Slahi languidece en el centro de detención cubano desde 2002. Antes pasó por una prisión en Jordania y la afgana de Bagram. Las autoridades estadounidenses pidieron su detención por posibles lazos terroristas, pero nunca llegaron a presentar cargos contra él. Esos lazos se remontan a comienzos de los años 90, cuando participó en un campo de Al Qaeda en la época en la que esta organización combatía al Gobierno comunista de Afganistán apoyado por Estados Unidos. Slahi ha asegurado siempre que renunció al grupo terrorista en 1992. Después de trabajar en Alemania y Canadá como ingeniero electrónico, regresó en 2000 a su país. En 2001, poco después del 11-S, EEUU ordenó su detención. En ese momento comenzó su infierno. Un cautiverio sometido a todo tipo de torturas: privación de sueño y alimentación, ahogamiento simulado, palizas, amenazas de violación a su madre, canciones de heavy metal a todo volumen durante horas. La crónica del horror fue plasmada en Guantanamo Diary, que finalmente logró publicar en 2015 tras años de batallas legales. Después de solicitar su libertad en varias ocasiones, ahora una junta ha decidido concederle el hábeas corpus. Los responsables aseguran que Slahi ya no representa «una amenaza significativa para la seguridad de Estados Unidos».
De los 80 prisioneros que quedan, ya ha sido aprobada la transferencia de aproximadamente 30 a otros países. El cierre de Guantánamo es una de las grandes promesas de Barack Obama que aún no ha logrado cumplir.