El Obispado de Santiago frena la exhumación de cuatro republicanos asesinados en Carballo
La ARMH lleva meses esperando la autorización para recuperar los cuerpos enterrados en el cementerio de Bértoa tras ser fusilados en septiembre de 1936
Septiembre de 1936. Cuatro vecinos de Carballo (31.400 habitantes) son secuestrados por los partidarios de las huestes sublevadas dos meses antes y, posteriormente, asesinados. Sus cuerpos, heridos de bala, aparecieron en Bértoa, una de las parroquias que conforman el municipio coruñés, y enterrados en su cementerio, aunque sin identificar. Sus descendientes han solicitado a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) que exhume sus restos para darles una sepultura digna. Tienen todos los permisos necesarios, excepto el del Arzobispado de Santiago de Compostela, responsable del camposanto.
A instancia de la familia y de algunos vecinos, la ARMH comenzó a investigar el caso de los cuatro republicanos asesinados, entre los que se encuentra Francisco Miguel Fernández, de 38 años, uno de los grandes pintores gallegos, exponente de la pintura surrealista. Le acompañan Juan Boedo, que tenía 28 años cuando fue asesinado, y un padre y su hijo, Andrés y Pedro Pinilla, de 52 y 21 años respectivamente.
«No fueron arrojados a una fosa como se hacía entonces. El párroco y varios vecinos los enterraron en el cementerio de Bértoa con cierta dignidad. Están en su propia caja, pero sin identificar», explica Carmen García Rodeja, portavoz en Galicia de la ARMH, la organización que inició la búsqueda científica de los desaparecidos por la represión franquista sin ayuda institucional en el 2000.
Un año de demora
En estas dos décadas han realizado varias exhumaciones en la región, todas ellas sin problemas. Sin embargo, en esta ocasión llevan más de un año esperando que el Arzobispado les autorice a comenzar los trabajos. «Hemos escrito desde la asociación, lo han hecho los vecinos, los familiares, incluso he tenido reuniones con el vicario y con el Obispo auxiliar, que acaba de ser nombrado Arzobispo (Monseñor Francisco José Prieto)», revela García Rodeja.
El argumento para demorar el permiso es simple. «Nos dicen que donde se encuentran los republicanos hay más personas enterradas. Claro que sí, como en cualquier cementerio», indica la portavoz de la ARMH. García Rodeja sostiene que los cuatro asesinados apenas dos meses después de que comenzara la Guerra Civil están en un lugar «perfectamente identificado». Van a recuperar esos cuerpos que han solicitado las familias, pero sin alterar el resto.
«El Obispado sabe cómo hacemos nuestro trabajo. Incluso se lo expliqué: vamos con pinceles y unas palitas y hacemos catas pequeñas, nada de una máquina excavadora. Hay gente que parece que sigue sin entenderlo», insiste García Rodeja. Afirma que es la primera vez que se encuentran con este problema ya que en otras ocasiones, cuando se han negado algunos vecinos, «me ha acompañado el propio vicario para convencerles».
La ARMH tiene todos los permisos necesarios, pero asegura que la autoridad eclesiástica de Santiago de Compostela lleva más de un año alargando el proceso. En su opinión, tardan en dar repuestas a las peticiones y argumentan que algunos feligreses se oponen a la exhumación, que no presenta dificultades técnicas ni desde el punto de vista arqueológico ni forense. THE OBJECTIVE ha intentado sin éxito contactar con el Arzobispado para conocer su versión.
«Hay que tener una lógica, por derecho o por caridad cristiana, pero los republicanos asesinados tienen derecho a ser enterrados con dignidad», advierte la portavoz de la asociación memorialista. Subraya que es algo que «se debe» a sus descendientes y no descarta llegar a los tribunales, pero confíe que todo se solucione sin llegar a tales extremos.
Entre los restos que pretenden recuperar se encuentra los del artista Francisco Miguel, detenido en agosto de 1936 por la Guardia Civil acusado de actuar contra el régimen militar franquista. Salió en libertad, pero a mediados de septiembre lo arrestaron de nuevo. Días más tarde apareció su cadáver fusilado y las manos amputadas en Bértoa. Al término de la Guerra Civil, su esposa y sus tres hijos se marcharon exiliados a México.