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Un padre denuncia que lleva dos años sin poder ver a su hija "por culpa de las leyes" de género

Carlos escribe una carta desesperada a su niña: «Cada día que pasa te recuerdo; seguiré luchando por tu abrazo»

Un padre denuncia que lleva dos años sin poder ver a su hija «por culpa de las leyes» de género

Padre con su hija.

Carlos lleva ya dos años sin ver a su hija. Este padre fue denunciado por violencia de género en varias ocasiones, pese a no existir parte de lesiones, y alejado de su descendiente, a pesar de que aglutina informes favorables a los que ha tenido acceso THE OBJECTIVE. En uno de ellos, que data de 2022, se apunta a «un buen vínculo vínculo paterno-filial», y se subraya además que el progenitor «posee las habilidades parentales adecuadas». Se pide el paso de las visitas supervisadas al régimen de intercambios, cosa que no ha sucedido.

El Juzgado de Violencia de Género de Ibiza no ha valorado ninguno de estos informes, y él denuncia ser «el único padre sin poder salir del Punto de Encuentro Familiar (PEF), ni poder tener unas vacaciones con su hija como cualquier otro».

Desde que lo dejó con su pareja, tras un proceso de separación duro, estuvo dos años y medio viendo a su descendiente en un punto de encuentro en Ibiza, pese a que vivía en Madrid. Hubo de pillar alrededor de 140 vuelos para ir a verla casi todas las semanas. Ahora el padre lleva un año «sin saber si quiera si respira». Todo esto, a pesar de que jamás ha sido condenado en firme de lo que le acusa su expareja.

Carlos ha participado en muchas concentraciones en favor de los derechos de las familias y en contra de las leyes de género. Algunas de ellas bajo el amparo de la Asociación Nacional de Ayuda a Víctimas de Violencia Doméstica (Anavid).

Ahora, desesperado, ha escrito una carta a su hija que ha decidido compartir en exclusiva con este medio para dar a conocer su caso concienciar sobre «lo que estamos sufriendo muchos padres hoy en día por culpa de las leyes» de género aprobadas en los últimos años. Dice que seguirá luchando por volver a abrazarla.

La carta

«No sé cómo empezar, y ya tengo ganas de terminar de escribir estas palabras, mientras un nudo en mi garganta me ahoga a la vez que mis ojos se humedecen resbalando mis lágrimas por mi tez, el dolor que llevo cosechado involuntariamente solo por querer amarte cada día.

El tiempo pasa y ya son siete años de lluvias y sol, de soledad y lágrimas, de impaciencia y rabia, tan justa y tan entendible que ni yo mismo sé a veces gestionar. Sobre todo cuando me invaden todos los recuerdos que hemos pasado juntos encerrados y ninguno apenas en libertad. Supervisados por gente intrusa como si de un zoológico se tratase, ese lugar entre rejas en el que jugábamos al que llaman punto de encuentro familias, pero yo siempre lo llamé la cárcel de los niños.

Sí, esa en donde nos abrazábamos y sentíamos que debíamos estar respirando la vida paseamos de la mano juntos, mientras disfrutas de ese helado y yo mirándote feliz en esa puesta de sol por verte crecer libre y con la sonrisa intacta que tanto te caracteriza, junto a mi, junto a tu papi, como me llamabas, y yo me crecía hasta el infinito al escuchar esas palabras.

Pero hoy eso no es posible y después de siete años, ya ausente de fuerza para continuar con esta lucha, mi lucha, nuestra lucha, quiero decirte que cada día que pasa te recuerdo y te olvido involuntariamente, pues sé que jamás volverá a ser lo que una niña y un padre esperan de una infancia. Que jamás será devuelta por mucha justicia que se procese. Pero he de decirte, hija, que tengo la conciencia serena.

Al sentir todo lo que he luchado, probablemente en vano y sin retorno, sin esperanzas, pero con la certeza de saber que aún te acuerdas de mí, con ese dibujito que con todo el amor me hiciste el día del padre en el que se podía leer ‘papá, te quiero’.

Gracias, Ale, hija, por darme aunque sea una bocanada más de aliento para seguir peleando por un abrazo, que no se cuándo llegará pero estoy seguro de que lo conseguiremos. Tu bisabuelo Vito no se pudo despedir de ti, pero sé que te estará cuidando desde el cielo. La abuela Oma, como tú le llamabas, está muy malita y ya no habla. A sus 97 años desea descansar ya, aunque su cuerpo y la fortaleza rural y leonesa no va en sintonía con su mente y no sabemos lo que aguantará. Ya no te nombra, y me temo que tampoco la despedirás.

Toda la familia necesita de tí, eres la única sangre que me queda de la familia, la única descendencia y te echamos mucho de menos. Tus amigas del pueblo, Carla y Rocío, preguntan por tí y no sé qué contestar. Ellas no entienden que unas leyes nos hayan separado. Yo no voy a ser el que te va a decir quién es el culpable de esta situación, y jamás hablaré mal de alguien que para mí es indiferente. Tienes que sacar tus conclusiones.

La verdad, hija, es que aquí ha habido diferentes posturas o formas de ver, escuchar o sentir, las situaciones voluntarias o no que han utilizado y con la consecuencia de sesgarnos la vida y separarme de ti por diez años. Esos que deciden sobre nuestras vidas son amiguitos y se conocen. ¿Y nosotros? Nosotros como ovejas al matadero.

A veces, en mi mezcla de dolor y sufrimiento, me digo que ‘ojalá algún día encierren a su hijo porque lo acusen de violencia’. Algunos no entienden que no todo vale, y si no que se lo pregunten a tantos que lucharon pero no llegaron a un buen puerto, al menos en esta tierra. Algunos sufrieron acusaciones de todo tipo hasta que no pudieron más y decidieron acabar con su sufrimiento.

Tampoco me olvido de quien no realizó su trabajo con imparcialidad. En muchos casos les diría, porque pueden, que se jubilen y dejen de perjudicar a niños y familias, con nosotros ya ha hecho suficientes cosas irrecuperables. Son ya dos años sin saber de ti. La Justicia no funciona. No existe. Ni se le espera».

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