El Ejército español dispone de una tecnología única que hace sonreír a los soldados
Ninguna armada del mundo es mejor que la española jugando al futbolín: ahí ganamos todas las batallas
Nadie tiene nada parecido, tan solo sucedáneos. Sin embargo, cada vez que alguien observa con detenimiento el dispositivo, de origen y patente española, esboza una sonrisa y siente una fuerza invisible que le empujan a manejarlo. El problema más allá de nuestras fronteras, es que ningún ejército del mundo es mejor que el español jugando al futbolín, ahí ganamos todas las batallas.
España es una potencia mundial en este juego, del que hay potentes ligas muy desarrolladas. Pero toparse uno de estos juegos en una zona de guerra es algo que no se podía esperar. Y esto fue lo que llamó la atención de la teniente Daphney Black, del ejército estadounidense, cuando hacía unas fotografías documentando la vida en la base Al-Asad de Irak durante el mes de febrero.
El pasado 24 de febrero, la unidad de helicópteros del Ejército de Tierra denominada ISPUHEL XIX —conocida como la Task Force Toro— celebró sus 9.000 horas de vuelo en misiones a bordo de los cuatro AS-532 Cougar de que disponen en la zona. La oficial médico Black fotografió a los españoles echando una partida de futbolín, en el que aceptaban de buen grado a jugadores de otras selecciones.
En este destacamento participan algo más de medio centenar de efectivos, aunque no están solos. Desde que comenzó la operación ‘Inherent Resolve’ en 2015, otros miembros del Ejército español, integrados en cuartel general, fuerza y personal de apoyo, contribuyen a la coalición internacional con el objetivo de adiestrar y capacitar a las fuerzas de seguridad iraquíes en su lucha contra la insurgencia yihadista.
Fútbol pasado por agua
Pero no es este el único lugar donde hay futbolines. En mayo de 2023, el buque de aprovisionamiento de combate (BAC) “Patiño” de la Armada recaló en el puerto de Vigo. Público y periodistas pudieron subir a bordo, y un reportero de la web Defensa y Aviación pudo observar algo que no esperaba encontrar en un buque de guerra, y de lo que carecen la gran mayoría de las marinas de guerra internacionales: sí, un futbolín.
El Patiño dispone de biblioteca, salas de TV, gimnasio, sala de musculación, mesa de ping-pong y pistas para la práctica de “carrera” en el pasillo central de las calles Real y Magdalena (es el nombre con el que se conocen los túneles de babor y estribor del buque). Pero es el futbolín el lugar más popular, y donde se desata la pasión por el deporte rey, aunque se esté en plena mar. Por eso, arrinconado en el hangar de aeronaves, reposa una máquina de este popular juego y está perfectamente mantenido, y hábil para poder echar partidas.
Un buque de abastecimiento se caracteriza por su gran capacidad de carga, y en sus operaciones, hay largos periodos de espera entre acción y acción. Mantener el ánimo entre la marinería es importante. Otras fuerzas navales echan mano de videojuegos, películas, series, o música. La española tiene futbolines.
No es un arma secreta, pero sí una manera de mantener activo al personal, darles cosas que hacer cuando su actividad principal se lo permite, y una manera de que socialicen. La popularidad del juego resulta contagiosa, y se sabe que hay otras bases militares, estadounidenses, como es el caso de Camp Humphreys, Corea del Sur, donde también hay futbolines de los que disfrutan otros apasionados del deporte y el juego de este ejército.
Un germen delirante
Si el fútbol y su juego derivado pueden desatar muchas energías de todo tipo, la que resulta fascinante es la historia de su creador, el gallego Alexandre Campos Ramírez, autodenominado Alejandro Finisterre.
De orden humilde, devino en poeta, escritor, y de manera muy temprana en inventor. En noviembre de 1936, con 17 años, Alejandro quedó sepultado bajo los escombros de un edificio madrileño durante los bombardeos de la Guerra Civil. Sus heridas eran tan graves que fue trasladado a un hospital de la Cruz Roja. El grado de calamidad entre los jóvenes que le rodeaban era duro, y no encontraban la manera de sacar de la tristeza a todos aquellos jóvenes que había ingresados. Todos heridos no podían jugar al fútbol, que era el entretenimiento favorito de la época; no había muchos más.
Inspirado en el tenis de mesa, con la ayuda de un carpintero ideó el germen de lo que denominó «el fútbol de mesa». Pero había un problema: todas las fábricas de juguetes habían detenido su producción para dedicarse al montaje de armamento militar. Finisterre, de profundas ideas republicanas, se exilió en Francia, a donde pasó a través de los Pirineos con algo en el bolsillo: los planos y patentes del futbolín.
Huida tras la huida
Gracias a esa patente, consiguió algo de dinero, y emigró a Guatemala, donde perfeccionó su invento y comenzó a obtener réditos de él. Otro golpe de Estado, el organizado por Carlos Castillo, ayudado por la CIA, volvió a ponerle en apuros debido a sus ideales. Agentes españoles viajaron al país latinoamericano para traer de vuelta al gallego a su país, y es cuando ocurrió una de las escenas más delirantes de su vida.
Alejandro Campos Ramírez fue embarcado a la fuerza en un avión de la recién creada compañía Iberia con dirección a España. La aeronave ya estaba en el aire cuando se encerró en los lavabos y creó una bomba falsa con una pastilla de jabón envuelta en papel de aluminio. Salió con ella en las manos, afirmando que se trataba de una bomba que haría estallar, que era un refugiado español y que le estaban secuestrando.
Uno de los primeros secuestros aéreos
Ante esa amenaza y la complicidad de los pasajeros, que le mostraron todo su apoyo, el aparato se desvió a Panamá tras haber protagonizado uno de los primeros secuestros aéreos registrados de la historia. Libró gracias a su ingenio, y se acabó instalando en México, donde fundó la editorial Finisterre.
Años más tarde, durante la transición, volvió a España. Celebró la aceptación de sus libros, pero nunca dejó de sorprenderle el enorme éxito que había tenido el futbolín en todo el territorio. Falleció en Zamora en 2007, pero nunca sospechó que su invento acabaría en bases militares en Irak, Corea del Sur, o buques de la Armada. Ahora no solo niños en hospitales, sino también soldados de diversos ejércitos, sonríen al jugar al futbolín.