Espías: diplomacia secreta y compra de voluntades
Examinamos el papel determinante del CNI en la resolución de conflictos de todo tipo
Todos los servicios secretos llevan a cabo una serie de misiones de las que se habla más bien poco y que contribuyen de una manera muy importante al buen funcionamiento del gobierno de sus países: la diplomacia secreta. A veces dos países no pueden reconocer que están manteniendo contactos para solucionar enfrentamientos más o menos graves. O no quieren que se sepa que hablan con un país al que públicamente critican con dureza. O necesitan solucionar discrepancias que afectan a su seguridad o a la de sus ciudadanos, y es imprescindible el uso de herramientas escasamente legales. En esos casos intervienen los espías que por su propia legislación jamás podrán mencionar lo que han hecho.
Esto que os voy a contar viene al caso de lo que está pasando en la guerra en Oriente Medio en el frente relacionado con la invasión israelí desproporcionada de Gaza tras el ataque previo de Hamás. Casi no se menciona que los contactos «diplomáticos» directos para liberar a los rehenes o para permitir la entrada de la ayuda humanitaria los llevan los directores de los servicios secretos de Estados Unidos, Egipto, Israel y, a veces, Qatar.
Tras la llegada de la democracia a España, el Gobierno tardó un tiempo en establecer oficialmente relaciones diplomáticas con Israel, sin embargo hacía años que el servicio secreto las había establecido y, aún más, en Madrid había una representación del Mossad instalada en un chalé que les había buscado el propio espionaje español.
Hablar hasta con el diablo
Los años 80 fueron una etapa de apertura al mundo, precedida a veces por la osadía del director del entonces CESID, Emilio Alonso Manglano. Cuidó mucho a los espías israelíes pero llegado el momento adoptó la decisión que peor les podía sentar: estableció relaciones con la OLP del entonces enemigo público Yasser Arafat. Lo mantuvo en secreto, pero aplicaba la doctrina de que un servicio secreto necesitaba hablar hasta con el diablo.
También en esa época, con más secreto que nunca, establecieron relaciones con el peor de los diablos de Occidente durante la Guerra Fría: el KGB soviético. Una España en la OTAN acordó mantener relaciones estables e intercambiar espías con ellos, lo que provocó las quejas oficiales de servicios aliados que no sirvieron para nada. Eso sí, no pasó mucho tiempo antes de que les pidieran a sus colegas españoles que les presentaran a los rusos para hacer ellos lo mismo.
Pagos nada legales
A veces esta diplomacia secreta obliga a traspasar una línea que a los diplomáticos de carrera les cuesta. Hace ahora 20 años, ante una crisis migratoria bastante grave con el punto álgido situado en Senegal, el Ministerio de Asuntos Exteriores y el de Defensa ejecutaron un plan que en todo momento requirió las investigaciones e informes del CNI. Llegado el momento clave, el de rubricar el acuerdo, había un trámite previo imprescindible del que todos se escaparon y le tocó al director del servicio de inteligencia. Alberto Saiz mantuvo una reunión con un político local cuyo nombre nunca se difundió, al que entregó un maletín lleno de dinero para engrasar el acuerdo que poco después firmaron.
El papel de los agentes del servicio secreto en el secuestro de españoles en el extranjero es aún más conflictivo, imposible de llevar a cabo por un diplomático de Asuntos Exteriores. Desde el primer momento asumen la tarea de liberar al periodista, cooperante o cualquier otro español privado de libertad. Mandan un equipo experto en la negociación y se encargan del pago del rescate, acciones que siempre negarán. En estos casos se juegan la vida y ese es su papel.