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La Tercera España: evitar un nuevo fracaso

El nuevo partido no debe caer en los errores cometidos en el pasado por otras formaciones de centroizquierda

La Tercera España: evitar un nuevo fracaso

Ilustración de Alejandra Svriz.

Dicen que a la tercera va la vencida, pero lo de La Tercera España, la reciente propuesta electoral desde el centroizquierda, sería en realidad (depende de cómo lo contemos) la quinta vez que lo intentamos. Los precedentes no son muy halagüeños; no solo  está aún fresco el cadáver de Unión Progreso y Democracia y el de Ciudadanos, iniciativas surgidas frente a la deriva nacionalista-periférica de la izquierda actual (la realmente existente, como en su día lo fue el socialismo de la URSS), sino que, dobladitas en nuestro libro de memorias, tenemos también (ya amarillentas) las esquelas del Centro Democrático y Social de Suárez y del Partido Reformista Democrático de Miquel Roca Junyent; dos intentos reformistas de tiempos muy anteriores a la irrefrenable pasión de nuestra actual izquierda por las naciones periféricas y, más en concreto, seamos claros, por el País Vasco y Cataluña.

A la tercera va la vencida es una frase que empleamos cuando no conseguimos a la primera lo que pretendemos; y se puede repetir tras el primer y el segundo intento, pero después de tres tentativas infructuosas tal vez sería prudente desistir y dedicarnos a otra cosa. Así que depende de cómo contemos las veces que lo hemos intentado ya para saber si debemos o no perseverar nuevamente en este camino. Yo creo que sí y explicaré por qué.

En primer lugar, si tenemos que lamentar la muerte de todos los anteriores intentos de crear un partido español de centroizquierda, opuesto a la polarización secular y empobrecedora de nuestro país, es por una sencilla razón, porque antes ha nacido. Parece una perogrullada, pero no lo es. Cuando alguien intenta repetidamente, durante casi medio siglo, conseguir algo es porque ese algo refleja una necesidad o una carencia que realmente existe. Todos los intentos, especialmente el último, el de Ciudadanos, han llegado a tener vida y representación, lo que indica que el espacio electoral y la necesidad están ahí. Si el actual aparato del PSOE se propone pactar con los independentistas para seguir gozando de las rentas y las mieles del poder estatal (ahora que han perdido el autonómico y el municipal) es porque no existe un partido que en el mismo ámbito ideológico le dispute la representación. La pregunta que tenemos que hacernos, por tanto, no es si debemos intentarlo de nuevo o no, sino porqué han fracasado los anteriores intentos

«Puede haber un nuevo partido, pero no uno que intente sustituir a ninguno de los dos grandes»

Yo tengo mis hipótesis sobre las causas; la primera porque la renovación democrática propuesta degeneró en nuevos partidos personalistas (el partido de Rosa y el partido de Rivera); la segunda porque no se ha entendido que, mientras la derecha no tiene problemas con España, se ha querido sustituir al partido de la derecha en lugar de hacer espacio para una izquierda española, españolista, dirían ellos (no importa, lo acepto, también el PSC es catalanista y no pasa nada), que es la que no está representada ni por el PSOE ni por Sumar. Entre «los hunos y los otros», que diría Unamuno, puede haber un nuevo partido, pero no uno que intente sustituir a ninguno de los dos. Eso por ahora es imposible.

 Tenemos que aprender de estos errores; por intentarlo no se pierde nada. Si no lo hacemos, ¿qué nos queda a los españolitos? ¿que nos guarde solo Dios, como se lamentaba Antonio Machado porque esto no tiene remedio, porque una de las dos Españas nos helará irremediablemente el corazón? ¡Pues no!, sobre todo porque no son las dos Españas las que nos rompen el corazón (izquierda y derecha las hay en todos los países) sino las tres Españas (la del País Vasco y Cataluña y la del resto del país). Lo que nos separa a los españoles no es la cuestión social sino la cuestión nacional y la cuestión democrática, que desde la Constitución de Cádiz de 1812 van indisolublemente unidas. Por eso lo que necesitamos es un partido inequívocamente español y radicalmente democrático.

El nuevo partido no puede caer, por tanto, en este error de las dos Españas ya desde su propia denominación. Tenemos en España fuertes discrepancias sobre las políticas económicas liberales o socialdemócratas, sobre cuestiones de moral como el aborto, la eutanasia, la laicidad y el papel de las religiones, sobre la familia y la sexualidad… Pero estas discrepancias no justifican la necesidad de un nuevo partido. En estas cuestiones se puede votar al PSOE, al PP, o a sus extremos, según los gustos de cada uno. Son dos las cuestiones que, ligadas entre sí, hacen necesario un nuevo partido: la democracia y la nación

La discrepancia fundamental con los dos grandes partidos actualmente existentes (con el PSOE y su sucursal de Sumar, pero también con el PP) tienen que ver con la democracia, con la organización del Poder Judicial, el Legislativo y el Ejecutivo, con el sistema electoral y el papel del Congreso y el Senado, la organización representativa frente al populismo-caudillismo dentro de los partidos políticos, la memoria democrática y la reconciliación nacional; y, sobre todo, con el demos. Discrepamos especialmente sobre quiénes somos los que tenemos derecho a decidir: ¿todos los españoles? ¿Los vascos? ¿Los catalanes?

«Preguntemos a los españoles si quieren concederle a vascos y catalanes el derecho a ser independientes o vivir en igualdad juntos» 

¿A alguien le puede extrañar que los independentistas y semiindependentistas (socialistas y podemitas vascos y catalanes) sean mayoría abrumadora en territorios más ricos que el resto y que llevan medio siglo gobernados por nacionalistas locales que barren siempre para casa? Curiosamente gran parte de la izquierda realmente existente está a favor de esa autodeterminación de Cataluña y el País Vasco y contra la autodeterminación de España (una parte también contra la de Ucrania), mientras que la derecha está a favor del demos español y en contra de la del País Vasco y Cataluña. Y digo yo, si ese es el problema que nos divide, ¿por qué no coger el toro por los cuernos? 

Este el momento. Propongamos como programa de un nuevo partido una verdadera consulta democrática al pueblo español, en el que reside la soberanía. Preguntemos a los españoles si quieren concederle a vascos y catalanes el derecho a elegir entre ser independientes y soberanos ellos mismos o vivir en condiciones de igualdad con nosotros, entre la separación o una España plural pero igual. Ese es el programa de un partido democrático radical.

Necesitamos cortar el nudo gordiano de un conflicto que parece no acabarse nunca. Propongamos resolver el problema entre todos, vayamos a un proceso constituyente, no a una convención fraudulenta entre nacionalistas y un partido que solo representa a la mitad de los españoles (la propuesta de Urkullu). Acordemos las condiciones de una consulta democrática a todos los españoles para que decidan si les parece bien decirle esto a vascos y catalanes. Hagamos, efectivamente, borrón y cuenta nueva (amnistía), a pesar de que ustedes se han portado fatal, y elijan: o viven en un país llamado España con los mismos derechos y deberes que todos los ciudadanos o se montan ustedes otro haciendo frente a los gastos. Elijan entre una España plural, pero igual, renunciando a fueros y privilegios socioeconómicos o la independencia. Sean todo lo catalanes y vascos que quieran ser, hablen el idioma que quieran, pero paguen ustedes los costes y respeten a las minorías. Nosotros ya nos ocuparemos, si ustedes usan el idioma cómo barrera, de poner también las nuestras no arancelarias para que no haya competencia desleal ni en la Administración ni en el sector servicios ni en ninguna actividad por cuestiones de lengua. Y si no les parece bien, sepárense de una vez, hombre, y pónganse a la cola para entrar en la UE; eso sí, por mayoría cualificada y al menos por un siglo, que no puede cambiar uno de país como cambia de camisa, ni estar todo el rato dándole la tabarra al personal.

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