OTAN, Defensa, Marruecos: Sánchez arrincona a Podemos tras un año de la salida de Iglesias
El partido morado experimenta una encrucijada: el PSOE cree que Podemos no romperá la baraja pero crece el malestar por el ninguneo de Sánchez
15 de marzo de 2021. Pablo Iglesias difunde un vídeo por Internet. Se deja grabar en lo que fue su despacho de vicepresidente, en la cuarta planta del Ministerio de Sanidad. Es el anuncio de que ha decidido dejar el Ejecutivo de Pedro Sánchez para disputar a Isabel Díaz Ayuso la presidencia de la Comunidad de Madrid. Es una operación arriesgada. Pero en el partido morado nadie decide sacrificarse para evitar una debacle que significaría el fin de la formación. «Madrid necesita un Gobierno de izquierdas y creo que puedo ser útil. Lo he estado meditando mucho y hemos decidido que, si los inscritos quieren, voy a presentarme», explicó.
Iglesias salía del Ejecutivo un año y dos meses después de una entrada que para él y todo su entorno fue algo «histórico». Un poscomunista vicepresidente de un Gobierno de la Alianza Atlántica. Algo que ni siquiera logró Enrico Berlinguer, el histórico líder del Partito Comunista Italiano, con quien el propio Iglesias se comparó en la víspera de los comicios madrileños del 4 de mayo. Las elecciones madrileñas, sin embargo, acabaron mal. E Iglesias anunció en la misma noche electoral su salida de la primera línea de la política (una decisión que, en realidad, ya se había debatido en la última ejecutiva de la formación de unos días antes).
Yolanda Díaz heredó el liderazgo de Unidas Podemos en el Gobierno. Lo hizo sin recibir un previo aviso por parte de Iglesias. Pero con la confianza de evitar la trampa en la que la dirección morada quería atraparla: ofrecer una candidatura nacional mucho antes de los comicios para desgastar su figura política y tenga así que pactar con los morados en condición de debilidad, o en última instancia tenga que intervenir Irene Montero como cabeza de lista. El método elegido por Iglesias y Montero era el mismo que después de 2017 sirvió para aniquilar a Íñigo Errejón (si bien el ex número dos había dado muchos más argumentos para acusarle de traidor).
De Iglesias a Yolanda Díaz
A partir de ese momento, con una coalición de Unidas Podemos muy dividida y en creciente conflicto interno, el entorno de Pedro Sánchez empezó a respirar con más tranquilidad. El estilo reivindicativo de Iglesias rápidamente se difuminó en el escaso liderazgo de Ione Belarra, que se convirtió en secretario general de Podemos. Díaz escogió mantener un perfil más medido. A la vez que Sánchez y los socialistas empezaron a ganar batallas. Sin Iglesias en el Consejo de ministros, Podemos empezó a desinflarse mientras que Díaz se centró en la promoción de su proyecto.
La palabra irrelevancia empezó a circular con más fuerza en los círculos morados. Si bien incluso durante la etapa de Iglesias el poder que ejercía el líder de Podemos era muy reducido (y en parte esta fue la razón de su salida), con Yolanda Díaz al mando y en el medio de las zancadillas de Montero y Belarra, los socialistas olieron de que a su izquierda ya no había adversarios. Fuentes tanto de la Moncloa como de ministerios socialistas explican que la salida de Iglesias se hizo notar en el Gobierno, aunque matizan que el punto de inflexión en las relaciones con sus socios ha sido el estallido de la guerra en Ucrania.
Con el conflicto en Ucrania, Podemos ha empezado a dar bandazos. Primero se desmarcó del envío de armas a Ucrania. Una posición que también Sánchez defendió en un primer momento, aunque después reculó. Según los socialistas el error de Podemos fue garrafal. «Estaban convencidos de que la guerra durara dos o tres días, por eso tomaron esta postura electoralista. De haber sido hubiera podido ser rentable, pero es una prueba más de su política cosmética», comentan fuentes gubernamentales socialistas.
«No pintamos nada»
Yolanda Díaz se alineó con Sánchez. Aunque pocos días después se alejó de él, cuando el presidente puso sobre la mesa el aumento del gasto en Defensa. Tanto como con las armas como con el gasto en Defensa, Sánchez hizo lo que quiso, avisando solo parcialmente a sus socios y compañeros de Consejo de Ministros. Los morados denuncian este secretismo por parte del presidente, protestan y se irritan, pero hasta ahora han evitado dar ese golpe sobre la mesa que empiezan a reclamar sus bases. «Está Unidas Podemos en el Gobierno y no se ha visto un gobierno más servil a la UE, Estados Unidos y la OTAN que este», comentaba en las últimas semanas un alto cargo de Podemos crítico con la postura de la dirección. «No pintamos nada», son otros comentarios que se registran incluso entre las fuentes gubernamentales del partido morado.
El último ninguneo de Sánchez a Podemos llegó el pasado viernes, cuando se filtró por la tarde la carta que el presidente envió a los mandatarios de Marruecos. En dicha misiva, Sánchez asume la autonomía para el Sáhara Occidental planteada por Marruecos y que constituye «la base más seria y realista» para lograr una solución a este conflicto. La dirección de Podemos reaccionó de inmediato. Primero la secretaria de política internacional, después Belarra y finalmente también Yolanda Díaz se desmarcaron del presidente. Pero, ¿están dispuestos a dinamitar el pacto de gobierno por estas afrentas?
¿Salir o no del gobierno?
Los socialistas creen que no. Sostienen que Sánchez ha entendido que los morados temen un adelanto electoral, porque se quedarían con la mitad de sus actuales escaños, y que no están por aventuras peligrosas en este momento. Desde Podemos la lectura es de facto la misma. Oficialmente se apela a algo parecido a un sacrificio para lograr en algunos casos pequeños matices en las políticas de Sánchez. Mientras que los cargos y militantes que observan desde fuera concluyen que la dirección y cúpula del partido está interesada únicamente en salvar su poder y privilegio, y que no hay mucho más que añadir. «El poder engancha, y ellos son yonkis del poder», zanjan cuadros de Podemos que estuvieron en la sala de máquina de la formación en la primera etapa del partido.
En definitiva, un año después de la salida de Pablo Iglesias del Gobierno, la balanza de las relaciones de fuerzas en el Ejecutivo han ido cada vez más a favor de Sánchez. Los morados que ya tenían un peso minoritario y buscaban a través de las ofensivas en los medios que se entendiera su aportación, están ahora más arrinconados que nunca. Creen salvaguardar un nicho electoral de alrededor del 10% de votos, pero no está claro que todas las corrientes de la izquierda alternativa al PSOE y ecologista concurran juntas en los próximos comicios. La fragmentación podría acabar de golpe con todos los actores de esta historia.
La irrelevancia se hace cada día más agotadora para una generación de dirigentes que aspiraban a cambiarlo todo («yo quiero ganar, no la bandera roja», reprochaba Iglesias a los de IU), y se revelan en cambio más conservadores y timoratos que sus antecesores. El líder del comunismo italiano Berlinguer falleció después de un mitin en Padua sin haber pisado la moqueta gubernamental. Pero hasta que vivió, el PCI jamás fue irrelevante. Ahora, Iglesias conduce un podcast y los ministros del partido que fundó en 2014 fatigan a levantar cabeza. Los sondeos, mientras tanto, bajan cada día.