La última batalla de la izquierda contra los conguitos
«Hace años comenzó la caza y captura de los conguitos por la parte más ofendida de la Humanidad»
En un viaje reciente a España, un turista se encontró con que una tienda vendía Conguitos. Consternado por el hallazgo del racializado dulce siendo él un racializado viajero, adoptó medidas legales contra la tienda. Unos días después, los comerciantes recibieron una amenaza de denuncia por vender un producto supuestamente racista cuya presencia en los lineales había sometido al viajero a un proceso tan traumático que solicitaba la retirada del producto y una indemnización por los daños morales ocasionados a su persona. A punto de provocar un conflicto entre la justicia de dos países y ante un proceso costoso para la empresa, plegaron velas y accedieron a retirar el dulce de todas sus tiendas.
Hace años comenzó la caza y captura de los conguitos por la parte más ofendida de la Humanidad. A principios de los 60, una empresa española creó este dulce y lo bautizó en honor a la independencia del Congo Belga. Eran los tiempos de la descolonización y de la canción del Cola Cao. En España, las personas negras resultaban aún estadísticamente exóticas y los estándares del racismo eran otros, naturalmente. Mirado desde estos años, todo puede parecer sucio aunque la intención no lo fuera. En aquellos tiempos, llegó a la estación de autobuses de Pamplona un africano que no sabía hablar español y enseguida llamaron a la Facultad de Periodismo a preguntar: «Ha llegado un negro; ¿es vuestro?» ¿Estaban haciendo una referencia a la posibilidad de que fuera un esclavo? No, sencillamente estaban ayudándole a llegar a su destino, que por cierto era la Facultad de Periodismo.
En aquellas, anunciaron los dulces personificándolos en una tribu de africanos bajitos y regordetes que iban por ahí hablando a trompicones y cazando animales con lanzas. Si esto supone racismo, ¿significa que no había tribus en África que cazaban con lanza? Por supuesto que las había, pero no había que vender golosinas usando su imagen, se supone, pues estereotipaban a la población negra y viendo a un cacahuete con lanza en un paquete de dulces, nadie podría concebir un africano cardiólogo.
«¿Y si el diminutivo por sí solo estuviera estereotipando a la gente pequeña que a su vez pudiera verse ofendida?»
Fue tal la presión que a principios del 2000, al conguito primigenio le quitaron la lanza y los adornos tribales, pero la persecución no cesó. Después, lo convirtieron en Tina Turner y en otros iconos de la cultura afroamericana, pero fue aún peor. Hasta ha perdido los labios rojos y prominentes, ha moderado sus proporciones, se ha hecho más alto, ha adelgazado el cuerpo, tiene menos barriga y más brazos y piernas. De seguir así, lo convertirán en un bailarín de Broadway aunque será difícil entender que un tipo con sixpack lleve un cacahuete dentro.
Hace años que los expertos en branding -tan bien intencionados siempre- le dan vueltas al nombre del producto mientras juegan al futbolín y a los dardos en sus grandes agencias en camiseta y zapatillas de deporte. Proponen cambiar la referencia al Congo por algo más neutro: los ‘monguitos’, ¿’bonguitos’, acaso? Habría que aclarar si después de sesenta años de atracones, en España Conguito viene de Congo o es al revés. ¿Y si el diminutivo por sí solo estuviera estereotipando a la gente pequeña que a su vez pudiera verse ofendida?
Alguien incluso pensó que cambiándole el tono de la piel se terminaría el problema y el dulce se hizo tricolor, pues se venden conguitos clásicos, con chocolate con leche y con chocolate blanco y habrá quien sostenga que estos últimos blanquean la población africana. Quizás estemos estereotipando a la raza blanca o, peor, a los albinos que tanto sufren por las supercherías y el estigma que les imponen las creencias africanas si es que esto se puede decir aún. Conguitos blancos, mulatos y negros. Ya estaría. Comentando el asunto en casa, mi hija se ofendió ante la posibilidad: «¿Conguitos blancos?», se preguntó. «¡Qué aberración!», dijo, señal de que tenemos en casa una supremacista blanca de diez años o es que le gustaban los conguitos como estaban.