo libre y sin tener miedo. Pero yo acepté el puesto de jefe de opinión con la condición de seguir escribiendo columnas, tuiteando como me diera la gana, cometiendo errores también, y siendo víctima del linchamiento de mis entrañables enemigos. Hay gente que dice que un jefe de opinión tiene que ser más institucional. Pero este puesto es una coyuntura efímera en mi vida. Estoy muy agradecido, pero no es ni muchísimo menos mi aspiración. Mi verdadera ambición es ser reconocido como escritor. Pero, evidentemente, el no tener miedo y expresarse libremente tiene un coste y, como aquí jugamos todos, los adversarios te ponen en la diana y llaman a tu director. Eso me ha pasado varias veces, con este gobierno y con el de Rajoy. Tanto el Partido Popular como el Partido Socialista han llamado a mi director para quejarse de mí o para algo más que quejarse de mí. Los dos partidos lo han hecho. Pero claro, si te respaldan el director y los lectores, que es lo fundamental en este oficio, pues tomas nota y sigues adelante.  No te voy a decir que no haya momentos duros, es muy difícil cuando sacan tu vida privada, mienten o te calumnian. Aunque también es una forma de reconocimiento inverso: el odio es a veces una forma de reconocer que eres influyente y por tanto eres abatible. Si fueras irrelevante para el debate público, nadie manipularía tus palabras para convertirte en trending topic.

P. Ahora te alejas de la primera línea para centrarte en la escritura, ¿dónde te gustaría estar dentro de un año?

R. Bueno, lo primero es celebrar el hecho maravilloso que fue ingresar en el catálogo de autores de Libros del Asteroide. Yo siempre he admirado Asteroide como la gran editorial literaria que poco a poco, de forma humilde y con un criterio absolutamente insobornable, se iba haciendo un hueco en el mundo de la edición. Y Asombro y desencanto, mi primer libro de viajes, ha sido una experiencia muy gratificante. Supongo que habrá mucha gente que no quiera acercarse a un libro escrito por mí, pero es un libro que no tiene ni una gota de política. A quien le guste la literatura de verdad se acercará al libro, porque la literatura desborda cualquier ideología. Y ese es mi reto ahora, escribir libros que llamen la atención transversal, como se dice ahora, de lectores muy distintos. Tengo algún proyecto interesante entre manos y espero disponer del tiempo para escribirlos.

P. Habrás visto que a estas alturas de la entrevista todavía no hemos hablado de Pedro Sánchez.

R. ¿Pero no vamos a hablar de Sánchez entonces?

P. Me interesaba ir más allá del Bustos antisanchista, pero si quieres, sí.

R. Me parece que hacer sátira de Sánchez es una obligación ética y estética, pero nada tiene que ver con la ideología. La gente confunde estar en contra de Sánchez con estar en contra de la socialdemocracia o en contra de los postulados de la igualdad, y es un error. Es simplemente un señor con grandes dotes para la picaresca que ha escalado y que se mantiene en el poder con mucha habilidad.

P. ¿Cuál dirías que es su principal virtud política?

R. Las virtudes políticas son a veces contrarias a las virtudes morales, como decía Maquiavelo. Pero su virtud política es, sin duda, esa impasibilidad, la capacidad de extirpar su propia conciencia a la hora de tomar decisiones políticas que nadie habría tomado si tuviera un mínimo aprecio por la propia tradición socialista española, por lo menos desde PSOE de Felipe González. Esa desvergüenza de Sánchez es una virtud política. Otra cuestión es que el sanchismo vaya a ser un paréntesis en la historia de España, del cual muchos de sus aduladores no querrán hablar de él dentro de unos años.  

P. ¿Te han sorprendido los apoyos incondicionales que ha tenido?  

R. Somos un país acostumbrado a la sociología del acaudillado; somos muy buenos siervos, lo que falta es un buen señor. Y claro, la posibilidad de un hombre que llegue y esté dispuesto a usar su dedo con generosidad en todos los organismos públicos para colocar, es muy atractiva. No nos engañemos, el entramado político mediático español es especialmente tupido, y la posibilidad de encontrar trabajo en una agencia pública de politólogos, si comulgas con la doctrina oficial de Ferraz, es muy alta. Y yo entiendo que si no puedes ofrecer algo a tus lectores que convierta tu firma en algo buscado y rentable, y tampoco te distingues por un valor precisamente heroico, pues siempre tienes la salida de adular al fantoche. Pero luego queda la hemeroteca, todo se te recuerda.

P. A ti Sánchez te ha agudizado el ingenio.

R. A Sánchez le tengo que agradecer muchas columnas. A Rufián también, y se lo dije una vez: sus preguntas de los miércoles en la sesión de control me habían solucionado muchas crónicas. Con Rajoy también me inventé un personaje que era Don Mariano, que me dio muchas alegrías. Lo que tengo miedo es a Feijóo, porque literariamente no sé cuál es su ángulo. Supongo que se me ocurrirá algo cuando llegue a la Moncloa.

P. ¿Has estado con Sánchez alguna vez?

R. Sí, una vez vino a la COPE cuando estaba en la oposición. Ahora creo que no soy muy bienvenido en su entorno, de hecho me vetaron en Televisión Española. No hice ningún escándalo porque lo entendía, Televisión Española es un órgano de partido. Yo estaba yendo a La Noche 24 horas y cuando empecé a criticar al actual gobierno se prescindió de mi colaboración. Y no me victimicé, el juego es así y no pasa nada. Como decía antes, creo que Sánchez tiene virtudes políticas incontestables, y sería un error subestimarlo; es más astuto de lo que piensan sus detractores. Y desde luego, es una catástrofe moral para la historia reciente de España.

P. ¿Cómo crees que será recordado?

R. Pues como un gigantesco oportunista. Vamos a ver cómo queda el PSOE después de él, porque no sé si se va a refundar o si va a continuar su legado a través de alguien como Lastra, por ejemplo. Yo estoy hablando con gente que está en el antisanchismo dentro del PSOE y que están preparándose para reconstruir algo parecido a la socialdemocracia española. Ese movimiento existe, lo que no sé es si va a tener fuerza para enterrar este legado. Ese es el gran debate y eso va a ser interesante de contar. Igual que va a ser interesante contar si el PP de Feijóo comete los mismos errores que el de Rajoy, o aspira a un proyecto de España un poco más rico que el puramente tecnocrático.

P. ¿Ves a Feijóo capaz de liderar ese proyecto?

R. Feijóo me ha sorprendido en el trato corto porque no le conocía mucho, y me parece que tiene claras bastantes cosas. El periódico El Mundo tiene algunas banderas que son absolutamente innegociables, por ejemplo, la despolitización de la Justicia o la defensa del castellano en Cataluña. Él sabe muy bien que son ideales irrenunciables para los que va a hacer falta un valor que se le va a exigir. Es curioso, El Mundo tuvo una magnífica relación con Zapatero, en cambio, Rajoy no nos dio ni una sola entrevista en el tiempo que estuvo en La Moncloa, en siete años. Y con Aznar se rompió la relación a raíz de la guerra de Irak. Es decir, El Mundo ha tenido relaciones ambivalentes porque nuestra posición en el tablero nos permite ser exigentes cuando gobierna el PP y pelearnos con ellos, sin que nos abandonen los lectores porque entienden ese papel. Y al mismo tiempo ciertos políticos del PSOE pueden ser defendidos por El Mundo. Es importante tener la ecuanimidad suficiente para reconocerle al «adversario» el acierto y tener también el valor suficiente para criticar el error del «afín». Ese debería ser el objetivo.

P. ¿Cuándo se rompe la relación con el PP de Casado?

R. Había buena relación con el equipo de Casado, hasta que Ayuso sacó el resultado que sacó y entonces se enloquecieron. También veíamos déficits de madurez política que se lo ponían muy fácil a Sánchez. Nosotros intentábamos marcar los rumbos, que es el papel de un periódico liberal, marcar rumbo al partido que se pretende liderar. Pero cuando pasa lo de Madrid, Casado enloquece y, presa de los celos o de no sé qué extraña afección, intenta autodestruir el partido con tal de mantenerse unas semanas más en Génova. Y el Partido Popular es una parte fundamental de la democracia española, que tiene dos pilares, el PP y el PSOE. Un liberal o un conservador no puede estar contento con que el PSOE esté en manos de Sánchez, porque el PSOE también es importante para la estabilidad de la democracia, para el futuro de sus hijos. Y todas las democracias consolidadas se apoyan en dos grandes partidos. Hemos intentado jugar al pluripartidismo y no está funcionando demasiado bien. Los electores se están dando cuenta y se están reagrupando primero por el centroderecha, y acabarán reagrupándose por el centroizquierda. Es decir, no podemos estar contentos de que uno de los dos pilares del sistema de alternancia esté poseído por el cesarismo o socavado por ideologías que son ajenas al corpus constitucionalista. Entonces, que el PP fuera tomado por gente que se estaban comportando como niñatos no puede satisfacer a nadie, votes o no votes al PP. Y el periódico adoptó en ese momento una vía de choque porque era nuestra responsabilidad. En una democracia coja, todo va a estar permitido. Es decir, no va a haber un contrapoder suficientemente importante como para que quien esté en el poder tenga incentivos para portarse bien. Si no existe alguien que te pueda echar, están todos los incentivos para que quien está en el poder se comporte como un Napoleón.

P. Durante una época El Mundo se posicionó muy a favor del proyecto político que representaba Ciudadanos. ¿Cómo ves ahora el futuro del partido y de las ideas que representa?

R. Esa era una las críticas que recibía el diario por parte del PP, cuando Ciudadanos estaba fuerte y el PP de Rajoy estaba cercado por los casos de corrupción. Pero es que el ideario de aquel Ciudadanos y del diario El Mundo se solapaban: la despolitización del poder judicial, el combate del nacionalismo, la igualdad de los españoles ante la ley, la separación de poderes… claro que había concomitancias. Yo creo que el declive de Ciudadanos se debe a varios factores: están los errores de Rivera, pero está también la realidad sociológica y política de España, donde no se permiten aventuras de terceros. Rivera creyó que podía sustituir al Partido Popular, y las encuestas durante un tiempo validaron esa tesis, pero cuando llegó la moción de censura no hubo la suficiente flexibilidad para asumir la condición de ser un partido bisagra. Yo soy el último español que todavía defiende que Sánchez jamás quiso ni planificó el pacto con aquel Ciudadanos con el que sumaba 180 escaños. Y sigo pensando que en eso Rivera no se equivocó. Había una relación de odio muy asentada y era imposible que eso trabara un gobierno. Me puedes decir que Pablo Iglesias y Pedro Sánchez también se odiaban, pero sus electorados están más próximos. De verdad creo que es un contrafáctico erróneo como explicación del fin de Ciudadanos.

P. Imaginando que es así, Rivera se las podía haber ingeniado para ser recordado como el que propuso ese pacto y no como quien lo evitó.

R. En eso está de acuerdo el mismo Rivera, que reconoce que se equivocó, tenía que haber propuesto el pacto y dejar que fuera Sánchez el que lo rechazara. Pero más allá de Ciudadanos como partido y como estructura, lo que no se ha acabado es la vigencia de sus ideas. Lo que me interesa no es el triunfo de las siglas, sino que durante un tiempo promovieron las mejores ideas para la regeneración real de España, y esas necesidades siguen estando. Se trata de que todo eso permeen lo suficiente en el PP de Feijóo como para que pueda acometerse una reforma profunda de España en la siguiente legislatura. Ojalá rescaten muchas de sus ideas y tengan el coraje de implantarlas, singularmente en determinadas partes del país.

P. Jorge, cerramos con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría ver como invitado en Vidas cruzadas?

R. Te propongo dos. Estaría bien que trajeras a Raúl del Pozo, para que te contara cómo era el periodismo de los tiempos heroicos. Raúl, que es uno de los maestros del oficio y que es un señor que se ha ido de copas con Orson Welles, ha conservado una calidad humana excepcional y una voluntad de juventud eterna en su columna y en su trabajo. Y luego, podrías traer a Kutxi Romero, el cantante de Marea, un grupo que nos gusta a los dos. Pasé una tarde con él la víspera de un concierto en Burgos, en la habitación del hotel, bebiendo del minibar, y fue una de las tardes más felices de mi vida.

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