Alfredo Urdaci, histórico del Telediario, ahora da voz a las prostitutas: «Son libres, no víctimas»
El ínclito periodista publica ‘Palabra puta’, donde recoge el testimonio de decenas de trabajadoras sexuales
«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas llegarán antes que vosotros al Reino de Dios» (Mateo 23,21).
El periodista Alfredo Urdaci (Pamplona, 1959) fue uno de los rostros visibles de la televisión durante la primera década de los años 2000. Una imagen -la suya en plató- que aún perdura en la memoria colectiva dos décadas después. El 12 de septiembre de 2022 Urdaci se topó por casualidad con una manifestación de prostitutas en la Carrera de San Jerónimo, frente al Congreso de los Diputados. Cruzó la marcha y al pasar al otro lado de la pancarta se le acercó una mujer airada: «Usted, el de la tele, ¡a ver si hacen caso a estas señoras, que nadie las escucha!».
El periodista se tomó aquel reproche como una consigna, y las escuchó. De las decenas de conversaciones que ha tenido con trabajadoras sexuales nace su nuevo libro, Palabra puta, donde anida la realidad desnuda de unas mujeres -y hombres, y transexuales- a las que pocos han querido escuchar. Al hacerlo se encontró con que la «propaganda abolicionista» chocaba con la realidad: «Nos hablan de una mujer analfabeta, sin acceso a otro trabajo y violentada. Yo no he encontrado una».
Por el contrario, las historias que cuenta rompen los prejuicios -también los que acompañaban a Urdaci-. Rebeca: «Tengo libertad para decidir con quién estoy y qué hago»; Angie: «La gente que quiere prohibir esto no sabe lo que hacemos aquí»; Valerie May: «El abolicionismo es violento con nosotras»; Eva, prostituta que practica el BDSM: «Estoy hecha para estar de rodillas ante un hombre»; Carolina: «Tengo pareja estable, desde hace muchos años, y lo sabe»; etc.
Ha estado un año conviviendo con prostitutas. Las ha acompañado a reuniones con políticos -menos del PSOE-, ha conversado con ellas, las ha escuchado. Las ha conocido, en definitiva, lo suficiente como para aseverar que son «libres».
En una ocasión, una mujer, Ana María Paulino, le confesó que había tenido una compañera que ejercía por presiones de su marido. Pero esta dejó a su marido y siguió trabajando como prostituta, sólo que ahora el dinero va para ella.
Las mentiras sobre la prostitución
El periodista ha hecho la labor que se le presupone al Gobierno: escuchar al gremio sobre el cual se quiere legislar. Y si algo quiere dejar claro es que la prostitución y la trata «son dos realidades diferentes, aunque el moralismo abolicionista diga que son lo mismo». «Mezclar prostitución y trata obedece al interés del político, y de algunos policías, por empujar a la opinión pública hacia la prohibición», denuncia: «Por eso repiten que el 90% están obligadas. Algunos llegan hasta el 95%».
Todo eso es «mentira, propaganda, falsedad», que se desmiente con el trabajo académico de la antropóloga Carmen Meneses, fuente de inspiración del autor, que cifra las víctimas de trata en entre un 10% y un 12% del total de mujeres que se prostituyen. Una cifra que también admitió el portavoz de Médicos del Mundo, pese a que en sus publicaciones la ONG insiste en que el 80% están coaccionadas.
La tesis del autor es que «esa estadística falsa esconde una intención oculta» de políticos y oenegés para impulsar la abolición: «Cuando todo este prohibido, cuando todas sigan trabajando en la clandestinidad, llegará la industria de la salvación. En Francia una ley similar a la propuesta en España está en vigor desde hace siete años. Hace unos meses la industria del rescate pidió al Estado francés 2.400 millones de euros para salvar a 40.000 prostitutas».
«Se trata de un mecanismo de control de la opinión pública: creas o magnificas un problema para luego plantearte como solución», abunda a este respecto, y zanja: «Si toda puta es esclava, es obligado liberarla. Sería una tarea de todos, un compromiso moral y cívico que se traduce en una inmensa intervención».
La libertad
El libro no plantea una propuesta articulada, ni un debate filosófico o moral, sólo es un alegato «a favor de la libertad de las personas; un texto partidario del derecho de cada adulto a elegir la vida que quiere llevar dentro del rango limitado de posibilidades que cada uno de nosotros tiene». «¿Quién soy yo, lector, quién eres tú, lectora, para decirle a una de estas mujeres qué es lo que debe hacer con su vida, con su cuerpo; qué estrategias debe seguir para dar de comer a los suyos o para hacer con el dinero que gana lo que quiera?», se pregunta Alfredo Urdaci.
El veterano periodista denuncia la hipocresía de la ley, que permite «cambiar de sexo cada día, abortar a edad temprana sin permiso de los padres, transicionar por una exuberante cantidad de géneros desde la más tierna infancia sin apenas asesoramiento especializado. Pero niega a las mujeres y los hombres el derecho a pactar un intercambio de gestos y servicios a cambio de dinero».
No le preocupan las críticas que pueda recibir por parte del feminismo abolicionista: «Quien vea en este libro cualquier atisbo de defensa o justificación de la esclavitud sexual solo puede ser un ciego borracho de ideología, un activista sin principios o alguien que no haya pasado de la soleada del tomo». Y avisa: «A mí ya me mataron una vez; no me matarán una segunda».
Fe y prostitución
El título, Palabra puta, es un homenaje a quienes «han sido condenadas al silencio» porque «lo que incomoda, lo que provoca un rechazo visceral, es la palabra de las putas»: «Por eso nunca fueron escuchadas durante los meses en los que se debatió en el Congreso de los Diputados una propuesta legal que aspiraba a cancelar cualquier lugar donde pudieran ejercer su trabajo».
Tanto el libro como este reportaje comienzan con una cita bíblica. El autor del libro explica cómo ha compaginado su fe católica con su aproximación al gremio sin contradicciones: «Al contrario. He entrevistado a personas que me han abierto su corazón y me han enseñado a mirar una realidad que suele estar alejada de la vida de los que nos podemos sentir privilegiados por nuestra situación. Me han enseñado a mirarlas como personas, no como prostitutas, nunca como víctimas».
«He descubierto en muchas la generosidad con la que tratan a sus familias. Algunas de las que desfilan por el libro son personas muy creyentes. Creo que en sus relatos no se dejan nada importante, y reflejan la luz que buscan en sus vidas, y la oscuridad por la que pasan», expone. Y zanja: «Muchas me han dado la oportunidad de ayudarlas: de buscarles un lugar donde estudiar lo que quieren, de orientarlas en profesiones que quieren ejercer, de buscarles un buen médico para sus hijos. Esta experiencia, en realidad, ha sido un gran regalo para mí: inolvidable, la experiencia humana más rica que he tenido en mi vida».