Estabas con unos amigos de cena, y era viernes por la noche y el plan no se iba a demorar demasiado, un par de horas como mucho, aunque en la insistencia de los colegas se avecinara lo peor, como casi siempre. Una vuelta y para casa, sí, que es como decir el principio del fin. Al final, claro, cedes, venga, una y ya está: ese es el tío, responden. Sin embargo, en esa noche se cumplió la excepción de toda regla, y por sorprendente que pudiera resultar, cumpliste la promesa de no recogerte a las tantas. Al día siguiente madrugabas, a pesar de ser sábado –qué mayor estoy, pensaste-, aunque no sabes muy bien para qué: ¿trabajo atrasado? ¿Salir temprano para echar el día en el campo? No, ya: la convivencia en la sierra. Eso era. Te acuerdas, ahora mejor, de que estabas en los postres, camarero la cuenta, y que en ese instante, al alzar la mano, con toda la torpeza, tiraste la copa. Ala, otra vez, vaya cómo lo has puesto. Y entonces, alguien con el móvil, oye, ¿habéis visto esto?