THE OBJECTIVE
El purgatorio

Ricardo Dudda: «En España no existen las ideologías, existen los partidos»

El periodista y columnista de THE OBJECTIVE visita ‘El purgatorio’: «Hay que reivindicar la orfandad partidista»

Le noto a Ricardo Dudda (Madrid, 1992) cierto cansancio del ambiente, de las formas, de la actualidad que reina en nuestro país. Cansancio que no claudicación, porque el columnista ha de dar siempre la batalla contra la mentira, el cinismo, la manipulación, e ir siempre contra el poderoso. Se llame Sánchez ahora, se llame como sea en el futuro. Es un hombre joven, que empezó directamente en el columnismo. Madrileño con raíces murcianas y padre alemán, es un tipo reflexivo, neurótico para cosas como Twitter, o sea, X, y que apenas sabe ya situarse en el arco ideológico: «Me gusta la idea del liberalismo, porque es una ideología muy delgada».

PREGUNTA.- Ya estamos en el 2025, ¿espera algo de este año?

RESPUESTA.- No, yo espero muy poco ya. Y además que hacer previsiones siempre es como que tiene cierto prestigio si las haces negativas, si eres una Casandra. Ya no estamos en esa época de utopismo, por ejemplo, con la tecnología y las redes sociales: iban a cambiar el mundo, ahora nuestra visión de la tecnología es muy siniestra. Tienen cierto atractivo las Casandras. El profesor John Gray, el filósofo británico que te habla del fin del liberalismo, el fin de la historia, el fin de las utopías, es muy interesante de leer, pero no sé si tiene razón. Por eso, prefiero no hacer previsiones.

P.- Es cierto que somos de generaciones diferentes. Nos sacamos unos cuantos años. Dudda es más generación millennial y yo soy más Z, pero nos une algo. Desde que nacimos hasta que empezamos a desarrollarnos, a tener nuestros primeros trabajos, el mundo ha ido encadenando crisis económicas, atentados terroristas, desastres y muchos de los que nos lean y sean de otras generaciones habrán conocido a esa otra España, ese otro mundo, no sé si más optimista o más ingenuo.

R.- Creo que es una cuestión de expectativas. Realmente hay muchos aspectos donde creo que vivimos peor que nuestros padres, pero sobre todo en expectativas, en lo que el relato oficial o el relato generacional se dice a sí mismo. Las expectativas que tenemos ahora son muy malas, y tú hablas con cualquier persona de nuestra franja de edad y sus perspectivas son bastante negativas, creo que no era lo mismo en la generación de nuestros padres o de una generación intermedia, a lo mejor la generación X.

En España éramos más pobres, pero esa sensación de que íbamos a progresar y vamos a ser más ricos era mucho más notoria. Y bueno, al final porque cuando vienes de una posición muy mala, de una dictadura, pues es normal que al salir de ella todo sea positivo, pero creo que la principal brecha que hay es de expectativas. Y luego también creo que si cogemos determinadas variables sí que vivimos peor que nuestros padres. Pongamos el ejemplo de la vivienda, que me encanta hablar de eso para cabrearme, pero es el gran tema en el que creo que no tenemos expectativas como generación o como cohorte de edad.

P.- Pensándolo, cuando he visto el país más unido y con más ilusión es cuando España ganaba el Mundial o la Eurocopa. Ese afán de superación y esa comunidad unida por un proyecto como pasó con los Juegos Olímpicos de Barcelona o la Expo del año 92, no lo he vivido. Es cierto que después no todo es tan brillante como se cuenta, también son relatos. Pero es que incluso eso nos falta. Ya que estamos hablando todo el día del relato, nos falta ese relato.

R.- También es porque hay una inflación de acontecimientos supuestamente históricos que luego no ocurre nada. A mí me encanta una teoría que hay en Internet ahora, que es muy friki, de que nunca pasa nada. Es decir, todas las cosas que parece que van a pasar no pasan. Es una ironía, obviamente, de toda la expectativa que hay determinada del mundo, de la viralidad del mundo, de que de la política también, que te dice «esto es histórico» y luego nunca pasa nada. Habría que evidentemente es una chorrada, pero creo que hay mucho de verdad.

Y estamos como saturados de sentidos que parece muy trascendentales, que luego a lo mejor no lo son tanto. Y luego también, volviendo a esto del 92, yo nací en el 92. Me acuerdo de que mi padre estuvo en la Expo de Sevilla del 92, había incluso cosas de la Expo en casa y hay un relato con eso. Luego habría que ver pues la cara oscura de eso o de la corrupción que había detrás, o la crisis económica que vino después, o sea, al final habría que ver cómo pensamos en 2024, dentro de 15, 20 o 30 años. A lo mejor, hemos escogido una cosa que ahora mismo no tenemos ni idea de cuál puede ser, la que hemos considerado la clave del 2024. 

P.- También está lo de las expectativas, claro. Una de las cosas que más frustración general ha tenido es tener unas expectativas tan altas. Esto pasaba con los partidos de la llamada nueva política, Ciudadanos o Podemos, toda esa gente que se ha ido cayendo por el barranco. Tenían unas expectativas muy altas que, les entiendo, vienen muy bien para el discurso político, incluso para la ilusión y para el relato. Pero una vez que han entrado incluso al gobierno, en el caso de Podemos, todo ha ido degenerando en un «pues la verdad es que no sé si hemos mejorado mucho». Mejorar, han mejorado ellos su calidad de vida.

R.- Pero ese era su objetivo. 

P.- (Ríe) ¿El objetivo de ellos era mejorar su vida?

R.- Sí, y en parte no les culpo, porque eran profesiones donde había mucha precariedad. De pronto, entras en el poder y empiezas a tener cargos con sueldos que no habrías podido ver. Pensemos qué perfiles venían de Podemos: eran perfiles académicos que estarían intentando entrar en una universidad endogámica, corrupta, que tiene unas barreras de entrada enormes y sobre todo, que es muy precaria. Entonces les ha venido muy bien para ellos en su carrera laboral.

Otra cosa es cómo luego, y se ha hablado mucho de la desestructuración o desaparición de Podemos, lo que les ha costado volverlo al sector privado, a algunos no, a los más mediáticos, sino a gente que pues que a lo mejor ha dedicado esos esfuerzos en este proyecto político no ha funcionado, pero bueno, siguen un poco con esa actitud. Yo cuando hablo con gente cercana a Podemos y Sumar, siguen con esa sensación de «este es nuestro momento, no vamos a tener otro contexto histórico para hacerlo y hay que seguir y seguir». Y esto es lo estás viendo los últimos mohicanos de Podemos.

P.- ¿Ricardo Dudda es un socialdemócrata crítico con la socialdemocracia de España?

R.- Yo no sé lo que soy ya. Ahora mismo estoy en una faceta muy cínica ideológicamente. No me ha gustado nunca mucho el quedarme con una ideología. A mí me gusta la idea del liberalismo, porque es una ideología muy delgada. Entonces para mí el liberalismo es un poco como control al poder, anti despotismo, discurso un poco emancipatorio de cierta autonomía personal, me preocupa mucho los excesos del poder y entonces eso es una de las cosas en las que yo me centro para guiarme un poco a la hora del debate público, pero también en mis convicciones.

Tengo muchas cosas de socialdemócrata, pero claro, al final en España ser socialdemócrata es muy complicado. En primer lugar porque en España no existen las ideologías, existen los partidos, o sea, tú no eres de una ideología, tú eres de un partido y ya está. Y si eres de una ideología estás haciendo una coquetería de decir «no, soy apartidista», y me parece lo más sano. Lo que pasa es que en España tienes que escoger equipo, no vale de ser de una ideología y me refiero a gente que está en el debate público, no hablo de un ciudadano despolitizado que es comprensible que diga que los partidos no le convencen.

Pero en cierta élite intelectual es que directamente se asocia a «tú de dónde vienes, desde dónde hablas». Y no es desde la ideología, sino desde el partido. Eso es algo muy preocupante. Hay que reivindicar la orfandad partidista, es decir, yo tengo unas ideas y ya está, y puedo votar un partido u otro. Llevo un tiempo que no voto, por ejemplo, y me parece completamente legítimo y de hecho me parece que tengo el mismo derecho a no votar como a votar.

Todo ese discurso que hay épico sobre si no votas estás traicionando a las generaciones pasadas, claro, como si estuviéramos ahora mismo en 1977 y hay falangistas por la calle pegando tiros. Me parece un discurso acomplejado, como que no nos creemos la democracia, entonces tenemos que ejercerla para que no nos la quiten. Y yo particularmente me fío bastante en la democracia española. Otra cosa es que tenga una infinidad de errores, pero como estructura, como democracia liberal, no creo que esté en peligro como para que no votar vaya a acabar con la democracia. 

Dudda posa en la sede de THE OBJECTIVE. | Víctor Ubiña

P.- Ya no es de qué lado de partido estás, si estás con los del PP o con los del PSOE, que son básicamente los dos bandos, sino que también pasa en los medios de comunicación y entonces estás con la fachosfera o estás con la progresía mediática cercana al gobierno.

R.- Es Pablo Motos o Broncano. Yo he dejado de intentar pelearme contra eso porque además tampoco puedes convencer. Estoy en una época muy cínica en la que creo que ya no se convence de nada a nadie, lo que pasa es que hay que seguir intentándolo. Igual que hay muchísimas cosas en nuestros sistemas que son imperfectos y hay que seguir intentándolo aunque te des hostias y ya está. Pero creo que hay una incomunicabilidad en ese aspecto y yo no me voy a poner a decir: «No, que yo no soy esto, no, que yo no soy esto otro». Bueno, mira, si tú no has sido capaz de leer más allá del lugar desde donde escribo, pues es que no me interesa tampoco.

P.- Siempre preguntamos en El purgatorio, Ricardo, por la relación con la fe de los invitados. ¿Cuál es la suya?

R.- Soy un agnóstico de todo, de la política…

P.- De las personas.

R.- No, de las personas no, al contrario. Mi fe está más ahora en las personas en el sentido de, pongamos un ejemplo, estamos en redes sociales, te creas la idea de alguien por lo que va tuiteando, por lo que va posteando no sé dónde y luego esa persona a lo mejor la conoces en persona, en la vida real y la reacción que tienes no es la misma. Yo ahora estoy muy desvirtualizando. Me interesa muchísimo más la vida fuera del debate público. Me interesa más: ¿cómo estás tú? ¿Cómo está tu madre? ¿Qué deporte haces? ¿Qué series has visto?

Me interesa más eso que juzgar a alguien por sus ideas políticas o lo que ha puesto en Twitter o lo que sea. Más que nada porque me he ido dando cuenta con los años de gente a la que a lo mejor en redes dices: «No puedo con esta persona», y luego en persona me parece que es estupenda y al revés.  Entonces estoy un poco más fiándome de las personas reales y no de sus entes digitales.

P.- Sobre las redes, le dijo a David Mejía cuando fue entrevistado: «Yo no uso LinkedIn, yo uso Twitter». ¿Sigue usando X, o sea, Twitter?

R.- Con menor frecuencia, pero es que también soy un poco neurótico y paranoico, con esto. Me cierro la cuenta, vuelvo a ella, a veces me borro la app porque tengo una especie de relación obsesiva con Twitter y entonces lo que me he dado cuenta es que lo necesito por trabajo, porque al final, para escribir de algo, lo mejor es ver qué es lo que está hablando la gente. Y en Twitter yo creo que ya solo quedamos periodistas, politólogos y gente sobrepolitizada. Te enteras un poco de lo que va el debate y eso te permite luego escribir y a partir de ahí, evidentemente es el gran agregador de contenido. Encuentras un artículo de El País, El Mundo, The Objective, Letras libres, y eso me ha permitido llegar a ciertas ideas.

P.- Publicó aquí en una columna titulada Alimentar la máquina, donde hablaba de la gente sin redes. Esa gente sin redes, especialmente sin Twitter, pero sobre todo esta gente que no necesita comunicar dónde han viajado, el restaurante en el que han estado, el libro que han leído, el último artículo maravilloso que han visto. Gente que no necesita, como escribe, esa validación permanente. Y no puedo dejar de envidiar a esa gente. ¿Usted tiene Twitter, pero le gustaría no tenerlo? 

R.- Claro, total. Hay una cosa que creo que la tenemos todos y es esa idea de que si tú subes una historia a Instagram, por ejemplo, estás pensando siempre en alguien, o sea, estás pensando en aunque sea un amigo, aunque sea tu madre. No lo haces y lo lanzas al vacío como si nada. Es igual que cuando uno escribe un libro, está pensando en que le van a leer, porque si no, lo guardas en un cajón. El problema es cuando toda tu actividad fuera de las redes la quieres meter en las redes para buscar esa validación. Cuando a lo mejor no te hace falta, has estado con unos amigos y puedes vivir la experiencia en sí misma sin que haya una cosa luego vicaria, ahora la vivo de nuevo en la validación que me dan los demás.

Y esto es algo en lo que pienso mucho porque estoy constantemente en ese ciclo de quitármelo, ponérmelo, quitármelo, ponérmelo. Y conozco mucha gente que también está así y no creo que haya solución, tampoco me voy a torturar mucho. Nosotros a lo mejor nos hemos salvado porque ya hemos entrado con redes, o sea, nuestra socialización, politización, lo que sea, ya ha sido con redes o casi ha sido así. Pero las nuevas generaciones que empiezan ya con redes, ahí hay un daño cognitivo enorme, no me quiero ni imaginar cómo sería yo de adolescente cuando precisamente tienes ese mecanismo de buscar validación por las nubes. Si tuviera yo todas las herramientas que tengo ahora de eso, si tuviera TikTok, si tuviera Instagram, si tuviera Twitter…

Y no me preocupa tanto que la gente joven tenga móvil, porque el móvil puede ser muchas cosas, no es exactamente el dispositivo, sino lo que haces con él. Tú puedes darle el móvil a ese niño para que solo pueda hacer determinadas cosas, o cuando estás en el metro y alguien está viendo el móvil, a lo mejor está leyendo una novela o está leyendo un artículo o lo que sea. Pero para mí es la cuestión de las redes, o sea, de cómo te metes para verte y saber cómo me ven. Es una cosa muy tóxica, que si la tenemos con 30 años, con 16 estaría completamente desquiciado.

P.- Las redes sociales son parte del debate público. Sé que a usted le interesa el debate público y un poco la rama sociológica. Como columnista, ¿siempre ha vivido con Sánchez gobernando?

R.- No, empecé en Letras libres en 2014 o 2015, y luego estuve en El País. Me fichó José Ignacio Torreblanca como columnista, cuando estaba todavía Rajoy y desde el 2017, el primer año y medio sí le metía caña.

«A muchísimos columnistas nos ha venido muy bien que gobierne Sánchez»

P.- ¿Se escribe mejor con Rajoy en Moncloa o con Sánchez?

R.- La diferencia es enorme, porque pensemos que contra Rajoy, porque a mí me gusta eso de que es contra el líder que esté, ya está, es la fiscalización lo que tienes que hacer, otra cosa es que haya líderes que hagan cosas peores y mejores. Obviamente no vamos a hacer la equidistancia de que a todos hay que darles por igual, porque no todos hacen lo mismo y no todos lo hacen igual de mal o igual de bien. Pero sí que hay una especie de, y esto lo digo como escritor o como columnista que ha escrito mucho contra Pedro Sánchez, de que al final nos hemos obsesionado un poco con eso.

Se ha convertido casi en una especie de regalo para los columnistas anti sanchistas, yo el primero. Porque pienso, joder, si hubiera ganado Feijóo, ahora que todo nuestro aparato intelectual lo hemos usado para esto y somos ya unos grandes analistas de qué es lo que es el sanchismo. Y creo que a bastantes columnistas nos ha venido muy bien, es así. Y esto lo digo con toda naturalidad y van a coger este clip y van a decir….  

P.- ¿Os ha venido bien Sánchez?

R.- Sí, sí, a muchísimos columnistas nos ha venido muy bien, pero también nos ha venido muy bien siendo completamente cínicos. Sobre todo hay una cosa en la que creo que muchos columnistas hacemos y yo empiezo a cansarme, pero también lo hago. La idea de que atacamos la hipocresía, lo que atacamos es que estaba diciendo esto y al año o a los tres meses o a las dos semanas dice lo contrario. Entonces, eso es básicamente lo que más ha dado arsenal a los columnistas, porque es el presidente que más se ha cambiado de chaqueta y ha cambiado de opinión.

Y el mejor enemigo de Pedro Sánchez siempre es el Pedro Sánchez de dos semanas antes, porque está diciendo lo opuesto a lo que dice hoy. Nos hemos creado como una especie de jaula en la que solamente estamos diciendo eso, «decía esto hace seis meses y ahora esto», y así constantemente. Y creo que eso nos ha limitado mucho también intelectualmente el género de la columna. Dicho lo cual, es qué es lo que hay que hacer. Si hay un presidente que está haciendo estas cosas, pues hay que denunciarlo. Y si lo estuviera haciendo Feijoo, pues habría que estar haciendo lo mismo. 

P.- ¿Cree de verdad que se ha entendido qué es el sanchismo?

R.- Puede haber dudas, pero creo que sí. Es una estrategia política personalista en la que lo que importa es el poder y gobernar es estar en el poder. Da igual si no puedes gobernar, lo importante es estar en el poder. Esa es la lógica y es una lógica desnuda del poder. No, no tiene más. Da igual si no puedes sacar los presupuestos, da igual si no puedes aprobar las leyes que se supone que estabas defendiendo y por las que la gente te ha votado. Eso da igual. Lo importante es estar en la Moncloa, ya está, lo ha conseguido y hasta que se queme.

Pero creo que esa es su lógica y es una lógica bastante sencilla y bastante transparente. Y él es, dentro de su opacidad, que es un presidente súper opaco que se salta todas las leyes de transparencia, es muy transparente en su objetivo. Hay otros líderes que tienen mucha ambición de poder pero que no se les nota tanto porque al final son buenos actores. Pero es que Pedro Sánchez es un actor, pero es que es un mal actor. Es un actor que se le ven las costuras, se ve que lo que le interesa es eso, solo con verle en visitas oficiales. A él lo que le gusta es ponerse el traje de presidente y que la gente diga que es el presidente. 

«El trasvase de periodistas al poder político es infame»

P.- ¿Del nivel del debate público qué le preocupa más? ¿La mediocridad, el sectarismo, la simpleza o el partidismo?

R.- Aquí habría que definir qué es el debate público. Pero si hablamos de la prensa, pues sí, es bastante molesto el partidismo y la idea de que tenemos como asumido ya con bastante cinismo, que hay periodistas y que hay medios que son voceros de determinados partidos políticos o determinadas instituciones y lo tenemos como asumido. La ciudadanía, y aquí hablo con una intuición, tengo una sensación de que la gente piensa: «Bueno, es que es lo que hay». Entonces pues hasta tú lees El País para saber lo del PSOE, tú lees El Mundo para saber lo del PP, es así, es esa bipolaridad y ese bipartidismo.

Y hay una especie de cinismo o resignación en la ciudadanía de que es que las cosas son así y ya está. Antes me acuerdo que en la carrera de Periodismo te decían que había que leer un poco todos los medios para hacerte la idea. Ahora ya directamente es como «no, tú lee el medio bueno que es el de los tuyos y ya está».

Y luego el trasvase que hay de prensa a poder político me parece infame y se hace con mucha naturalidad y que da igual. Porque está ya tan alejado el debate público de lo que son los intereses de la ciudadanía, que no va a haber fiscalización, no va a haber un control de eso. La gente no va a decir: «Oye, ¿pero este no era el jefe de comunicación de tal, qué hace ahora de periodista o este no era periodista qué hace de jefe de comunicación?»

Es que da igual. Y es lo que pasa con el sanchismo, empiezas a hacer cosas y ves que la respuesta no es muy negativa porque la gente es indiferente a ello o no se ha enterado porque el debate público es un caos y va a toda hostia, entonces no te enteras y lo sigues haciendo. Sigues haciendo esas cosas porque no hay coste. Mientras que en otros países con más cultura democrática o cultura de una prensa libre y sobre todo de una prensa con más pasta. Porque la clave aquí es que la prensa tenga dinero para poder ser libre. En otros países esos trasvases entre el poder político y el mediático te da más pudor hacerlo.

P.- Aquí hubo un momento interesante en el pasado 2024, que fue la carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía. El momento en el que él dice: «Tengo dudas sobre si seguir o no», y tuvo al país durante cuatro días pendiente de una decisión. Y aparte de ver a una serie de militantes del PSOE en Ferraz y a María Jesús Montero como si fuera Lola Flores animando a la gente, ese tipo de cosas, fue interesante ver un manuscrito que firmaron varios periodistas, varios activistas…

R.- Si firmaron eso eran todos activistas.

P.- Un escrito de apoyo al presidente y en el que básicamente se venía a decir que una parte de nuestra profesión estaba en contra de que se fiscalice a la mujer del presidente, Begoña Gómez. Y esto no recuerdo que pasase antes en democracia.

R.- Es que es obsceno. Me parece clave, porque la histeria más preocupante fue en los medios. El hecho de que hubiera medios que estuvieran posicionándose precisamente por eso. A lo que se reducía todo era que tú no puedes investigar a la mujer del presidente ¿Por qué? Porque en este caso el presidente es de los nuestros. Ya está, es que no toca. Luego puedes estar investigando al novio de Ayuso cuando no eran pareja, y ahí sí que vale todo. Es un cinismo absoluto cuando creo que hay que hacer ambas cosas y medir cada una, cuál es la importancia de cada una.

Pero me parece me parece una degradación impresionante y sobre todo el señalamiento entre periodistas. Esa sensación de suspicacia, me pareció uno de los momentos más bajos de esta legislatura, claramente, y de la última década y de bastantes años. El gesto de Sánchez fue un gesto de manipulación, de cesarismo y de líderes, por ponerme delicado, de otras latitudes. Y la prensa fue a elegir bando, eso es tristísimo. 

P.- Me gustó aquello que escribió en X: «Mi ideología ya es una cosa finísima. Se reduce a que no me traten como si fuera gilipollas».

R.- Sí, un poco, sí, y en esos meses, imagínate, es que te trataban como un gilipollas. Pero es que al final, si uno sigue el debate público, se da cuenta de que es eso constantemente. Tú te pones un programa político en la televisión o en la radio, ves unas declaraciones de un líder político y es constantemente.

Es posible que en los cinco minutos de intervención haya varios momentos en los que te está tomando como imbécil, te está haciendo luz de gas, que es lo que se dice de esto que estás viendo, que sabes que es real, no está pasando, y tú dices: «Pero que sí, que lo estoy viendo», que no, que no está pasando eso. Y entonces es una cosa que es embrutecedora porque te vuelves loco, ¿Cómo me puedes decir esto con este cinismo?, ¿Qué se ha hecho toda la vida? Bueno, sí, pero es que ahora me parece que hay como una sensación de manga ancha, de que no va a haber consecuencias. 

P.- Vale todo, porque el temor es que vienen los otros, que vienen los malos. 

R.- Y el líder político contemporáneo se ha dado cuenta de que la sociedad civil no es suficientemente fuerte, y con sociedad civil me refiero también a la prensa y a todos los organismos que controlan el poder y lo fiscalizan. No tienen suficiente poder como para hacer que eso cambie porque ya está, porque es el juego. Y yo estoy harto del juego. Es una cosa que yo creo que no sé cómo no nos volvemos locos los periodistas. Y ahí en esos momentos son cuando me cierro Twitter y digo voy a leer solamente las cosas de manera más neutral en prensa, pero también me cabreo.

P.- Si es que entiendo perfectamente que alguien no quiera informarse. A los que no escuchan tertulias, no leen periódicos, no les importa nada, casi me sale decir que tienen mi admiración y mi cariño. 

R.- Me preguntas hace diez años y yo era mucho más idealista, decía: «No, hay que informarse, es nuestro deber como ciudadanos», ahora mismo tu deber como ciudadano es protegerte de esto.  Y es normal que haya este proceso de despolitización absoluta, porque es que es supervivencia. O sea, ¿qué vas a hacer si no? Y luego además no eres capaz de distinguir qué es lo importante de lo que no, que esto es algo que pasa mucho y que nos cuesta mucho a los que intentamos explicar, por ejemplo, los casos de corrupción del gobierno actual. Es que cuesta muchísimo explicar qué es lo importante y qué es lo que no, porque luego hay muchísima desinformación y no solo desinformación, sino medios a los que no les interesa contar una cosa y obvian otra. Y entonces, es un esfuerzo enorme intentar enseñar qué es lo importante.

P.- Escribió en La verdad de la tribu sobre la posverdad. Decía que el Diccionario de Oxford define la posverdad: «Los hechos objetivos son menos influyentes en moldear la opinión pública que las apelaciones a la emoción o a las creencias personales». Es cierto que el término posverdad ha quedado en desuso, básicamente de lo que se habla ahora es de bulos.

R.- Y bulo es lo que tú quieras que sea. Al final ahí te das cuenta de lo maleables que son los términos políticos, que a veces son muy exactos y definen algo y de pronto empieza alguien a utilizarlos de manera torticera… Pero bueno, que eso pasa con todas las palabras, con bulo, con negacionista, no es un problema. El problema es que en el momento en el que estamos usando el concepto bulo, lo estamos utilizando simplemente para ganar la batalla política del día, no para definir o describir algo.

Dudda en la entrevista de ‘El purgatorio’ . | Víctor Ubiña

P.- Te quería preguntar para ir cerrando sobre el fenómeno de la cancelación, ¿existe la cancelación?

R.- Sí, claro. Otra cosa es si existe la cultura de la cancelación, que es el debate sobre si existe realmente como una especie de fenómeno integrado en una sociedad como tal, ahí ya podríamos debatir. En ocasiones sí, en determinados temas sí, creo que existen ejemplos de cancelación y hay muchísimos. De ahí, ¿podemos extraer que de eso hay una cultura? Pues igual que cuando se habla de cultura de la violación, o sea, son conceptos que se usan, pues de nuevo guerra de palabras, o sea, se usa para darle una mayor importancia a un fenómeno y a veces lo tiene y otras no.

P.- ¿Ricardo Dudda sería cancelable?

R.- Creo que al cancelable tiene que joderle que le cancelen, y a mí no sé qué me pueden hacer que me cancelen. Sí, todos somos cancelables, a todos nos pueden sacar algo de nuestra vida privada que no nos guste que se supiera. Pero creo que el cancelable es al que los suyos le cancelan. A ti no te cancelan desde el otro bando, te cancelan si tú te desvías un poco de la norma de los tuyos. Errejón es el perfecto sujeto cancelable porque es el individuo que ha cometido eso y que ha transgredido las normas de su grupo y no solo de su grupo, pero que su grupo y sus votantes y su partido le daba mucha importancia a ese tema.

Una importancia que han politizado el tema de los abusos sexuales. Entonces el que te cancelas el tuyo, tú no puedes cancelar a una persona que hiciera lo de Errejón, pero que esté en un grupo que no le da tanta importancia a eso. O sea, te cancela el que tienes al lado porque te has desviado del camino. Y casi todos los cancelados que se me ocurren suelen ser individuos progresistas que sus compañeros progresistas han dicho: «Se te ha escapado esto por aquí y te largamos».

P.- Esto es verdad, casi todos los cancelados son progresistas. 

R.- Tú no puedes cancelar a Trump, Trump ya nació cancelado, viene cancelado de fábrica. Ya lo intentaron en 2016 cuando encontraron las grabaciones donde hablaba directamente de abusar sexualmente de mujeres. Pero es que su votante no le penalizaba tanto ese comportamiento, entonces no lo puedes cancelar. Pero si eso lo hubiera hecho un progresista, sí que sí que lo habrían podido cancelar. 

P.- Antes de cerrar, si tuviera que poner un epitafio en su lápida, ¿qué pondría?

R.- Hay una frase en inglés que me gusta mucho, It’s too early to tell. Es decir, es demasiado pronto para saberlo.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D