Zanón entregó la vida por amor y compañerismo
La historia más emocionante de un espía que lo dio todo olvidándose de sí mismo
El próximo día 29 de noviembre se cumplen 20 años del asesinato de un grupo de espías españoles en Irak. Homenajearles me ha llevado a escribir esta serie de artículos que hoy concluyen, igual que hago cada año y como hice hace tres cuando escribí el true crime con toda su historia, Destrucción masiva, que disgustó a algunos políticos y a algunos altos mandos del CNI porque dejaba en evidencias los fallos que cometieron.
Meses antes de cumplirse el décimo aniversario, decidí iniciar una nueva investigación para terminar de arrojar luz sobre los extraños hechos que rodearon sus asesinatos y para desvelar lo que no se había contado hasta ese momento: cómo eran esos agentes de los que se hablaba tan poco, cómo eran sus vidas, sus familias.
Viajé por muchas ciudades españolas y tuve la suerte de hablar con tantas personas que como yo pensaban que las memorias de los fallecidos no debían quedar en el olvido. Conocer la vida de cada uno me emocionó, me sorprendió. Pero hubo un protagonista que cuando escribía sobre él en Destrucción masiva me emocionaba. Nunca me había pasado tan intensamente: solo, delante del ordenador, me alejé del teclado para que no le cayeran encima las lágrimas. Estoy hablando de Ignacio Zanón y os resumo lo que pude descubrir de él.
Un tipo divertido del Atlético de Madrid
Luis Ignacio, Nacho para todos los que le conocían y Nachete para sus personas más próximas, tardó mucho tiempo en ser la persona disciplinada que se supone deber ser un militar. No era un tipo duro que disfrutara como loco con la vida cuartelera, como Baró y Vega. Era divertido, alguien que gustaba de la compañía de los amigos y la familia, que llegaba a casa de sus hermanos y se tiraba en el suelo para jugar con sus sobrinos como si fueran de su misma edad. Era el hijo que siempre acompañaba a su padre al estadio Vicente Calderón para ver al Atlético de Madrid, el equipo de sus sueños, el que exigía más cariño y lealtad que cualquier otro de los grandes.
En 1987 aprobó las oposiciones a radiotelegrafista del Ejército del Aire y al terminar en 1991 fue destinado a la base de Torrejón. Allí le surgió la posibilidad de irse destinado al CESID, actual CNI. Aceptó, entre otras razones porque cobraría más. En agosto de 1994 comenzó a trabajar en el Centro de Comunicaciones. Esa vida le gustaba, aunque no terminaba de llenarle. Pensó en estudiar una carrera, pero hacerlo al mismo tiempo que trabajaba le exigía una perseverancia de la que carecía.
Mientras estaba en el servicio de inteligencia se casó. Amaba a esa mujer tan distinta a él, que le ataba y le exigía que afrontara la vida desde una perspectiva menos soñadora. No le importó al principio, pero con el paso de los años se dio cuenta de que no era feliz.
Se enteró de que el servicio secreto buscaba un agente de su perfil para Kosovo. Del espacio cerrado en la sede del servicio en Madrid en el que llevaba años trabajando, pasó a ser un agente de calle. En un hospital de albano-kosovares conoció a Buqe –flor de azahar en su idioma-, una veinteañera muy guapa que hablaba algo de español. Fue un flechazo.
El día de la separación llegó. El agente del CESID regresó a España convencido de que lo único que deseaba era comenzar una nueva vida con ella. Acudió a una abogada para poner fin a su matrimonio. La letrada nunca entendió por qué aceptó unas condiciones tan leoninas. Ella se quedó el piso y todo lo que habían comprado juntos. Él, con el perro.
Buqe vino a España, se casaron y se quedó embarazada de su hijo Luca. Nacho encontró la tranquilidad que había estado buscando. Había madurado y debía buscar un nuevo camino para que su familia viviera mejor.
Cuando el verano del 2003 se acercaba, Nacho recibió una oferta difícil de asimilar: el CNI buscaba urgentemente a alguien con su perfil para cubrir una vacante en Irak que se había presentado a concurso y que no había pedido nadie. Era más dinero y le vendría de fábula, pero estaría seis meses fuera y no le apetecía separarse de su mujer y su hijo. Además, Buqe estaba nuevamente embarazada y esperaban el nacimiento para diciembre, mes en el que él estaría en Irak.
El asesinato de Bernal le marcó
Habló con su jefe y le propuso aceptar la vacante a cambio de que, al regreso de tan peligrosa misión, le buscaran una embajada en Centroeuropa como segundo de la Consejería de Información. Tras las oportunas gestiones, su jefe cerró el trato. Hubo un problema añadido: sufría una hernia discal, que todavía no era muy grave, pero que le producía molestias en la pierna.
En agosto viajó a Irak con Alberto Martínez, con el que formaría un equipo curioso, integrado por el comandante que mejor conocía el país y un sargento primero novato que estaba escasamente preparado para la misión.
Zanón conocía sus limitaciones, pero no esperaba encontrarse con un tipo serio, estructurado y muy disciplinado, mientras él era divertido, algo caótico y con mucha voluntad. La relación fue inicialmente complicada, pero con el paso de los meses mejoró. A principios de octubre, Zanón empezó a recibir llamadas amenazadoras, similares a las que también recibía Martínez.
El 7 de octubre Nacho salió de Nayaf con destino a Bagdad para comenzar dos semanas de vacaciones. Se sentía embriagado por el deseo de pasar unos días con su mujer y su hijo Luca. Antes tendría el placer de disfrutar con su amigo José Antonio Bernal, que le daría cobijo en su casa de Bagdad. Allí pasaron los dos un día de confidencias, risas y buenos momentos. Al día siguiente Bernal le acercó hasta el aeropuerto. Desde allí Zanón viajó a Amán para coger otro avión que le llevara a Madrid.
Es fácil imaginar sus ganas de que el avión aterrizara en Barajas y poder besar a su familia. Lo que no podía imaginar fue la presencia de uno de sus jefes. Allí mismo le dio la noticia: hacía unas horas que habían matado a Bernal en la puerta de su casa. Todos sus planes se esfumaron. Fue uno de los hombres que transportó los restos de Bernal, con el corazón roto y la cabeza ausente.
Sus padres le piden que no regrese a Irak
Sus padres, impresionados por la muerte de su amigo, le pidieron que no regresara a Irak: «Estás dolorido, tienes una hernia que apenas te permite moverte, tienes una excusa para no volver. Además, vas a tener un bebé». Incluso le pidieron a su hermano Javier que le convenciera para que desistiera de regresar.
Su hermano nunca llegó a comentarle nada. Antes de que lo intentara, Nacho le contó que debía regresar, que no podía abandonar la misión precisamente en el momento más peligroso. Javier notó que su hermano había cambiado. La muerte de su amigo le había dejado clara el peligro que corría y, para colmo, había comenzado a recibir amenazas de muerte. Con lo que le había costado aprender a moverse entre los iraquíes y conseguir el respeto de Martínez, ahora no podía huir y alegar una enfermedad, que realmente tenía, para evitar su deber. Sin contar con que había aceptado el destino como una apuesta a largo plazo por su familia: si cumplía, luego se iría a una embajada, con más dinero y junto a su mujer y sus hijos.
A Nacho le hubiera encantado acompañar a Buqe mientras daba a luz, pero no pudo ser. Su hija Arieta nació dos días después de su marcha. La conoció gracias a una imagen que le enviaron vía Internet.
El 26 de noviembre recibieron la visita de los equipos que les relevarían en enero. El 29 pasaron el día en Bagdad y al regresar fueron atacados en Al Latifiya. No había pasado media hora de los primeros tiros cuando solo quedaban vivos Sánchez Riera, Merino y él. Nacho estaba parapetado detrás de una rueda de uno de los vehículos, situado en la carretera con Merino en sus brazos, muriéndose.
Es posible que por su cabeza pasaran en esos momentos su mujer, sus hijos, toda su familia. Pero lo que es seguro, según el testimonio del superviviente, es que desde que comenzó el ataque nunca pensó en salvar su propia vida teniendo que abandonar a su compañero herido.
Unas horas después, su hermano Javier recibía en su trabajo en Palma de Mallorca una llamada procedente del CNI: «Ha habido un problema en Irak, ha habido un accidente, hay muertos. Alguno se ha salvado, todavía no sabemos nada». Se fue a su casa y puso en la televisión la CNN. Una imagen le destrozó. Sky News había grabado a una turba de gente quemando los cuerpos de los agentes del CNI y pisoteándolos. Uno de ellos era sin duda su hermano Nachete.
A su llegada a Madrid, los cuerpos de los siete agentes asesinados fueron trasladados al Hospital Central de la Defensa, donde se les hizo la autopsia. Esa noche, mientras esperaban, Javier Zanón se dirigió al médico de guardia y le comunicó que Buqe quería ver el cuerpo de su marido. Le contestó que ningún familiar lo había pedido, pero Javier le cortó y le espetó: «Voy a entrar con ella y lo vamos a ver sí o sí».
Cuando destaparon el féretro, Nacho estaba tapado con una sábana hasta los hombros, con la cara totalmente deformada. Buqe se inclinó sobre él y sin parar de llorar, lo besó y lo besó.