THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Cerrar los ojos para verte

«Acierta Isabel Rodríguez en la realidad inmobiliaria: profesionales bien pagados están condenados al eterno alquiler»

Cerrar los ojos para verte

La ministra Isabel Rodríguez. | Zuma Press

Isabel Rodríguez estrena su flamante Ministerio de Vivienda con su chaqueta roja, sus manos pequeñas, sus ojos limpios y el sermón aprendido. Le preguntan si va a inaugurar, estrenar o regalar doscientos mil pisos, como prometió Sánchez, pero ahí ya le entra un atisbo de tos, la flema del imposible, el cerrar los ojos para verte y verlos, porque doscientas mil puertas son muchas cerraduras juntas. De momento toca la Operación Campamento, en Madrid, que son doce mil, y no es moco de pavo, el primer brote verde del jardín. 

Defensa desactiva o suelta ciertos terrenos olvidados al sur de la capital, el señor alcalde Martínez Almeida da el visto bueno a la operación y todo ello será un parque nuevo de vivienda, el 60% público y el 40% privado. No suena mal la Operación Campamento en el despacho donde acaba de aterrizar Isabel Rodríguez, desde donde promete desgravar hasta 5.000 euros a quien reforme el prehistórico pisito, y donde quiere dejar libre el hilo telefónico con las comunidades autónomas, porque son ellas quienes manejan el 80% de fondos estatales. Qué bien sería eso de cortar el lazo de los que hacen otros, tipo Óscar Puente, llegar a mesa puesta como el vallisoletano con el AVE, y desde allí estrenar, reír, sonreír y tuitear a galope.

Echamos de menos un órdago digno de tiempos dictatoriales, fue Franco quien prometió a sus obreros un piso, un coche y vacaciones anuales (el piso era de barriada, el coche un utilitario y las vacaciones ese viaje de la cama a la playa, sin interferencias, porque no hay metal para barra ni castañuelas). Qué grande sería, yo creo que mataría a Lagarde de un infarto, esa rueda de prensa del presidente donde el micrófono herido anunciase entre ronqueras: «Prometo a cada español y española un piso nuevo». Bailaríamos hasta las tantas. Beberíamos sin cupo. Eso sí que sería una Nochevieja histórica, legendaria, a tope.

Acierta Isabel Rodríguez en la realidad inmobiliaria de este país: una vivienda trunca un proyecto vital, profesionales liberales y bien pagados están condenados en las grandes urbes al eterno alquiler, la causa de la emancipación de los jóvenes es el techo ajeno a cualquier monedero imaginable. El bien inasequible (vivienda) trunca el proyecto vital mínimo (familia). Las rentas inmobiliarias son atracos legales ajenos a salarios. Ahí arde la hoguera entera de la natalidad, el país con más perritos que niños, la nación débil de eternos pisos compartidos donde a los cincuenta años no toca vivir como un estudiante. Lo ven Almeida, Rodríguez y Robles: doce mil viviendas a disposición en el sur madrileño es un buen regalo.

El piso soñado –lo escuchamos a cada rato- no es un objeto sino una persona. Así cierran los ojos para verle. Con su grifería nueva, con sus baños blancos, con su espacio en el salón para sofá de tres plazas, con su cocinita con ventanuco a patio interior, con su parqué y ventanas de PVC. Isabel Rodríguez quiere una dorada y crujiente Operación Campamento en cada capital de provincia, y Margarita Robles está dispuesta, si la cosa se pone más chunga, a habilitar cuarteles, porque la izquierda verdadera siempre adjetiva bien frente al sustantivo oficial: patatas (fiadas), camas (literas), corazones (carnívoros). El dolor ajeno (poner la mesa para otros, vivir hacinados, etc) canta y baila en los viejos papeles marxistas.

El mejor techo puede ser un cuartel si nos sale por el morro. Gratis, como ahora el transporte público, pero curiosamente no para jóvenes, que fue promesa y ya no lo es. Habitar un cuartel, hacer rancho, puede ser la gran medida socialdemócrata en el frigorífico, vela por el crecimiento a la vez que reparte la riqueza como debe, mérito y capacidad, el auténtico escudo social. Los cuarteles pueden ser gremiales, imagino, e ir agrupando a los técnicos, artesanos, obreros, menestrales de farmacia y letra impresa, según ocupación y ganas. Los cuarteles españoles, rehabilitados y acondicionados para familias, siempre que se tengan más de siete hijos por unidad familiar, pueden convertirnos a todos en la primera potencia europea.

Un campamento de aquí te espero. Pura literatura oral: «El lugar más feliz del mundo no es Disneyland sino mi campamento»; «El primer día de campa es más emocionante que la mañana de Reyes y tu cumple juntos»; «El año se divide en dos: campa y no campa»; «El campa acaba pero se queda contigo en el corazón»; «Exploremos el lugar sin cobertura». Llevamos cuarenta años con el mantra: «Todo español tiene derecho a una vivienda digna».

Esto, bien mirado, no deja de ser un simpa, una trola, un ful de Estambul. Ahora suena otra melodía: «El campa es la respuesta y a nadie le importa la pregunta»; «Soy lo que soy gracias a los campamentos»; «Si no terminas así de sucio en el campa, algo no estás haciendo bien»; {Las amistades del campa, separadas por kilómetros y meses, no pierden su fuerza». Ese campa de nuestros tres monitores en pantaloncito corto y silbato colgando del cuello (Almeida, Robles, Rodríguez) emociona. Cerramos los ojos para ver el campa y el piso a estrenar. Cerramos los ojos para sonreír. Isabel Rodríguez, dulcinea de la Mancha, hada buena, alucinación en el pasillo, princesa del cuento vagabundo: ¡Cerramos, amor mío, los ojos para verte! ¡El campa, el piso, uf, ay! ¡Viva la vida!

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