Louis Stettner, el fotógrafo de la gente corriente
La Fundación MAPFRE de Madrid presenta una muestra de la trayectoria del poco conocido artista estadounidense
La de Louis Stettner es una fotografía que se mueve entre el humanismo lírico de la tradición francesa y la estética callejera americana. Amigo de figuras como Weegee, el fotógrafo que en ocasiones llegaba a la escena del crimen antes incluso que la propia policía, y Brassäi, conocido por su retrato de la ciudad de París, sorprende que el nombre de Stettner no haya sonado tanto como el de ellos. Saldar esta deuda es lo que hace la exposición que le dedica la Fundación MAPFRE de Madrid, la mayor retrospectiva del autor hasta la fecha.
A Stettner (Nueva York, 1922 – París, 2016) le regalaron su primera cámara cuando tenía trece años, edad a la que empezó a fotografiar su entorno más cercano como su círculo familiar o su barrio. Lo que en un principio no era más que un juego, no tardó en convertirse en un medio de expresión al que terminó dedicándose durante casi ocho décadas. Con 18 años Stettner se enroló en el Ejército como fotógrafo de guerra en el Pacífico, experiencia que, sin duda, marcó el corpus fotográfico que iba a componer en el futuro. «La experiencia de Stettner durante la Segunda Guerra Mundial es clave para comprender la fotografía que realizó a lo largo de su carrera», advierte Sally Martin Katz, comisaria de la muestra.
Stettner sirvió en Nueva Guinea, Filipinas y Japón, llegando a Hiroshima tres semanas más tarde de la detonación de la bomba atómica. El fotógrafo, indica la comisaria, «vio la guerra como una lucha contra el fascismo y la experiencia de la guerra le dejó una fe duradera en el heroísmo de sus semejantes, en los soldados rasos con los que sirvió». Aquello le llevó a formarse una profunda conciencia humanista y cuando regresó a Nueva York centró al ser humano en el corazón de su obra. Con estas convicciones y con una conciencia de clase muy arraigada, Stettner entró en la esfera de la Photo League, un colectivo de fotógrafos de izquierdas que entendía la profesión como un medio de expresión y de denuncia y transformación social.
Durante toda su trayectoria, el objetivo de Stettner no fue otro que el de dignificar, por encima de todo, a la clase obrera. «No le interesaba tanto retratar momentos monumentales como captar instantes banales y cotidianos que para él eran la poesía de la vida diaria», sostiene Martin Katz. Entre las primeras imágenes que toma siendo aún adolescente nos encontramos con individuos charlando en una cafetería, comprando el pan o en actitudes cotidianas.
Así, en 1946 se adentra en el metro de Nueva York, donde retrata a los trabajadores que van o vienen exhaustos del trabajo. A Stettner, que tanto le marcó la poesía de Walt Whitman y el pensamiento marxista, el hombre corriente «le parecía casi heroico, merecedor de nuestra dignidad, respeto y atención». En general, sus imágenes se centran en los trabajadores y no en el contexto industrial, «humanizando el trabajo al mostrar la singularidad de cada persona».
Un año después de aquella serie, en 1947, el fotógrafo se traslada a París para estudiar cine durante unas semanas pero se queda cinco años. Durante estos años, la obra de Stettner muestra una ciudad vacía y sombría, una ciudad que está tratando de quitarse el miedo vivido durante la ocupación nazi. Alejado de la idea de ciudad que transmite la fotografía de Robert Doisneau, a Stettner le impacta el trabajo de Henry Cartier-Bresson. En este contexto, conoce a Brassäi, uno de los fotógrafos más célebres a través del que podemos descubrir la ciudad de la luz, que rápidamente se convierte en su maestro y mentor.
Es él quien «le ayuda a introducirse en la comunidad fotográfica parisina y influye enormemente en su forma compasiva de entender la vida que le rodeaba a través de la cámara», incide Martin Katz. Por supuesto, Stettner regresa de nuevo a su ciudad en la década de los 50 para trabajar en revistas de la talla de Life, Time, Fortune o Paris-Match aunque no deja de viajar por Europa, donde retrata a familias descansando en la playa, niños jugando en las plazas y gente paseando en Málaga y Torremolinos o acompaña a Pepe y Tony a faenar en aguas ibicencas durante dos días.
En los años 70 Stettner radicaliza su discurso y su activismo se vuelve más notorio: se opone a la guerra de Vietnam, apoya el movimiento de los Panteras Negras y visita fábricas en Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética. Todas las imágenes que toma durante este periodo siguen teniendo en común su afán de dignificar la humanidad de los retratados. Su principal preocupación, recuerda Martin Katz, era «defender al individuo humano». Gracias a su sensibilidad, Stettner se preocupa de manera genuina por los demás, lo que le lleva a «destacar la singularidad de cada individuo que fotografiaba». Este humanismo impregna todas sus obras, creando un nexo que une todo su trabajo, transmite su fe en la gente corriente y muestra la belleza de la vida cotidiana.
Tanto la urgencia social que transmite la obra de Weegee, como el estilo poético y humanista de Brassai «dejaron una huella indeleble en Stettner». Y es precisamente esto lo que le permite moverse entre estos dos enfoques para crear un estilo único que huye de cualquier tipo de clasificación. No obstante, es también uno de los motivos por los que su obra no ha sido reconocida como merece. Tener un pie en Nueva York y otro en París hizo que nunca estuviera totalmente apegado a una ciudad en detrimento de la otra.
Sin embargo, la comisaria apunta otra razón: «La postura crítica de Stettner puede haber dificultado la recepción de su obra por parte de un público más amplio»: Por supuesto, su orientación política, marcadamente izquierdista y marxista, hizo que durante la era McCarthy perdiera su puesto como profesor financiado por el gobierno federal en el marco de Plan Marshall. Sin embargo, Stettner nunca dejó de alzar la voz para defender sus ideales y «nunca puso en peligro su propia ideología para ajustarse a la opinión popular».
En definitiva, tal y como apuntó el propio Stettner, su misión siempre fue la de «revelar lo que no se ve fácilmente, captar lo más significativo, enriquecer nuestra percepción de la vida».