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Lo indefendible

Por qué el Gobierno está en contra de los padres de familia numerosa

«Todos los animales son ahora humanos menos las madres de clase media y trabajadora que tienen cinco hijos a las que apodan ‘conejas’»

Por qué el Gobierno está en contra de los padres de familia numerosa

Mónica García, portavoz de Más Madrid en la Asamblea de Madrid. | Fernando Sánchez (Europa Press)

Mónica García pidió la dimisión de Enrique Ossorio por cobrar el bono social térmico por familia numerosa que ella misma cobraba y a mí me parece muy bien que lo cobre.  Para deshacer el nudo de los estándares morales de la izquierda y de paso celebrar el día del Padre, el Gobierno va a eliminar estas ayudas para familia numerosa a partir de los 26.000 euros de renta. En este país, por debajo de 27.000 cobras una ayuda para comer y por encima de 26.000, eres un rico que no merece que le subvencionen a los hijos. Entre las dos cifras cabe una franja de ricos españoles que pasan hambre.

Así que Moncloa va a retirar las ayudas para pagar la luz de las familias numerosas si disfrutan de una renta determinada, pero no las ayudas a las calderas, las placas solares, las bicis eléctricas, los frigoríficos, las ventanas, las entradas de las películas de Eduardo Casanova, los billetes de autobús, los Rodalíes, los conciertos de los chavales que cumplen 18 años y los coches eléctricos, pues para disfrutar de todas esas subvenciones no hace falta acreditar escasez patrimonial. Si, por muy rico que seas, el Gobierno te paga una parte del Tesla, pero no una parte del coche que necesitas para llevar al tercer hijo, será que el Gobierno quiere que tengas un Tesla, pero no un tercer hijo.

Entiende que la concesión de ayudas a la compra de otros productos no debería baremarse por el nivel de renta de la persona que recibe la ayuda, sino por el beneficio que la cosa tiene para la comunidad. Comprar una bicicleta eléctrica subvencionada se entiende por muy rico que sea el comprador, pues de la bicicleta eléctrica depende la supervivencia de nuestra comunidad, pero no de que nazcan niños. El híbrido enchufable es un bien social, pero el hijo, no. 

«Nunca entendí que los que no tienen hijos se nieguen a costear parte de la crianza de los niños que más tarde costearán una parte de su jubilación»

Un tercer hijo debe ser un capricho o algo. Aquí se viene la imagen del niño como elección que debiera pagarse uno, como el antojillo de querer tener un chaval en casa al que cambiarle los pañales, para no sentirse solo o acaso por vivir la experiencia, un poco como el que se va a surfear a Bali. Se entiende que el niño es cosa suya -salvo para la educación, pero esa es otra-, y el descendiente no debe representar una carga para las demás personas, aunque con lo que cotice esa criatura dentro de treinta años, podrán pagarse las pensiones. Nunca entendí que los que no tienen hijos se nieguen a costear parte de la crianza de los niños que más tarde costearán una parte de su jubilación. Pero ni siquiera así, visto como un mero contribuyente futuro, se entiende el niño numeroso más allá del deseo de los desconsiderados padres que lo traen al mundo en contra de su voluntad –¡lo obligan a vivir, a ver atardeceres, a saborear su primer beso!-, pero, sobre todo, en contra de la voluntad del planeta que estaría mejor sin ese niño, es decir, sin humanos. 

Tal vez, el problema resida en la perpetuación de según quién. A la izquierda, siempre le ha parecido muy bien los hijos del pobre a condición de no ser demasiados, pues si tiene más de uno o dos, que es lo que consideran razonable, encuadran a los padres en el perfil del ultraortodoxo, el inconsciente presupuestario, el inculto que no dispone de raciocinio para utilizar los métodos profilácticos o, peor aún, el que no sabe resistirse a su libido, como si fuera un animal. Aquí se aparece el pobre con familia numerosa un poco como una bestia de corral entregada al instinto de procreación sin entender nada más, o acaso cediendo al automatismo de la yunta, y así la madre adopta incluso un apelativo animal y se dice que fulana pare como una vaca, etc. Todos los animales son ahora humanos menos las madres de clase media y trabajadora que tienen cinco hijos a las que apodan ‘conejas’. Si además es rica, en determinada izquierda se añaden otros vicios a la madre de familia numerosa como por ejemplo el de pretender perpetuar su saga de explotadores, herederos, destructores de la meritocracia, votantes de partidos conservadores y miembros de una estirpe fascista que con ellos se perpetúa dolorosamente. 

En todo caso, el odio enconado a las familias, a la maternidad y ahora a la paternidad (con perdón) que con ella viene asociada, tiene que ver con un odio a la especie que mediante la procreación se mantiene cuando sería mejor que desapareciera por la acción de un cataclismo probablemente provocado por ella misma. Una ocasión perfecta para que algún cenizo saliera a presumir de que él ya avisó de que estábamos enfadando a la Tierra. Debajo de la pátina de progresía del bien común con que se visten todos los decrecentismos -y este es uno de ellos-, anida el monstruo del odio al ser humano y al futuro que encarna el niño, que es todo futuro. Esto explicaría la ojeriza que le toman al bebé que, fíjate, no tienen acerca del animal. Porque si yo digo que tengo tres niños, me miran como si fuera el líder intelectual de algún tipo de secta empeñada en terminar con el Planeta, pero si digo que tengo tres perros –‘Lur’, ‘Ginger’ y ‘Alai’, se llaman y me miran mientras escribo estas líneas-, se me celebra mucho. Con tres hijos, paso a convertirme un peligroso ultracatólico contaminante, pero mis tres perros hacen de mí un tipo fetén. 

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