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El buzón secreto

El topo en ETA que huyó a Francia con maletín, traje y corbata

Se cumplen 50 años de que Mikel Lejarza, ‘El Lobo’, huyera a Francia para infiltrarse en la banda terrorista

El topo en ETA que huyó a Francia con maletín, traje y corbata

Mikel Lejarza, 'El Lobo'.

En 2025 se cumplen 50 años de la infiltración más exitosa de la historia española en la banda terrorista ETA. Fue protagonizada por un joven decorador llamado Mikel Lejarza, al que ETA bautizó como Gorka y el servicio secreto como El Lobo. La semana pasada hablé del lado humano del agente Paco Lerena y hoy voy a contar una historia bastante sorprendente, la de un joven algo pijo que dio el paso de meterse en las entrañas de la organización sin saber cómo hacerlo, sin respetar las pautas, sin saber que cuando huían de España, porque la Policía los perseguía, tenían que pasar la muga, es decir, escapar desde el País Vasco al sur de Francia por unas rutas campo a través, que utilizaban los etarras para cruzar ilegalmente y en ambos sentidos la frontera. Una historia muy humana que me recuerda el propio infiltrado:

«En marzo de 1975 llegué a Francia tras dar una vuelta impresionante, nadie me había dicho nada de pasos de mugas. Tenía que cruzar la frontera por mi cuenta y riesgo. Tomé el tren desde Barcelona, pasando por Portbou, hasta Hendaya. Allí aparecí con mi maletín, mi traje con corbata y me dije a mí mismo: ‘¿Adónde narices voy ahora?’. Me busqué un hostal, pedí habitación, dejé mis cosas y guardé la ropa en el armario. Dándole vueltas a lo que debía hacer, sin encontrar una solución, me fui a dar una vuelta y, lo que es la vida, nada más salir a la calle me encontré de narices con los etarras Smith y Chao. 

—Coño, Gorka, ¿qué haces aquí?

—Qué voy a hacer, cabrones, me está buscando la Policía. No sabía dónde meterme y me he tenido que largar. 

—¡Qué chulo vas vestido! 

—Cómo quieres que venga, no sé venir a Francia por la montaña. Me he arreglado y he cogido el tren. 

—Qué señorito, qué bien se lo ha montado. Pero ¿dónde estás instalado?

—Aquí, en un hostal. 

—Ve a recoger la ropa y te vienes con nosotros.

Me llevaron a un apartamento en la Rue Caneta, número 5, de Hendaya, donde pasé cerca de cuatro meses antes de que me cambiaran. Era un piso pequeño, con una cama espaciosa en el dormitorio y un salón donde se podía dormir en un sofá y en colchones. 

El recibimiento que me hicieron fue muy bueno. El primer día: ‘Gorka, para ti la cama’. Y me dejaron la única que había, una cama bien grande para mí solo en la habitación principal. Esa misma noche, cuando estaba acostado se me metió a un lado una tía en pelotas y, al rato, en el otro lado, otra tía en pelotas. Para colmo, la primera era la que tenía alquilado el piso y era novia de un etarra que estaba en la cárcel. Lo vi muy raro. La verdad es que no dormí nada. 

En esa época iban muchos españoles al cine a Hendaya para ver películas prohibidas en nuestro país, y los etarras hacían un recorrido por los alrededores con ganzúas y se dedicaban a robar pasaportes o carnés de identidad, porque aunque ahora parezca extraño, muchos despreocupadamente los dejaban en la guantera del coche que habían aparcado en plena calle. La excusa de estos robos era que esas documentaciones luego le servían a ETA para fabricar las suyas falsificadas. La realidad era que, una vez que habían conseguido abrir un coche, se llevaban todo lo que pillaban. Una vez me pidieron que participara y me dieron una ganzúa. Yo estaba siempre alerta y, antes siquiera de intentar forzar el primer coche, empecé a ver sombras, presencias raras… Cogí la ganzúa y la tiré lo más lejos que pude. Acerté, pues se habían llenado las calles de policías franceses de paisano que aparecieron por sorpresa para pillar a los ladrones de coches. Mientras empezaba la redada, yo me hacía el loco. Pero se me acercaron dos gendarmes.

—Usted, pasaporte, ¿qué hace aquí?

—He venido al cine —aduje para salir de la situación.

Detuvieron a todos los jefecillos de la banda y se pasaron la noche en comisaría. El único que se había librado era yo. Cuando los soltaron, me reí de ellos: ‘Qué idiotas, ¿es que no visteis cabezas por allí? Pues tiré la ganzúa y a vosotros os pillaron con ella en la mano, hay que aprender a mirar’. Todos los días aparecían oportunidades para hacerme valer, yo iba sembrando mis cualidades».

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