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Pilar Bonet: «Gorbachov acabó con el aislamiento de la URSS»

La periodista habla con David Mejía sobre su experiencia como corresponsal del diario El Pais en Moscú, su relación con Gorbachov y la actual situación de la región

Pilar Bonet: «Gorbachov acabó con el aislamiento de la URSS»

Pilar Bonet | Luis Sevillano

Pilar Bonet (Ibiza, 1952) es licenciada en Filología Hispánica y Ciencias de la Información. En 1980 se instaló en Viena como corresponsal de la agencia EFE. En 1982 comenzó a trabajar en el diario El País y un año después inauguró la corresponsalía en Moscú, que ocupó hasta 1997. Entre 1997 y 2001 fue corresponsal en Alemania. Después, retomó su labor como corresponsal en Moscú. Ha publicado tres libros sobre Rusia: Moscú (1988), Imágenes sobre fondo rojo. Estampas de la crisis soviética (1992) y La Rusia imposible: Borís Yeltsin, un provinciano en el Kremlin (1994). Su trabajo y trayectoria han sido reconocidos con diversos galardones, el más reciente el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo, otorgado por la Asociación de Periodistas Europeos (APE).

PREGUNTA. Pilar, naciste en Ibiza, si no me equivoco.

RESPUESTA. Sí, nací en Ibiza, estudié allí y al final de la secundaria me fui a estudiar a Barcelona. Estudié Lingüística y luego Periodismo. Fueron unos años muy agitados.

P. ¿Entonces, tu vocación periodística es tardía?

R. No, estudié periodismo paralelamente. Aquellos tiempos eran políticamente muy agitados, y no puedo decir que aprendiera muchas cosas. Las aprendí después, sobre la marcha.

P. ¿Fuiste una estudiante muy politizada?

R. No, no demasiado. Yo tenía muy poco tiempo porque además de estudiar, trabajaba para complementar mis caprichos, e iba a clase de alemán, de inglés y empecé clases de ruso también, porque siempre me han gustado mucho los idiomas.

P. ¿La decisión de estudiar ruso tiene que ver con un interés en el marxismo y en la Unión Soviética?

R. Para nada, tiene que ver con la filología y con la lingüística. Y si empecé a estudiar ruso era porque no había la opción del polaco. Yo pasaba muchas horas en la Filmoteca -porque estábamos constantemente en huelga- y allí pasaban las películas de Wajda, y me gustaban tanto que pensé en estudiar polaco, y como no había opción, me puse a estudiar ruso. Pura casualidad.

P. ¿Qué ocurrió después?

R. Después me fui a trabajar a Viena con la agencia EFE, y tocábamos toda Europa del Este, que entonces era la Europa de los aliados de la Unión Soviética. Desde Viena cubríamos varios Estados: Bulgaria, Rumanía, Checoslovaquia, Hungría, Polonia.  En esa época me tocó también cubrir el tema polaco de Solidarność, los refugiados que venían a Viena, los disidentes que vivían allí… Y durante todo ese tiempo yo seguía estudiando ruso. Empecé a colaborar también con El País. Poco después me ofrecieron la posibilidad de irme a Rusia, porque el director del periódico, Juan Luis Cebrián, necesitaba que allí estuviera alguien que hablara ruso.

P. La democracia llega a España y tú decides marcharte a Rusia.

R. Sí, totalmente. Justamente por haber nacido en una isla, me gustan los espacios grandes, donde no me sienta agobiada ni cierta sensación de claustrofobia, sino que tenga sensación de espacios ilimitados. Y por otra parte, también me gustaba la literatura rusa y tenía gran curiosidad. Pero vamos, no era una decisión política para nada, en todo caso era una decisión cultural, una decisión de curiosidad.

P. La conectividad de entonces no es la de ahora. ¿Tuviste la sensación de estar muy aislada de España?

R. En Viena no, pero en Moscú los primeros años sí, porque, entre otras cosas, no había línea directa de teléfono; la hubo durante las Olimpiadas de 1980, pero después la quitaron. Cuando querías hablar con el extranjero, tenías que solicitar una conferencia telefónica que te daban en el plazo de una hora. Y justamente eso fue lo que Gorbachov eliminó, el sentirse encerrado más allá de lo que era el muro o el telón de acero. Eso desapareció y de repente nos sentimos en el mundo. La gente iba y venía, los amigos que estaban siempre encerrados y que no podían comprar libros en Occidente, empezaron a salir y a comprarlos ellos. Yo volvía de vacaciones y todo el mundo estaba fuera; se iban a Francia, Alemania… viajaban todos como locos. Con Gorbachov el aislamiento se rompió totalmente.

P. Pero ya estamos hablando de finales de los ochenta.

R. Sí, estamos en los años en torno a la caída del muro de Berlín. Para salir de Moscú, los corresponsales necesitábamos una autorización del Ministerio de Exteriores. Y la primera vez que pudimos salir sin esa autorización fue durante el terremoto de Spitak, que fue en diciembre de 1988. Estábamos con Gorbachov en Nueva York porque había intervenido ante las Naciones Unidas, y de repente se supo que había habido un gran terremoto en Armenia. Gorbachov interrumpió el viaje y se marchó de nuevo a la Unión Soviética, y todos volvimos con él. Y entonces nos dijeron que cada uno fuera como quisiera. Y fue la primera vez que pudimos viajar sin solicitar permiso.

P. Permíteme que vuelva atrás. Cuando llegas a Moscú, eres una mujer de 30 años que busca información en un régimen hermético y con una población temerosa. ¿Qué pasos tiene que seguir un corresponsal en esas circunstancias?  

R. Lo primero de todo, e insisto en esto, es hablar el idioma del país. Yo, personalmente, jamás enviaría un corresponsal permanente a un país cuyo idioma no habla. Dicho esto, cada uno luego se lo monta como puede. Por otro lado, no es cierto que haya países tan cerrados que no se pueda trabajar, porque la realidad, aunque no se filtre toda, se va filtrando parcialmente. Y el trabajo de un periodista es conectar los elementos de realidad que tiene y hacerse una composición de lugar acertada, que dependerá de su propia capacidad y también de los elementos que pueda reunir. No siempre las fuentes mejor situadas son las que más te dan, en cambio si uno va a un segundo o tercer nivel, hay muchas cosas que puede saber y que puede interpretar en clave. Entonces existía una cosa llamada «Kremlinologia», que consistía en analizar los textos y las fotografías, por ejemplo, buscando a quién habían suprimido. Sucedían cosas cómicas, por ejemplo, al retocar una foto donde había 12 personas, aparecían 25 piernas, lo que quería decir que habían borrado a uno. Estas cosas pasaban. Y en los textos había que buscar, por ejemplo, la expresión «y sin embargo» que era lo que indicaba donde estaba la información relevante para el corresponsal y lo que ellos pretendían esconder. Había artículos que se publicaban muy críticos, a veces de forma velada, cogiendo un acontecimiento que aparentemente no tenía nada que ver con el presente, pero que todos entendíamos que era una analogía. Y era muy importante también tener una relación con el entorno al margen de los círculos periodísticos, que en gran parte se relacionaban entre ellos por comodidad y por no conocer suficientemente bien el idioma. Tampoco hay que olvidar que en Moscú estaban todavía los niños españoles de la guerra, que eran relativamente jóvenes y estaban totalmente integrados en la sociedad, y por tanto eran también una fuente de información sobre cosas que pasaban en la sociedad, no tanto a nivel político, pero sí a nivel cultural y social, que también eran de gran interés.

P. ¿Qué nivel de arraigo crees que es conveniente para un corresponsal? ¿Puede una asimilación excesiva hacerle perder el ángulo del observador externo?

R. Yo puedo hablar de mi experiencia, y en mi caso, he estado allí tanto tiempo que supongo que no tengo una visión tan fresca, porque, claro, no hay nada más fácil que estar cinco días en un país y escribir un libro. Pero las dos cosas son válidas, son dos géneros distintos. Hay quien mira una alfombra y ve el dibujo y quien la mira y ve cómo está enhebrada. Yo soy de los segundos, lo cual no impide que en algún momento dado pueda escribir notas de color.

P. ¿Existía en la URSS de los años ochenta la sensación de que se encaminaba hacia la apertura?

R. Sí, había muchos síntomas. Hubo una pequeña regresión: cuando murió Brézhnev, el siguiente dirigente, Yuri Andropov, dirigió la reforma en un sentido autoritario y policial. Y luego vino Chernenko, que fue una época de estancamiento. Pero cuando Gorbachov llegó al poder, los síntomas fueron casi inmediatos. Películas que estaban prohibidas se permitieron, libros que estaban censurados comenzaron a publicarse, todo se fue abriendo y la realidad iba apareciendo. Imagínate una fotografía donde la resolución es muy baja; pues la resolución iba aumentando y veías cosas que no habías visto antes. Eso llegó a su cúspide en el año 90, y después todo empezó a declinar hasta la actualidad.

«Gorbachov no quería acabar con la Unión Soviética, sino reformarla»

P. ¿Compartes la tesis de que Gorbachov no quiso acabar con la Unión Soviética, sino adaptarla para que sobreviviera?

R. Totalmente, sí. Él no quería acabar con la Unión Soviética, quería reformarla, pero no pudo. Entre otras cosas, no pudo porque los proyectos políticos de las élites nacionales de las repúblicas se consolidaron como tales, y en clara oposición a lo que era la Unión Soviética. Varios países, empezando por los bálticos, aprovecharon la oportunidad para volver a ser independientes, porque habían sido anexionados por la Unión Soviética. De hecho ya habían aprobado declaraciones de soberanía que no eran aceptadas por la dirección del Estado.

P. ¿Cuáles son los méritos de Gorbachov?

R. Gorbachov tiene dos méritos concretos: primero, el abrir el país al mundo, el ver el mundo como algo global, no como algo nacional, ver unos intereses compartidos y a partir de ahí iniciar la carrera del desarme y la libertad de expresión en el mundo soviético. Si me hablas de la economía, fue un fracaso, pero desde el punto de vista de su filosofía, que fue globalista, no nacionalista, Gorbachov fue único. Podríamos decir incluso que fue demasiado idealista para lo que era la realidad. Es decir, no tenía una hoja de ruta ni la tecnología necesaria para las transformaciones económicas, pero veía a la Unión Soviética en el mundo. Y otro mérito muy importante fue que Gorbachov no era partidario de la violencia y no la usó cuando el país se desintegraba; eso habría sido una Yugoslavia con mayúsculas, porque la Unión Soviética tenía armas nucleares dispersas por distintas repúblicas. Usar la violencia hubiera podido suponer que Kazajstán, Bielorrusia y Ucrania, que eran los países donde estaban las armas nucleares, aparte de Rusia, hubieran entrado en conflictos suicidas. La desintegración de un país con armas nucleares era un gran peligro.

P. ¿A él le preocupaba cómo iba a ser recordado? Te pregunto porque hay una facción nacionalista que le considera responsable de la desintegración del imperio.

R. Así lo entiende un sector nacionalista ruso que en las necrológicas de estos días lo ha comparado con un traidor. Y también los comunistas se han expresado de esta manera. Gorbachov no es popular en Rusia, pero hay que pensar que es una cuestión de perspectiva. En 1991 Yeltsin presentaba la soberanía rusa, que fue fundamental para el fin de la Unión Soviética, como un movimiento que liberaba a Rusia de todos los países parásitos que chupaban su petróleo; esto es lo que imperaba entonces en la mente de los dirigentes rusos, no tenían mentalidad imperial. En cambio los dirigentes rusos actuales tienen sobre todo mentalidad imperial. Visto desde esta perspectiva, entiendes que los que siguen conservando la mentalidad imperial, que es un contingente que era marginal en los años 90 al principio y fue aumentando, es ahora el caldo de cultivo en el que pesca Putin. Y se apoyan en una propaganda feroz, que incluye la tesis de que Ucrania no existe y que sus dirigentes son nazis. Este bombardeo tampoco es una cuestión interna de Rusia, tiene también muchos partidarios en Occidente, cuyas cabezas han sido bien lavadas por el canal de televisión Rusia Today. Entonces tenemos la narrativa rusa vinculada a los criterios de la actualidad, que recupera una historia manipulada para apoyar una política imperial. Y esta concepción de la historia tiene muchos compradores en Occidente, lo que es un gran peligro, y por eso es absolutamente necesario desmontar de una forma tranquila y argumentada los mitos que penetran la valoración de Rusia y de Ucrania hoy.

«Rusia tiende a verse como una fortaleza acosada, y la OTAN incrementó esta sensación»

P. ¿Dirías que quienes defienden en público que la invasión de Ucrania es casi una reacción defensiva ante el expansionismo de la OTAN, lo creen genuinamente o tienen otros intereses?

R. Yo creo que mucha gente lo cree verdaderamente. Dicho esto, creo que la OTAN, teniendo en cuenta el carácter del país al que se acercaba, debería haber procedido de otra manera, y se equivocó al no considerar todas las asignaturas pendientes que tenía la ex Unión Soviética, entre otras cosas una gran desigualdad social y un ambiente muy violento. Se necesitaba un enfoque cuidadoso que no hiciera pensar a los rusos que habían perdido la Guerra Fría. Y en esto se falló, y de ahí viene mucho el resentimiento cultivado por Putin que engendra y potencia esa imagen de que la causante de todo fue la OTAN. Otra cosa es si era apropiado que la OTAN se ampliara; son dos cosas diferentes. Yo creo que estaba claro que pensar en Ucrania dentro de la OTAN era algo inaceptable para Rusia. Rusia históricamente tiende a verse como una fortaleza acosada, y la OTAN incrementó esta sensación. Aparte de esto, dentro de la OTAN hay diferentes posiciones, algunas muy combativas que provienen principalmente de los países vecinos de Rusia. Otro error muy grande fue no intentar debatir y elaborar la historia de Europa del siglo XX, para confeccionar una visión armónica del pasado. Los rusos se sintieron ofendidos por la falta de comprensión de sus problemas en Occidente, lo cual no quiere decir que Occidente tenga la culpa de sus problemas, son dos cosas distintas. Pero es cierto que la OTAN no comprendió, y los países occidentales no entraron a fondo en una política democratizadora. Se les veía como países que estaban sacando partido y ayudando a unos oligarcas corruptos que estaban explotando a la población. Occidente cometió muchos errores, aunque cada uno de estos errores es específico y se debe tratar en su contexto, pero la administración Putin aunó todo en un solo concepto llamado «la agresividad y la voluntad de la rusofobia». Hubo una falta de visión de la realidad rusa que se fue transformando progresivamente en un país nacionalista y resentido, sin responsabilidad social. Pero nada de esto justifica lo que ha sucedido después.

P. Cuando Putin llega al poder, tú llevas casi 20 años en Rusia.

R. Yo interrumpí mi estancia en Rusia y estuve cuatro años en Alemania, de 1997 a 2001, así que cuando Putin llegó al poder, yo cubría lo que me tocaba desde Alemania.  

P. ¿Y cómo viviste esa regresión como periodista, por ejemplo, tras el asesinato de Ana Politokovskaya en 2006?

R. Eso empezó mucho antes, en 1993, cuando los vencedores del intento de golpe de Estado del 91 se dividieron entre ellos, y Yeltsin y los suyos cañonearon el Parlamento. Esa fue la primera línea divisoria. La segunda línea divisoria fue en 1996, cuando Yeltsin iba a perder las elecciones de una manera estrepitosa y trucaron los resultados. Y entre esos dos hechos se produjeron unas privatizaciones también truculentas, que pusieron todas las joyas de la corona en manos de unos oligarcas. Y esta tendencia siguió después del 96, porque Yeltsin tuvo que pagar de alguna manera a los oligarcas por el apoyo que le habían prestado para ganar las elecciones. Y todo esto unido a las diferencias sociales abismales, los enriquecimientos vertiginosos… todo esto configuró una status quo que provocaba temor en los habitantes. Y esto lo aprovecha Putin, que subraya la inquietud, la angustia y la zozobra de los rusos en los 90.

P. Y con Putin aumenta la asfixia.  

R. Pero hay que verlo en un plano temporal dinámico. El cierre no es inmediato, como comentaba antes con el ejemplo de la fotografía y la resolución. Putin fue realizando una serie de restricciones. Entre las primeras, hizo que los gobernadores que eran elegidos pasaran a ser nombrados. Luego vino la guerra de Chechenia, donde los rusos se comportaron de una forma brutal. Luego vinieron los asesinatos selectivos, que no necesariamente tenían que ser por mandato de Putin, pero ya venían de un ambiente policial tenebroso que recordaba la época de Stalin. Y poco a poco fue creciendo hasta lo que tenemos hoy. Y lo último es la persecución, incluso penal, de quienes se manifiestan contra la guerra en base a un nuevo artículo del Código Penal que establece castigos para quienes denigran al Ejército (y la interpretación de lo que denigra al Ejército es muy amplia).

P. Esto que dices de que se está pareciendo cada vez más a los tiempos de Stalin, ¿no es una hipérbole?

R. Sí, todavía es una hipérbole, porque todavía no tenemos una represión masiva, es decir, no tenemos campos de concentración. Hay una tendencia represiva pero no es como la época de Stalin.

P. ¿Qué final auguras a la actual situación y a Putin?

R. Esa es la pregunta del millón. Para responder esto necesitas saber cuáles son las relaciones de poder dentro de la familia dirigente del Kremlin. Algunas cosas se filtran, pero no lo esencial. Tendríamos que saber, en primer lugar, en qué medida es capaz de usar el arma nuclear; en qué medida hay una oposición interna en la clase dirigente. Lo que sí parece es que, para acabar la guerra de Ucrania, Putin necesita exhibir de cara a su población algo que pueda ser interpretado como una victoria. Después de la inversión de miles de vidas humanas, Putin solo estaría dispuesto a aceptar una capitulación. Por otro lado, está Zelenski, que tiene un apoyo importante entre la población y que no quiere ceder territorio. Podría haber una tregua, pero después de la tregua esto seguirá y Rusia se habrá armado mejor. La opinión pública rusa apoya mayoritariamente a Putin, y es difícil pensar que las sanciones vayan a dar resultado a corto plazo. Por lo tanto, después de la tregua, nos encontraríamos con el mismo problema, agravado.

P. ¿Qué papel tenemos los europeos?

R. Nosotros estamos también en una situación sin salida, no podemos abandonar este conflicto por las necesidades que tengamos este invierno. Una política cortoplacista, que no piensa sistemáticamente y globalmente, no es la adecuada y es contraproducente. En un tiempo seguiremos teniendo los mismos problemas que tenemos ahora, porque esta no es una guerra de Rusia contra Ucrania, sino que es una guerra que nos afecta a todos y por lo tanto no podemos escondernos como un avestruz, tenemos que tomar decisiones meditadas y a largo plazo. Y esto es muy difícil, sobre todo cuando Putin es consciente de que puede aprovechar las grietas de la Unión Europea, que todavía no tiene, como decía Kissinger, un único teléfono. Rusia puede premiar a líderes como Orban con tratados o acuerdos de suministro de energía, y puede castigar a otros. Y además hacerlo de una forma cínica, alegando que las turbinas del Nordstream están estropeadas. Rusia está jugando con Occidente, y Occidente tenía que haber impulsado energías alternativas muchísimo antes. En cambio, tiene una clase de ejecutivos de las grandes empresas energéticas alemanas con estrechos lazos con sus colegas rusos, y que han hecho que se infravalorara la amenaza que Rusia suponía. Y esto indica de nuevo que se actúa a corto plazo, y se niegan a ver las consecuencias de esas políticas cortoplacistas, porque solo les interesan las próximas elecciones. El pensamiento sistemático a largo plazo no tiene cabida en una sociedad que improvisa constantemente. La política de independizarse de los hidrocarburos rusos se tendría que haber hecho de una forma más rápida y más eficaz. Pero tenemos demasiados problemas a resolver y carecemos de un criterio estable, simplemente vamos poniendo parches.

P. Antes de terminar, ¿podrías hablarnos de tu relación personal con Mijaíl Gorbachov?

R. Sobre todo la fomenté cuando dejó la jefatura del Estado. En el año 90 le hice una entrevista que fue la primera que se publicó en un medio en castellano. Y él sabía quién era yo, pero realmente la relación personal vino después. Y sobre todo se cimentó cuando era corresponsal en Alemania y fui varias veces a visitarlo a la clínica. Gorbachov se sentía bastante solo y creo que agradeció esas visitas. Cuando me llamaba por teléfono, yo pensaba que era un colega de la TASS, la agencia rusa de noticias, gastándome una broma. Después, cuando volví a Moscú, iba mucho a la Fundación porque hacían cosas muy interesantes y los conozco a todos desde hace muchos años. Su pérdida es para mí también una pérdida personal.

P. ¿Te sorprendió que Putin no quisiera rendirle honores? En mi opinión, el honor está en que no se los rindiera. Eso hubiera sido peor.

R. Pues sí, es una manera positiva de interpretarlo, no lo había pensado. Mejor que Putin se mantenga a distancia. Representan ideas que están en las antípodas. Recuerdo que, cuando estaba de corresponsal en Alemania, fui a visitarle una vez y me dijo: «Mira lo que es la modernidad, dos personas van en el mismo tren, pero sentados en direcciones opuestas».

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