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Concierto económico catalán: el regreso al más rancio privilegio

La medida supone una vuelta atrás en 200 años de lucha por la igualdad social y la modernidad política en nuestro país

Concierto económico catalán: el regreso al más rancio privilegio

Ilustración de Alejandra Svriz.

«Estoy en España, país de poetas y contrabandistas», decía Victor Hugo en 1839. Para un francés que cruzaba la frontera en plena guerra carlista debía ser difícil de entender qué narices era aquello de los fueros y por qué causaban tanto revuelo. A ver si lo terminaba de comprender, «la antigua república Guipuzcoana luchando por el viejo despotismo castellano contra la Constitución de 1812». ¡Ánimo, querido Victor!

Porque eso era en resumidas cuentas el liberalismo, la modernidad política: el fin de los privilegios. Por eso nuestra Constitución de 1812 —esta sí, progresista—decretaría que «las contribuciones se repartirán entre todos los españoles con proporción a sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno».

Pero «las antiguas libertades medievales [es decir, las feudales] temen a la nueva Libertad», dirá Victor Hugo. Por ello estallaron las Guerras Carlistas, que recorrerían nuestro siglo XIX, mucho más sangrientas de lo que nos contaron aquellas grandes novelas de Galdós o Baroja. Eran la principal manifestación de la menos honrosa de nuestras señas de identidad: la pervivencia de movimientos políticos relevantes que defendían la conservación de gran parte de los elementos constitutivos del Antiguo Régimen.

Los románticos incluso llegaron a admirar en España ese exótico arcaísmo. El fuerismo y el carlismo eran el equivalente político de los caminos llenos de bandoleros, de las ruinas de la Alhambra, uno más de nuestros singulares pintoresquismos. Los poetas Verlaine y Rimbaud intentaron alistarse en las filas de los reaccionarios carlistas durante la tercera de las guerras, la más anacrónica de todas, que involucraba a País Vasco y Cataluña. No cabía mayor apartamiento del mundo, mayor irreverencia. Era viajar más lejos que a Abisinia. Existe un dibujo de Verlaine en que aparece representado el joven Rimbaud (siempre fue joven) agarrado a una botella de absenta, con unos versos burlones: «Es triste, maldita sea ¿y qué coño hacemos? Lo he pensado mucho / ¿Carlista? No, no merece la pena / Demasiado follón de ráfagas de metralleta».

Pero las Guerras Carlistas terminaron. Y Cánovas del Castillo, el personaje más importante de nuestro fin de siglo, tuvo la oportunidad de abolir definitivamente —más de medio siglo después que Francia o que todo América Latina— fueros y privilegios fiscales. «Bien notorio es que los vascos ni devuelven ni pagan mucho que otros españoles reciben». Y lo hizo. Acabó con los fueros.

«Mercedes a cambio de servicio, esto es, fueros a cambio de lealtad política»

Pero entonces tomó una decisión de gran trascendencia. Para que las diputaciones vascas se encargaran de la cobranza de impuestos, daría a cambio una generosa compensación económica. Se trataba de cobrar por pagar, un invento un poco raro, el primero de muchos, que buscaba terminar con el movimiento fuerista a cambio de nuevos privilegios fiscales. A ese sistema se le llamaría concierto económico y al montante recibido, el cupo.

Este sistema se mantendría, prorrogado, modificado, aumentado, negociado una y otra vez, hasta la Guerra Civil. Incluso hasta hoy. Pues ni siquiera Franco, como es sabido, se atrevió a abolirlo por completo. Lo mantuvo en la provincia de Álava y en Navarra en pago por su apoyo durante la guerra («por eso bendecimos los fueros y la tradición, por cuanto representan de españolismo, de nuestra esencia y de nuestro espíritu»). En realidad, Franco actuaba a la manera de un monarca del Antiguo Régimen. Mercedes a cambio de servicio, esto es, fueros a cambio de lealtad política. Nuestra Constitución del 78 recogería en un vago artículo el «amparo y respeto los derechos históricos de los territorios forales». Y en 1981, finalmente, se constituirían el concierto económico vasco y el convenio navarro.

Este es uno de los hilos políticos fundamentales de nuestra historia. Verdadero y mundano fondo de mitos tan persistentes como el cainismo, la cuestión nacional, la desigual industrialización, los territorios históricos, la excepcionalidad o la España invertebrada.

Estas semanas se escribe el más delirante y desubicado episodio de todos: la graciosa concesión de todo un concierto económico para Cataluña. No sólo es difícil imaginar una medida más insolidaria (¿dónde están los teóricos de la dependencia? ¿dónde los de la lucha de clases?) es que supone una vuelta atrás en doscientos años de lucha por la igualdad social y la modernidad política en nuestro país. Y todo al precio más irrisorio: la momentánea investidura de un gris presidente autonómico ¿Progresista? Es estricta y literalmente una de las medidas más reaccionarias que se hayan tomado en democracia. Un presidente concediendo fueros a cambio de lealtad política. Como ya no quedan monarcas absolutos y no se le conocen versos, solo cabrá calificarlo de contrabandista.

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