Guillermo del Valle: «La secesión es una privatización superlativa»
El abogado y director de El Jacobino habla con David Mejía sobre la necesidad de un proyecto político de izquierdas, que sea tan crítico con el neoliberalismo como con el identitarismo nacionalista
Guillermo del Valle (Madrid, 1989) es abogado. Desde julio de 2020 es director del El Jacobino, un think tank de izquierda tan crítico con el neoliberalismo económico como con los procesos de fragmentación territorial promovidos por el nacionalismo. Su ejercicio de la abogacía se centra en las jurisdicciones civil, laboral y penal, también en el turno de oficio. Además, es analista político en prensa, televisión y radio.
P. ¿Qué es El Jacobino?
R. El Jacobino es un proyecto eminentemente político que nace durante la pandemia, cuando empezamos a utilizar YouTube como instrumento de comunicación. El objetivo era canalizar las ideas políticas de una serie de compañeros y compañeras que echamos en falta una izquierda claramente de izquierdas en lo económico, en lo social, preocupada por la redistribución de la riqueza y por muchos temas que seguramente saldrán en esta conversación, pero crítica con unas derivas que podemos definir como identitarias y sobre todo, con la gran deriva identitaria de nuestra izquierda oficial, que es la complicidad con un nacionalismo eminentemente reaccionario, y con las consecuencias políticas que tiene en el presente. Y hablo tanto de la izquierda más reformista como la más transformadora, porque eso sí que es transversal en nuestras izquierdas oficiales, esa complicidad. La deriva identitaria tiene otras implicaciones, pero la que más nos preocupa es el nacionalismo. Por eso pensamos que hay espacio para un proyecto con una dimensión comunicativa, pero también política, que tenga el objetivo de influir en la sociedad civil, sin renunciar a que esas ideas se expandan y lleguen a las instituciones. Es una anomalía enorme que sigo sin entender: por qué la izquierda tiene que tener esa complicidad con ideas reaccionarias. La izquierda que reivindicamos es una izquierda coherente en todos los ámbitos.
P. ¿Existe la vocación de que El Jacobino cristalice en un partido político a corto plazo?
R. Un partido político es muy complicado, no solo por los requisitos formales, que también. Un partido político necesita una financiación y una organización fuertes, porque si no estamos en el ámbito del puro voluntarismo político y para eso ya no tengo ganas; ya he tenido experiencias pasadas de ese estilo y de hacer un poco el friki, eso ya lo he cubierto. Pero creemos que previamente hay una batalla comunicativa de ideas que hay que dar, porque hay conceptos que necesitan ser asimilados. Por ejemplo, cuando uno defiende la recentralización de competencias, parece que es necesariamente facha o reaccionario de derechas. Esto hay que desmontarlo batallando mucho, porque hay unas asimilaciones de conceptos muy espurias y erróneas. No descartamos que surja una opción política con la forma de un partido político o una opción electoral -cada vez lo veo más necesario, de hecho- pero creo que estos son los pasos previos que hay que dar antes de lanzarse a la piscina, y que la gente conozca las ideas que defendemos.
P. Pablo Iglesias empezó colocando un mensaje en la televisión y esto fue su trampolín político. ¿Es una inspiración?
R. Me parece que Pablo Iglesias es un gran entrevistador, ha hecho una labor comunicativa muy interesante en La Tuerka y Fort Apache. No estoy de acuerdo en despreciar todo lo que ha hecho por las barbaridades políticas o ideológicas en las que haya incurrido.
P. Levantar un partido y colocarlo en el Parlamento con 70 diputados no lo hace cualquiera.
R. Yo creo que desde Anguita había una carencia importante de buenos comunicadores. En la comunicación política es importante la pedagogía, la persuasión, y Pablo Iglesias es un gran comunicador político, supo leer cómo funcionaba la política en la sociedad de la comunicación; en mi opinión es mejor entrevistador que otra cosa, porque cuando empezamos a profundizar en las ideas, ahí ya se destapa y salen todas las imposturas que tiene, que son muchísimas. Y creo que ese populismo organizativo, esa interlocución directa del líder con las masas, sin estratos intermedios, ha creado liderazgos caudillistas y bastante autoritarios, y de eso hay que escapar. También hay que escapar de esta nueva política de la entronización de la juventud como un valor absoluto. Yo no creo que lo sea ni me importa tanto la forma que se adopte, sino cuál es el proyecto y las ideas de fondo. Y el problema de Podemos está sobre todo ahí, es ideológico.
P. Hace unos días escribiste en Twitter algo así como que se puede estar en contra de las cesiones del gobierno central al nacionalismo y a la vez en contra de la gestión que hace Isabel Díaz Ayuso de la sanidad en Madrid. ¿Por qué es necesario explicar algo tan obvio?
R. La verdad es que nos pasamos la vida, como dices, descubriendo el Mediterráneo, porque son tales obviedades que a veces tenemos que hacer una política de la tautología, decir cosas obvias. Claro que estuvimos hace unos días en la calle diciendo que no se puede desoír el clamor popular de que está habiendo políticas de externalización y de degradación de los servicios públicos. Esto no sucede solo en la Comunidad de Madrid, y además no lo ocultan aquellos que tienen como inspiración ideológica el Thatcherismo y el fundamentalismo de mercado. Pero el Estado como instrumento de redistribución es fundamental, y en El Jacobino criticamos esta privatización, pero criticamos también la otra. Porque es algo muy sencillo de entender: la secesión es una privatización superlativa: que en una parte del territorio político sólo decidan unos pocos y no otros. Si utilizamos el ejemplo de la sanidad, lo que se pretende es que en Gerona un hospital público lo puedan utilizar solo los titulares de una parte del país, y no todos. Pero un cacereño es un español de pleno derecho en Gerona y no permitirle utilizar un servicio público es una privatización superlativa, y además es la antesala del resto de privatizaciones. Entonces, dependiendo de lo que defendamos nos llaman a veces fachas y otras veces rojos. Parece que cuesta entender que puedas defender la unidad de España y la redistribución de la riqueza; la unidad de España y el impuesto de sucesiones o la unidad de España y una fiscalidad progresiva. Eso es la unidad de España de verdad. La otra me parece folklórica y bastante hipócrita. Yo suelo ser escéptico, pero creo que poco a poco se va abriendo una grieta de coherencia de una izquierda igualitaria, que conjugue una crítica a esas políticas de despatrimonialización del Estado, de políticas de vaciamiento social del Estado, y que también critique la centrifugación territorial del Estado. Ambas críticas son posibles.
P. Cuando expones tus ideas, ¿qué es más común, que te llamen ‘rojo’ o ‘facha’?
R. Estamos equilibrando los epítetos, de lo cual me siento muy orgulloso (ríe).
P. Te lo pregunto porque vosotros emergéis como una flor extraña en un ecosistema muy definido y dividido, es normal que os consideren invasivos por los dos lados. ¿Por qué crees que hay personas que, siendo progresistas, son incapaces de ver que el nacionalismo es un problema para la igualdad? ¿Y por qué hay personas que no ven más allá del nacionalismo, ignorando otros problemas sociales?
R. Esto último es algo que me preocupa enormemente. Me parece impropio de gente intelectualmente solvente, que no es sospechosa de complicidad con el nacionalismo identitario, ni con esas imposturas de la izquierda oficial, pero claro que hay otros problemas a los que hay que prestar atención. Estamos en una economía abierta que ya no es el capitalismo de posguerra, el capitalismo socialdemócrata, es otro estadio del capitalismo postfordista con unas deslocalizaciones productivas muy importantes, y con libertad para la circulación de capitales. Y en cambio, el espacio de la política se ha quedado circunscrito a los Estados Nación, a experiencias supranacionales muy incompletas y con puntos disfuncionales como sucede con la Unión Europea. Y ahí surgen problemas reales que tenemos en España, como competir vía salarios con un modelo productivo desindustrializado. Hay que salir a la calle y darse un paseo para ver qué problemas hay. Yo soy abogado, y muchos de mis clientes son personas en situaciones de pura precariedad, trabajando en condiciones laborales de la uberización, con jornadas laborales que no se cumplen… En fin, yo creo que no ver estos problemas es de una miopía absolutamente alarmante. No hace falta vivirlo en primera persona para tener algo de empatía, pero se trata de tener capacidad de observación, de lo contrario uno cae en la antipolítica.
P. ¿Y por qué la izquierda oficial es incapaz de alarmarse con esa privatización del espacio político que narrabas hace un momento?
R. Sí, aquí hay una hemiplejia en el doble sentido. No se entiende que la izquierda apoye el nacionalismo por las consecuencias materiales que tiene en términos de derechos sociales y de disgregación de la comunidad política, es que son cosas que van unidas. Por ejemplo, las implicaciones que tiene en términos de ruptura de la caja única de la seguridad social: por un lado, preocupan mucho los planes para privatizar nuestro sistema público de pensiones, introducir un sistema mixto de capitalización… con la capacidad de ahorro que tienen millones de españoles, esa privatización significa abocar a la pobreza a millones de trabajadores en la vejez. Pero es que la secesión es una privatización de la Seguridad Social, en cuanto rompe la caja única de la seguridad social, en cuanto bloquea la movilidad de los trabajadores para acceder a un puesto de trabajo dentro de la comunidad política. Creo que se argumenta con unas razones de impostura ideológica, y unas razones históricas de una asimilación totalmente espuria de España con Franco. Es una cosa muy burda esa confusión de los aliados coyunturales contra la dictadura, cuando el sustrato ideológico que hay detrás del nacionalismo identitario es ontológicamente reaccionario. Jorge Polo lo explica bien en su ensayo Románticos y racistas (El viejo topo, 2021). Es una confusión absoluta, ¿dónde está la tradición ilustrada marxista? En ningún sitio. Y a esa conjunción de factores se añaden otros detalles como el cortoplacismo electoral, y entonces en esta estrategia populista no sale a cuenta defender la igualdad en algunas partes del territorio nacional, no sale a cuenta criticar el concierto económico. Pero claro, eso tiene unas implicaciones antiigualitarias brutales.
P. Tú llevas estas ideas a varios platós de televisión y discutes con personas tanto de derechas como de izquierdas. La crítica de la derecha es más previsible, pero ¿qué te dicen desde la izquierda cuando planteas esta contradicciones?
R. Pues no suele haber mucha réplica porque es difícil contestar. Como decía antes, no es porque tengamos un discurso muy armado intelectualmente; estamos mostrando una contradicción obvia, flagrante. Luego también ha habido casos paradigmáticos como el debate que tuve en el Ateneo con Lilith Verstrynge, que no es un cargo cualquiera en Unidas Podemos. En ese debate ella terminó diciendo que me empezaba a entender, porque veía detrás de la posición de El Jacobino una posición universalista, una posición igualitaria que la podía comprar y asumir en Francia, pero que al pasar la frontera era distinto… Le respondí que es un poco extraño que si ves claro que hay que redistribuir en el conjunto de la comunidad política francesa, al pasar los Pirineos ya no veas el carácter reaccionario de la disgregación. Y con Errejón pasa exactamente lo mismo, aunque con él no he debatido y no creo que se prestara a debatir; pero él ve claramente que la descentralización en Bolivia, el confederalismo o la secesión en algunos países de Iberoamérica son proyectos reaccionarios para sustraerse al control democrático de los Estados, con todos los matices que queramos poner a esas realidades. Pero parece que al cruzar el océano, ya no lo son. Aquí tenemos la excepcionalidad española: es alucinante que haya regiones ricas que se puedan sustraer a la decisión conjunta y que eso, por arte de magia, en España sea progresista. Hablan de federalismo asimétrico, ¿qué clase de federalismo es ese?
P. Pero a Ayuso sí la critican.
R. Por eso yo suelo poner su ejemplo, que me parece muy pedagógico también en lo territorial. Dicho muy gruesamente, Ayuso practica el neoliberalismo no sólo por convicción ideológica, sino también por diseño territorial, porque tiene todas las competencias transferidas. Entonces sucede que el Gobierno actual quiere una ley de vivienda pública en todo el Estado, y se da cuenta de que hay determinadas autonomías que se están sustrayendo a su aplicación. Bienvenido a la realidad, es que son las consecuencias del diseño territorial que, según el criterio oficial, es intocable. Como decía Ovejero, si todo el mundo tiene competencias en fiscalidad, nadie las tiene. Y pasa con muchos otros temas, ¿cómo vamos a enfrentar el cambio climático desde la disgregación competencial del Estado? Disgregar el escaso poder que tienen los Estados Nación, en ese contexto de capitalismo del que hablábamos, es disgregar la fuerza de la clase trabajadora y las posibilidades de establecer determinados controles democráticos a ese capital que fluctúa libremente. Y esa es la labor pendiente de El Jacobino: explicar que enfrentar los déficits democráticos del capitalismo desde el confederalismo del Estado de las autonomías es letal para los intereses de los más débiles.
P. Eres abogado y tienes tu propio despacho, ¿por qué te metes en este lío?
R. El despacho lo tengo con dos compañeros, es un despacho humilde, muy social, y llevo ya diez años trabajando en la abogacía. Siempre he sido muy político, de niño también, no entiendo mi vida sin el compromiso político. Esto que decía Celaya, «la poesía es un arma cargada de futuro», pues lo mismo pasa con la política. Hay que maldecir la política concebida como un «lujo cultural» por los neutrales. Hay que tomar partido, porque prácticamente todo es política. Es la periodicidad con la que pasa el Cercanías, o la lista de espera en el ambulatorio, o las miserias que nos pagan a los abogados del turno de oficio. Todo es política, y me importan no sólo mis problemas -parece esto muy calvinista- sino los problemas de mis conciudadanos y la organización social de nuestra comunidad política. Nosotros tenemos también un compromiso moral con los que no tienen voz, y tenemos un papel, no diría subsidiario, pero sí periférico. No estamos en las instituciones, pero me siento un privilegiado por tener cierta voz en el debate público de mi país, eso es un honor. Desde pequeño me ha interesado la política y mis influencias son principalmente dos: por un lado, la preocupación por la cuestión nacional, por el terrorismo de ETA y las complicidades de la izquierda con el terrorismo (esto me viene por mi padre, que es donostiarra). En mi casa nadie se ha dedicado a la política, pero lo político siempre latía en las conversaciones familiares. Y tengo esos recuerdos de niño en Donosti, de no entender cómo en una parte de un Estado presuntamente democrático había una anomalía democrática, no poder hablar de política tranquilamente en el espacio público, en los bares. Es una cosa que me ha indignado mucho. Y por otro lado, el tema social me viene por mi trabajo en la abogacía. Suelo pasar consulta en asociaciones de vecinos de Vallecas, el exbarrio del exvicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias. Eso me permitió ver cómo efectivamente había otros problemas a parte del nacionalismo, problemas sociales muy graves, cómo mucha gente se quedaba descolgada del sistema. Y he querido poner el foco político también en esos perdedores en un sistema de crecimiento de las desigualdades muy preocupante. Entonces, combinar esas dos problemáticas explica mi trayectoria, aunque tiene también su contrapartida, porque las cosas que digo obviamente cierran determinadas puertas profesionales. Es decir, yo puedo ejercer la abogacía por cuenta propia, como profesional liberal, y mi libertad se debe a mis clientes y a que me puedo sostener. Porque claro, si tuviera que encontrar un trabajo en una gran empresa o en un gran despacho, con las lindezas que hemos dicho sobre sistemas tributarios, por ejemplo, pues igual costaría.
P. ¿Cómo fue tu experiencia en UPyD?
R. Mi experiencia fue muy testimonial porque llegué a UPyD en el hundimiento, prácticamente al final. Llegué a formar parte de su consejo de dirección, ya después de la fase parlamentaria, bajo la dirección de Gorka Maneiro, cuando los fundadores, Rosa Díez y compañía, se fueron incluso pidiendo que se disolviera el partido. Bueno, el motivo principal de participar en este proyecto fue, efectivamente, el tema territorial. Los otros temas de UPyD me interesaron menos. Es verdad que yo he tenido una evolución ideológica después de UPyD bastante a la izquierda, sobre todo por mi desarrollo profesional y por haber visto que la cuestión de clase, lejos de estar superada, está muy presente en nuestra sociedad. En temas territoriales sigo manteniendo las mismas posiciones igualitarias, pero en temas socioeconómicos he evolucionado claramente hacia posiciones de izquierdas. En UPyD creo que hubo capacidad para ser pioneros en poner significado a algunas cuestiones importantes, como es la quiebra de la igualdad territorial, que es la igualdad social y económica entre españoles. Luego hubo otras derivas que tuvieron que ver con la regeneración democrática, desde mi punto de vista un poco populista y no sé hasta qué punto acertadas del todo. Pero lo interesante de estas opciones políticas es que pretendían ser una alternativa de centro izquierda. Yo no estoy ya en esas posiciones, creo que hace falta una izquierda clara e inequívoca, pero muy crítica con el nacionalismo, porque parece que para ser de izquierdas en este país uno tiene que tener complicidad con una serie de ideologías que son de extrema derecha: privilegios en nombre de la identidad, no puedo concebir un proyecto más reaccionario que ese.
P. ¿Antes de UPyD te planteaste militar en otros partidos políticos?
R. No, porque cuando milité en UPyD era muy joven, fue una experiencia de veinteañero. Lo que sí que hemos conseguido en El Jacobino, y de eso me siento orgulloso, es construir un instrumento que ha sido capaz de recabar militancias o personalidades de procedencias muy diversas. Hay gente que viene de esa experiencia frustrada de UPyD y Ciudadanos, de la parte más de izquierda. Y hay gente que militó en Izquierda Unida y que también ha hecho una evolución ideológica, que es algo a poner en valor. Como decía Keynes cuando un periodista le recriminaba que cambiara de opinión, «cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión». Claro que se puede cambiar de ideas, lo que hay que hacer es explicar los cambios para que no sea la pura corrupción intelectual. Hay gente de Izquierda Unida que ha estado en Estella y de ahí ha pasado a criticar las complicidades con el nacionalismo, o a cuestionar por qué la izquierda tiene que ser siempre federalista en España; hay gente en El Jacobino que ha estado en el Partido Socialista o en Podemos; y creo que ese es el buen camino, ser capaces de reunirnos personas de procedencias diversas en torno a cuatro o cinco ideas claras. Nosotros pensamos que se puede hacer una crítica al fundamentalismo de mercado, incluso a la llamada tercera vía socioliberal, pero luego estamos radicalmente comprometidos con la igualdad de todos los españoles.
P. Hablabas antes la balanza inclinada. ¿Has notado mucha resistencia mediática a darte voz por ser una izquierda disidente?
R. Me ha costado mucho y tenemos una voz todavía muy mejorable, porque sigue siendo testimonial en buena medida. Y una de las cosas que más nos critican es que nos dan voz los medios de derechas. Bueno, nos dan voz hasta que El Jacobino adquiera determinado poder político, entonces seguramente ahí empiecen a cambiar las cosas. Y en los medios de la izquierda oficial empiezan a abrirse grietas y hay que saber utilizarlas de forma inteligente, porque es necesario que nos escuche un potencial electorado que hoy vota a la izquierda oficial por defecto, por inercia. Hasta ahora había estado cerrado ese sistema mediático porquea la izquierda oficial no le interesa escuchar este discurso. Como comentábamos antes, hemos tenido muy pocas ocasiones de contraponer estas ideas con gente de Podemos porque lo intentan evitar, creo que por razones obvias, seguramente porque es difícil defender cosas como el Convenio navarro. Pero ojalá nos llame Pablo Iglesias a La Base , que iremos encantados.
P. Bueno, y antes de terminar quiero preguntarte: ¿tú porque eres del Atleti?
R. Bueno, es que eso es una pregunta obvia. La pregunta de vuelta sería ¿y por qué no lo eres tú?
P. Bastantes disgustos me llevo en política, como para llevármelos en fútbol también. ¿A ti te ayuda a encajar los varapalos políticos?
R. Pues creo que esta búsqueda de una izquierda igualitaria, racionalista, que no caiga en los embrujos de los chamanes del oscurantismo, hacen que necesitemos otro espacio profundamente identitario. Y creo que el fútbol es un espacio profundamente identitario y está bien que canalicemos ahí las bajas pasiones, siempre con los límites de la legalidad vigente (ríe). Soy del Atleti por pura pasión. Y fue por casualidad, porque mi familia es muy poco futbolera, pero unos muy buenos amigos de mis padres eran del Atleti y me hicieron forofo colchonero, y todavía no me curo a pesar de años tan desastrosos como estos. Además soy cholista, lo tengo todo.
P. Y terminamos con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría que invitáramos a este sillón?
R. Como he hablado de algunas de esas personas que han apoyado El Jacobino que vienen de otras procedencias como Izquierda Unida, os recomendaría que entrevistarais a Juan Francisco Martín Seco, que fue secretario de Hacienda en el primer gobierno de Felipe González, purgado por esa deriva socioliberal vía Solchaga, y que luego fue el que armó el programa económico de Julio Anguita en Izquierda Unida. Creo que es una voz muy interesante, tanto en los socioeconómico como en lo territorial, para que veáis que hay un espacio para la izquierda jacobina.