Ahora, la ortografía es fascista (en defensa de la tilde en sólo)
«Aquí no hay nada que interpretar: se escribe sólo cuando equivalga a solamente y así el que lo lee sabrá que se refiere a solamente. Punto»
Así que nos disponemos a pelear por la tilde de sólo en estas Termópilas ortográficas que defienden una civilización entera. Yo estoy en el bando tildista y estas son mis armas. Enfrente tenemos a los partidarios de dejar a cada cuál entender si se necesita la tilde en sólo de solamente. La gente, que no entiende nada, que por lo general no sabe dónde tiene la cabeza, se supone que es capaz de mantener un criterio sobre la conveniencia de poner la tilde dependiendo de si el contexto en el que se usa puede llevar a equívoco. Los chicos, que según el Gobierno no son capaces de ver un anuncio de galletas en la televisión sin convertirse en yonquis de la glucosa, van a saber cuándo se corre el riesgo de la malinterpretación de sus adverbios.
Por supuesto que la medida provocará todo tipo de confusiones y esto está tan claro como que la ‘ley del sólo sí es sí’ sacaría a los violadores a la calle. Como la norma podenca permitía a los jueces no sé qué interpretación, esta de la RAE deja que el escritor también interprete como si fuera un trompetista o algo. Aquí no hay nada que interpretar: se escribe sólo cuando equivalga a solamente y así el que lo lee sabrá que se refiere a solamente. Punto.
Por debajo de las consideraciones técnicas en la que pretenden perdernos los malvados lexicógrafos, a la cuestión le subyace un ánimo de desistir de las normas, que es de lo que realmente estamos hablando. De un mundo en el que el Estado no te puede decir si eres un hombre de 45 años o una piba de 23, a ver por qué se iba a meter en dónde pones las tildes, ni si estás generando qué confusión ni qué niño muerto, que es al final de lo que se trata.
Aquí se entronca con la idea de que nadie es nadie para presentar ante uno una realidad objetivable ni de uno mismo, ni de otra cosa: su edad, la presencia de su cromosoma Y en su genoma, si su perro no es su hijo, si es un hombre considerándose él mismo una persona mujer-trans-lesbiana-no-operada o que la suma de dos más dos son cuatro si en la emoción de uno son ciento treinta y dos.
Sibilinamente, vienen admitir los alegres chicos de la RAE antitildista que cualquier objetivación de lo que son las cosas molesta, aliena, oprime, da cuerpo a un acto del más puro fascismo y por lo tanto debe ser eliminada. Las normas de convivencia de la civilización basadas en el consenso sobre ciertos asuntos básicos -la tilde en sólo, el hecho de que los hombres no puedan parir pues carecen de matriz, la existencia de un país llamado España que va de Tarifa hasta Hendaya, etc.- habrán de ser derribadas por esta noción del mundo en la que, como dijo Guerrita a Ortega y Gasset, «ca’uno es ca’uno y sus cau´nás», esto es que, como escribió después el propio filósofo, uno es uno y su circunstancia.
Los populismos -de izquierda, de derecha, de centro otras veces, regionalistas, imperialistas, de estructura centralista o centrífuga- tienen en común una cosa. Más allá de que traten de manera ingenua que su mentira tome el espacio que ocupaba otra verdad, pretenden en último término que la verdadera perversión de que la verdad no sea posible como concepto al desaparecer los mínimos criterios que permitan distinguirla de la mentira. Por ese agujero se escurre una civilización entera. Uno empieza por quitarle la tilde a un adverbio y termina casándose con su perro. Javier Caraballo me matiza que no necesariamente en ese orden.