Imaginemos a un conductor que un buen día, tras haberse trasegado varias copas de queimada, se lanza a conducir por una carretera llena de curvas, en medio de las cuales empieza a charlotear por el móvil sin manos libres, mientras duplica con su velocidad el límite legal.
Me angustian los dos segundos y medio que transcurren entre la ingravidez a 30 metros de altura y el impacto. El tiempo que lleva abrir la puerta de una habitación, el de un sorbo a una taza de café o la lectura del título de un libro. El tiempo de un último abrazo, el de un apretón de manos, el de una mirada.
Un conductor toma la decisión de saltarse un ‘ceda el paso’, y el Volvo que intentaba cambiar el sentido choca contra él. La noticia no habría aparecido siquiera en la prensa local si el segundo vehículo hubiese estado conducido. Pero es uno de esos drones sobre ruedas que constituyen la promesa de un mejor transporte; un coche que se gobierna de forma autónoma, sin conductor. Como la tecnología no está madura, circulan con un piloto que, llegado el momento, retoma el control. En esta ocasión, la precaución no ha sido suficiente.
Y vuelve a ocurrir cuando compruebas que un autobús puede convertirse en descapotable en unos segundos porque alguien calculó como un ‘ñapas’ la altura de un túnel. Apunte, algo más de un metro escaso, le dijo hace unos años al editor gallego Carlos Casares un carpintero al que había encargado un anaquel.
El martes de carnaval del año 2002, un avión de Iran Air se estrello contra la cadena montañosa que rodea la ciudad, los montes Zagros. Las más de 170 personas que viajaban a bordo perecieron. Y entre ellas, había 4 compañeros de trabajo, cuatro amigos.
Silencio. Nada más que eso queda tras escuchar todas las noticias acerca de este luctuoso accidente. Silencio que se revela ensordecedor tras las preguntas que se generan
Es la noticia de la semana. El accidente abre todos los telediarios, ocupa cualquier portada y es el tema de conversación de casi todos. Como periodista, pero también como ciudadana, tengo ganas de saber qué ha pasado.
No puedo evitar hacerme dos preguntas: la primera, ¿a quién se le ocurre invertir su valioso tiempo en crear una aplicación de estas?; y la segunda, ¿qué tipo de gente lo descarga?
Hoy contemplamos el dolor y el desconcierto de los familiares de los pasajeros y tripulantes del vuelo malayo que ha desaparecido en su vuelo a Pekín, y de los del barco hundido en Asturias.