Como Django en la peli de Tarantino, Trump está desencadenado. Pero así como el esclavo liberado tenía motivos para querer eliminar a todo capataz y dueño de plantación empeñado en perpetuar la esclavitud recién abolida, las razones de Donald Trump para atacar a sus aliados y acabar con el orden mundial tal y como lo conocemos son un arcano. Cabe preguntarse si las potencias occidentales están subestimando la capacidad de destrozo del hombre. Es comprensible que quieran creer que las barbaridades que suelta en su cuenta de Twitter no se van a concretar en las reuniones cara a cara, que su retórica belicosa va dirigida a sus votantes y que luego será business as usual, pues a los aliados de Occidente vencedores de la II Guerra Mundial les unen 70 años de prosperidad y éxito como modelo económico y social que tumbó al comunismo, además de fuertes lazos culturales, históricos y estratégicos. Sin embargo, en su reciente visita de menos de 48 horas a Europa, Trump ha amenazado con abandonar la OTAN, insultado la Alemania de Angela Merkel («está controlada por Rusia»), se ha burlado del presidente francés Emmanuel Macron («debe de decir cosas interesantes, pero no le entiendo») y puesto contra las cuerdas al frágil gobierno de Theresa May, a quien advirtió que si seguía adelante con el Brexit suave propuesto por su Ejecutivo perdería su estatus de socio especial (término que ha definido las relaciones de ambos países desde el famoso discurso de Winston Churchill sobre el Telón de Acero en Fulton, Missouri, en 1946), al tiempo que se declaraba admirador del desleal y recién dimitido ministro de Exteriores, Boris Johnson. Ni que Trump estuviera siguiendo un guion escrito por el mismísimo presidente ruso, Vladimir Putin, con quien se reunió a puerta cerrada este lunes y que ha dado sobradas muestras de su deseo de debilitar la Unión Europea. Inevitable preguntarse si le paga así el favor de ayudarle a ganar las elecciones presidenciales, como sospechan muchos.