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Colecciones Reales: de los Reyes Católicos a Pedro Sánchez

En la Galería, que ya se puede visitar, se exponen 650 piezas, en las que destaca el ‘Cristo Crucificado’ de Tiziano

Colecciones Reales: de los Reyes Católicos a Pedro Sánchez

La Galería de las Colecciones Reales. | Carlos Luján / Europa Press

No conozco a nadie que haya visitado la nueva Galería de las Colecciones Reales y que haya salido defraudado. No quiero analizar -aún es pronto- si los 2.800 visitantes diarios que podrán visitarlo son muchos o pocos. A mí me parecen muy pocos, sobre todo a la vista de la movilidad excelente del museo. Veremos cómo van fluyendo las masas en ese parque temático que ya es la explanada del Palacio Real. Tampoco sé decir si las 650 piezas con que la Galería se ha inaugurado son muchas o pocas. Las que hay ahora se ven magníficamente aunque luego me detendré en algunos aciertos y desaciertos de su exhibición. Y una reflexión al respecto no carente de importancia: cuando se pensó en las colecciones que podían integrar este museo, la primera propuesta implicaba el traslado a Madrid de las piezas más importantes de cada sitio real. Aquí vendrían el Martirio de san Mauricio y la legión tebana de El Greco; La túnica de José de Velázquez o el Calvario de Van der Weyden desde El Escorial.

La idea es que en este museo debía estar lo mejor de cada palacio: las falúas reales de Aranjuez; las telas árabes de Las Huelgas… Con buen criterio finalmente se decidió que no merecía la pena desnudar a un santo para vestir a otro. Hay obras de arte que se pensaron para un lugar concreto y precisamente exhibiéndose en aquel lugar la pieza cobra todo su sentido y belleza. El Cristo en la Cruz de Benvenuto Cellini estará siempre muy bien en El Escorial aunque eventualmente pueda formar parte de una exposición en esta Galería.

‘Ciego y lazarillo comiendo huevos’, Luis Paret y Alcázar (1746-1799). Hacia 1784. Óleo sobre tabla de nogal. Palacete Albéniz, Barcelona. | Fernando Rayón

Y es precisamente en este punto donde radica, desde mi punto de vista, el éxito de este no museo que han querido llamar galería. Un museo tiene una colección propia y este museo no la va a tener. De ahí el acierto en llamarle galería. Cambiarán los tapices, libros, grabados y dibujos por motivos lógicos de conservación y eso permitirá que otras obras los sustituyan. Así, salvo raras excepciones -la Fuente del águila de los Doria o el Monumento de Jueves Santo de Ventura Rodríguez- las obras irán rotando para poder conocer las miles de piezas que Patrimonio Nacional conserva. Tampoco ayuda mucho que de los 40.000 metros cuadrados del magnífico edificio de Tuñón y Mansilla solo 6.000 se utilicen para exposiciones. Pero eso mismo da idea de la ingente cantidad de piezas guardadas en los almacenes que, poco a poco, pueden ir viendo la luz.

Pero vamos ya con lo expuesto. El conjunto es deslumbrante. Es pertinente recordar -así lo señaló Emilio Tuñón en la rueda de prensa del miércoles pasado- que el edificio se construyó para albergar las colecciones de tapices, carruajes y arte suntuario. Pues bien, lo que ahora vemos en la exposición son esas piezas y además pinturas y esculturas. Y el conjunto es perfecto. Unas se complementan con otras porque la división en tres plantas: Austrias, Borbones y siglo XIX y XX con la exposición temporal de los carruajes resulta perfecta. Y el repaso.

‘Cristo Crucificado’ , Tiziano Vecellio (hacia 1489-1576). Hacia 1565. Óleo sobre lienzo. | Fernando Rayón

Se me queda corta la etapa medieval y la representación de los Trastámara y de los Reyes Católicos aunque hay piezas muy notables. Y otra crítica: el retablo de Isabel I de Castilla no gana nada poniendo las tablitas en tres alturas. Las de debajo no se ven bien: con dos hubieran bastado para apreciar los detalles de Juan de Flandes y Michel Sittow. Los Austrias incluyen sorpresas como los cuatro maravillosos dibujos de Durero o el Espinario atribuido a Gugliemo della Porta. Pero lo mejor sin duda -quizá es la joya del museo- es el Cristo Crucificado de Tiziano. Contemplarlo bien iluminado es todo un placer para un visitante acostumbrado a verlo en penumbra en El Escorial. Sorprende también la buena iluminación de la miniatura del Conde duque de Olivares y del Caballo de Velázquez, lo que contrasta con la pésima ubicación e iluminación de la Salomé de Caravaggio. Pena.

No se pierdan ya en la planta de los Borbones el Ecce Homo y la Dolorosa de Francesco Solimena ni los Paret que han salido de vaya usted a saber dónde. Y otra de las sorpresas, junto a la cómoda Gasparini comprada hace poco más de un año, es la presencia de los dos cuadritos de la Fabricación de la pólvora y la Fabricación de balas de Goya procedentes del Palacio de La Zarzuela. Me gusta que puedan verse tan bien expuestos y también que el Rey no haya puesto pegas al traslado.

En la planta baja no dejan de llamar la atención el escaso espacio -una sucesión de imágenes en un panel- destinado a la etapa republicana, franquismo y restauración de la democracia. Eso sí: con Pedro Sánchez en varias imágenes. Faltaría más. ¿Hay más cosas? Muchas más. Echo de menos alguna explicación complementaria, sobre todo de árboles genealógicos. Y quizá algún préstamo del Prado. Como el Prado, este museo también es de todos.

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